El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
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Entonces el beduíno se acercó a ella con el látigo levantado, y gritó: "¡ya veo que quieres sentir los latigazos en tu trasero! ¡Si no cesa tu llanto y sigues con tus insolencias, te arrancaré la lengua y te la hundiré en esa cosa que tienes entre los muslos! ¡Y esto te lo juro por mi gorro!"
Y ante amenaza tan horrible, la pobre joven, no acostumbrada a estas brutalidades, se echó a temblar y se tapó la cara con el velo, suspirando estas estrofas: ¡Oh! ¡Quién pudiera volver a la morada querida en que yo habitaba! ¿Cómo podría lograr que llegasen mis lágrimas a su destinatario? ¡Ay de mí! ¿Podré soportar más tiempo mi desgracia en esta vida llena de amargura y de dolor? ¡Ay de mí! ¡Haber vivido tanto tiempo feliz y mimada, para caer ahora en este estado de miseria lastimosa! ¡Oh! ¡Quién pudiera volver a la morada querida en que yo habitaba! ¿Cómo podría lograr que llegasen mis lágrimas a su destinatario?
Al oír estos versos, admirablemente rimados, el beduíno, que adoraba instintivamente la poesía, se sintió conmovido de piedad hacia la bella desventurada, y se acercó a ella, le limpió las lágrimas, le dio a comer una galleta de cebada, y le dijo: "Otra vez no me contestes cuando esté encolerizado, porque mi genio no sabe soportar eso. Y para que te enteres de lo que pienso hacer contigo, sabe que quería hacerte mi concubina, pero ahora quiero venderte a algún rico mercader, que te tratará con dulzura y te dará una vida feliz, como lo habría hecho yo. Y para venderte, te llevaré a Damasco".
Y Nozhatú dijo: "Hágase tu voluntad". Y en seguida volvieron a montar en los camellos, y reanudaron la marcha, dirigiéndose a Damasco. Y Nozhatú iba montada a la grupa detrás del beduíno. Pero como el hambre la apremiaba, se comió un pedazo de aquella galleta que le había dado su raptor.
En este momento de su narración,
Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 56ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que Nozhatú se comió un pedazo de aquella galleta que le había dado su raptor. Y llegaron a Damasco, y fueron a albergarse en el khan Sultaní, situado cerca de Bab El Malek. Y como Nozhatú estaba muy triste y seguía llorando, el beduíno le dijo muy furioso: "Como no ceses de llorar, vas a perder tu hermosura, y ya no podré venderte más que a algún judío asqueroso.
Piensa en esto, ¡oh desventurada!"
Después la encerró en una de las habitaciones del khan, y se apresuró a ir al mercado en busca de los mercaderes de esclavos; y les propuso la compra de la hermosa joven, diciéndoles: "Puedo ofreceros una hermosa joven que he traído de Jerusalén. Tiene un hermano enfermo, pero lo he dejado en casa de unos parientes míos para que lo cuiden bien. De modo que el que quiera comprarla tendrá que decirle, para tranquilizarla, que su hermano enfermo está muy bien cuidado en Jerusalén. Y sólo con esta condición me prestaré a cederla en un precio muy prudente".
Entonces se levantó uno de los mercaderes, y dijo: "¿Qué edad tiene esa esclava?" Y contestó el beduíno: "Es muy joven, pues es virgen todavía, pero ya núbil.
Y es bella, inteligente, cortés y llena de perfecciones. Pero como ha enflaquecido desde la enfermedad de su hermano, ha perdido algo de la plenitud de sus formas. Sin embargo, todo esto es fácil de recuperar con un poco de cuidado".
Entonces dijo el mercader: "Iré a ver esa esclava, y si es como dices, me quedaré con ella, pero te la pagaré cuando la haya revendido, porque la destino al rey Omar Al Nemán, cuyo hijo, el príncipe Scharkán, es gobernador de Damasco, nuestra ciudad. Y este príncipe me dará una carta de presentación para el rey Omar AlNemán, el cual tiene una gran pasión por las esclavas vírgenes, y me la comprará muy bien. Y entonces te pagaré el precio que convengamos". Y el beduíno contestó:
"Acepto esas condiciones".
Y se dirigieron hacia el khan donde se hallaba encerrada Nozhatú, y el beduíno llamó en alta voz a la joven, que estaba detrás del tabique. Y le dijo: `¡Oh Nahia! ¡oh Nahia! ", porque éste era el nombre que daba a su esclava. Y al oírlo Nozhatú, se echó a llorar y no contestó.
Entonces el beduíno invitó al mercader a que entrase. Y el mercader entró, y adelantándose hacia la joven, le dijo: "¡La paz sea contigo!" Y Nozhatú respondió con voz dulce como el azúcar: "¡Y contigo la paz y las bendiciones de Alah!"
El mercader quedó encantadísimo, y pensó: "¡Qué pureza de lenguaje!" Y ella miró al mercader, y se dijo: "Este venerable anciano tiene un aspecto muy simpático. ¡Haga Alah que me tome por esclava, y así podré librarme de ese feroz beduíno! Le hablaré cortésmente, para que resalten mis modales".
Y el mercader preguntó: "¿Cómo te encuentras, ¡oh joven!?" Y ella respondió con dulzura:
"¡Oh venerable jeique! me preguntas por mi estado, y mi estado no es para desearlo al peor de los enemigos. Pero toda persona lleva su destino colgado al cuello, como dice nuestro profeta Mohamed (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!) ".
Y al oír estas palabras, el mercader se asombró hasta el límite del asombro, y dijo para sí: "Estoy seguro de que sus facciones deben ser arrebatadoras, como su talento. Es una gran adquisición para el rey Omar Al Nemán". Y volviéndose hacia el beduíno, exclamó: "¡Esta esclava es admirable! ¿Cuánto pides por ella?" Y el beduíno se enfureció, y dijo: "¿Cómo te atreves a llamarla admirable, cuando es la más vil de las criaturas? ¿No comprendes que se figurará que es realmente admirable y ya no tendré ninguna autoridad sobre ella?
Márchate, que ya no la vendo". Y comprendiendo el mercader que el beduino era un bruto rematado, emprendió otro camino, y dijo: "La acepto, ¡oh jeique! aunque sea la más vil de las criaturas, y te la compro a pesar de sus tachas". Y el beduíno, algo calmado, preguntó: "¿Y cuánto me ofreces?" Y contestó el mercader: "El proverbio dice que el padre es quien da nombre a su hijo. Pide lo que te parezca".
Pero el beduino insistió: "Tú eres quien ha de ofrecer". Y entonces el mercader, pensando que un bruto como aquel beduino no sabría apreciar el mérito de aquella joven, ofreció doscientos dinares, además de las arras y de los derechos de venta que correspondían al Tesoro. Pero el beduino lo rechazó: "¡No daría por doscientos dinares ni el pedazo de arpillera con que se cubre! ¡No quiero venderla ya; me la llevaré al desierto, para que apaciente mis camellos y muela el grano!"
Y gritó a la joven: "¡Ven acá, podrida, que vamos a marcharnos!" Y como no se moviese el mercader, se volvió hacia él, y exclamó:
"¡Por mi gorro! He dicho que ya no vendo nada! ¡Vuelve la espalda y márchate, o si no, oirás cosas que no han de agradarte!"
Y el mercader dijo para sí: "¡Este beduíno que jura por su gorro es un bruto extraordinario! Pero le haré soltar su presa".
Y sujetándole