Ojos de lagarto. Bernardo (Bef) Fernández

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Ojos de lagarto - Bernardo (Bef) Fernández Ficción

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de alta calidad le viene ofreciendo, aquí, en la tranquilidad de un domingo por la tarde, en este bello puerto bañado por las aguas del Pacífico, la cura para todos los males que aquejan a chicos y grandes, el bálsamo milagroso que borrará sus dolencias como manchas de aguacate lavadas con lejía. Es verdad, amigas, amigos, en esta apacible tarde de domingo, cuando los hombres se preparan para una nueva semana de duro trabajo y las mujeres de la casa se alistan para atender a sus maridos e hijos, les traemos el único, el original, el famoso tónico de Bálsamo Celestial del Doctor Hinojosa-Smith. Así es, amigos, la fórmula secreta desarrollada en nuestros laboratorios incluye entre otros ingredientes la milagrosa yerba china ginseng, extractos de opio, vainilla y doce componentes secretos de poderosas cualidades curativas. El Bálsamo Celestial del Doctor Hinojosa-Smith viene cuidadosamente embotellado en recipientes ambarinos sellados con cera para evitar que su delicada fórmula se exponga a los rayos del sol y se degrade fotoquímicamente. ¡Como lo oyen, bellas señoras, distinguidos caballeros! El poderoso elixir es elaborado por nuestros boticarios bajo las más estrictas reglas de higiene. Cada uno de sus componentes es minuciosamente pulverizado en matraces traídos directamente de Alemania para después sublimar sus esencias y destilar el hervor a través de delicados serpentines del más puro cristal de Bohemia, sólo para recoger su esencia milagrosa en el lento goteo que escurre en nuestros alambiques. Porque sepan ustedes que una gota, apenas una sola de esta droga poderosa, es capaz de curar milagrosamente aquellas pequeñas y grandes dolencias, las molestias propias del envejecimiento y las de la tierna niñez. Este tónico es capaz, se los garantizo, de devolver a quien lo beba el vigor juvenil de los veinte años. Consumido durante largos períodos rejuvenece lentamente los tejidos desgastados y, si es administrado a los niños a razón de una cucharada previa al desayuno, permitirá que sus hijos crezcan sanos, vigorosos, cachetones y chapeados. Ustedes pensarán: “Hombre, pero este elixir prodigioso debe costar una fortuna”. ¡Nada más falso, mis amigos! Porque por una botella del Bálsamo Celestial del Doctor Hinojosa-Smith no tendrá que desembolsar ni cincuenta, ni cuarenta ni treinta centavos. No, bellas señoras, distinguidos caballeros, esta medicina milagrosa vale mucho más, pero apenas cuesta veinticinco, ¡veinticinco centavitos, que cualquiera trae en el bolsillo! ¿Quiere uno, dos, tres frascos, caballero? ¿Cuántos va a llevar, señora? Veo cierto desinterés en ustedes. No imaginan la oportunidad de oro que están dejando pasar, queridos hermanos. Yo les aseguro que encerrada en las paredes de vidrio de estos frascos se halla la solución a aquellos achaques largamente arrastrados por los mayores, la prevención de aquellas dolencias que aún no aquejan a los jóvenes, pero no crean lo que les dice este modesto agente de ventas: remitámosnos a las pruebas. Aquí, frente a la vista de todos ustedes demostraré la milagrosa capacidad curativa del bendito Bálsamo Celestial del Doctor Hinojosa-Smith. A ver, mmm, tú, amiguito, sí, tú, el güerito de las muletas, ¿cómo te llamas?

      —Ary —contestó el niño con un quejido.

      —¿Cuántos años tienes, jovencito?

      —Diez —era un escuincle harapiento, de pinta lamentable. Llevaba las piernas envueltas en vendajes desgastados. Apenas se sostenía con un palo que utilizaba como bastón.

      —¿Qué es lo que te aqueja?

      —Nací con una pierna más delgada que la otra.

      —¡Ah! Un típico caso de poliomielitis, damas y caballeros. Dime, pequeño, ¿tienes dificultades para caminar?

      —No se burle de mí, patrón.

      Algunas risas se ahogaron entre la multitud, que observaba el diálogo con atención.

      —Un caso conmovedor, amigos míos. Imposibilitado para realizar las actividades más elementales, este pequeño ha arrastrado literalmente su tara por la vida. No se rían —el hombre dejó escapar una lágrima sobre su mejilla—; me has tocado el alma, amiguito. Porque sépanlo todos, también un agente viajero tiene su corazón. No importan las penurias sufridas en los caminos polvosos, ni las hambres pasadas yendo de comarca en comarca, cuando se lleva esta medicina prodigiosa. Acércate, muchacho, vas a ayudarme a demostrar a toda esta gente las sorprendentes cualidades curativas del Bálsamo Celestial del Doctor Hinojosa-Smith.

      El chico vaciló, temeroso.

      —Vamos, no tengas miedo, acércate y bebe esta savia milagrosa —dijo el hombre al tiempo que descorchaba uno de los frascos que ofertaba. El niño lo tomó, desconfiado, para olisquearlo.

      —¡Esto huele a purga!

      —Bébelo.

      —¡No quiero!

      —Es por tu bien.

      Ya se había formado una pequeña multitud alrededor de la pareja.

      —Que se lo tome —dijo una anciana desdentada.

      —¡Bébetelo! —añadió un estibador que tenía día libre.

      En pocos minutos, la gente coreaba “¡que lo tome, que lo tome!…”

      Receloso, el niño tomó el frasco. Volteó alrededor buscando una mirada solidaria. Como no la encontrara, se llevó el frasco a la boca y lo vació ante la multitud expectante.

      No había terminado de beber cuando se desplomó entre convulsiones.

      —¡Lo mató!

      —¡Asesino!

      —¡Llamen a un gendarme!

      —Esperen, esperen, los efectos pueden tardar unos minutos —dijo el hombre, visiblemente nervioso. En medio de la tensión, nadie vio cómo daba un ligero puntapié al niño.

      Como impulsado por un resorte, el chico se incorporó de un salto.

      —¡Aaaarrrg! —aulló al tiempo que daba una doble voltereta hacia atrás.

      —Milagro, milagro… —murmuró la anciana desdentada.

      La gente, enmudecida, vio al niño saltar varias veces antes de lanzarse hacia el hombre para besar su mejilla.

      —¡Me curó, me curó! —gritaba entre lágrimas de alegría, antes de salir corriendo hacia el malecón, envuelto en un alarido jubiloso.

      Todos se quedaron observando la pequeña figura hasta que desapareció entre los muelles.

      —Deme dos frascos —rompió el silencio el estibador.

      —Yo quiero tres —dijo la anciana.

      Pronto la gente se arrebataba el tónico.

      —Con calma, señores, hay para todos, hay para todos… En menos de veinte minutos, las existencias del Bálsamo Celestial del Doctor Hinojosa-Smith se agotaron. La gente lo bebía ansiosa, esperando encontrar la cura a sus achaques en el fondo del frasco.

      —Gracias, muchas gracias, damas y caballeros, ha sido un placer haber traído este producto a tan bello puerto. Con permiso, con permiso…

      Antes de que un profesor de escuela identificara el líquido como jarabe de maíz con esencia de vainilla, bastante empalagoso por cierto, el vendedor se había esfumado.

      Pasados varios minutos, la anciana desdentada seguía sin dejar de sufrir su reuma. Y el estibador, la persistente comezón de las hemorroides.

      Para cuando el primer estafado cayó en

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