El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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El libro de las mil noches y una noche - Anonimo

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que todo el ejército de los musulmanes se les viene encima, y aturdidos, se matarán unos a otros en medio de las sombras de la noche, y harán en sí mismos una gran carnicería hasta por la mañana".

      Y todos obraron así, como había aconsejado Scharkán. Al oír aquellas voces que caían de las montañas, repercutidas mil veces en las tinieblas, los descreídos se levantaron asustados y se pusieron apresuradamente sus armaduras, gritando:

      "¡Por Cristo! ¡Todo el ejército musulmán está ahí!" Y enloquecidos se arrojaron unos sobre otros, e hicieron en sí mismos una gran carnicería, no cesando hasta por la mañana, cuando los musulmanes se alejaron rápidamente hacia Constantinia.

      Y mientras Daul'makán, Scharkán, el visir y los guerreros seguían galopando, vieron levantarse ante ellos una polvareda muy densa…

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

       Y CUANDO LLEGO LA 100ª NOCHE

      Ella dijo:

      Vieron levantarse ante ellos una polvareda muy densa, y oyeron gritar: "¡Alahú akbar! ¡Alahú akbar!" Y a los pocos instantes vieron al ejército musulmán, con los estandartes desplegados, que avanzaba rápidamente hacia ellos. Y bajo los grandes estandartes en que estaban escritas las palabras de la fe:

      "¡No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el profeta de Alah!", aparecieron a caballo, al frente de sus guerreros, los emires Rustem y Bahramán. Y detrás, como olas infinitas, avanzaban los guerreros musulmanes.

      En cuanto los emires Rustem y Bahramán vieron al rey Daul'makán, echaron pie a tierra y fueron a prestarle homenaje. Y Daul'makán preguntó: "¿Qué hacen nuestros hermanos los musulmanes?" Y le contestaron: "Están perfectamente frente a los muros de Constantinia. Y nos envía el gran chambelán con 20.000 soldados para socorreros".

      Entonces Daul'makán preguntó: "¿Y cómo habéis sabido el peligro que corríamos?" Y ellos dijeron: "Nos lo ha anunciado el venerable asceta, después de andar día y noche, para apremiarnos a fin de que viniésemos en seguida. Y ahora está junto al gran chambelán, y alienta a los creyentes a la lucha contra los infieles encerrados en Constantinia".

      Los dos hermanos se alegraron muchísimo al saber estas noticias, dieron gracias a Alah porque el santo asceta había llegado sin contratiempo a Constantinia, y luego enteraron a los dos emires de cuanto había pasado desde su llegada al monasterio. Y les dijeron: "Ahora los infieles, después de haberse diezmado esta noche, estarán espantados al ver su error. Y sin darles tiempo para rehacerse, vamos a echarnos sobre ellos y a exterminarlos, y nos apoderaremos de todo el botín, con las riquezas que sacamos del monasterio".

      Y todos los musulmanes, a las órdenes de Daul-makán y Scharkán, se precipitaron como un rayo desde la cumbre de la montaña, y cayeron sobre el campamento de los infieles, esgrimiendo la lanza y el alfanje.

      Y al fin de la jornada, no quedó ni un solo hombre entre los infieles que pudiese ir a contar el desastre a los que estaban encerrados tras de los muros de Constantinia.

      Exterminados los cristianos, se apoderaron los musulmanes de todo el botín y de todas las riquezas, y descansaron aquella noche, celebrando el triunfo y dando gracias a Alah por sus beneficios.

      Y al llegar al mañana, Daul'makán dijo a los jefes del ejército:

      "Marchemos inmediatamente a Constantinia para unirnos al gran chambelán, que sitia la ciudad con un número muy reducido de fuerzas. Pues si los sitiados supieran que estamos aquí, harían una salida, convencidos de cuán inferiores son a ellos en número los musulmanes, y esta salida sería muy funesta para nuestros hermanos.

      Y levantaron el campo, marchando apresuradamente hacia Constantinia, mientras Daul'makán, para animar a sus guerreros, improvisó las siguientes estrofas: ¡Oh Señor! No te ofrezco mi alabanza, puesto que eres la gloria y la alabanza, y no has dejado de llevarme de la mano por el camino difícil.

      Me diste la riqueza y los bienes, me concediste con tu gracia un trono, y has armado mi brazo con la poderosa espada de las victorias.

      Me entregaste un imperio cuya sombra es considerable, y me has colmado con el exceso de tu generosidad.

      Me sostuviste siendo extranjero, en los países extranjeros, y fuiste mi fiador cuando estaba tan oscurecido entre los desconocidos. ¡Gloria a Ti! Has adornado mi frente com tu triunfo, hemos aplastado com tu ayuda a los rumís, que niegan tu poder, y los hemos perseguido como a rebaño en dispersión. ¡Gloria a ti! Pronunciaste contra las filas de los impíos la palabra de tu ira, y helos aquí, para siempre ebrios, no con la fermentación generosa de los vinos, sino con la copa de la muerte. ¡Y si algunos de los creyentes cayeron en la batalla, han logrado la inmortalidad y están sentados bajo las frondas felices del Paráíso, a orillas del río de miel perfumada!

      Cuando Daul'makán acabó de recitar estos versos, durante la marcha de las tropas, se vió a lo lejos una polvareda negra, que al aproximarse…

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

       PERO CUANDO LLEGO LA 101ª NOCHE

      Ella dijo:

      Se vió a lo lejos una polvareda negra, que al aproximarse dejó aparecer a la Madre de todas las Calamidades, siempre bajo el aspecto de un asceta. Y todos se apresuraron a besarle las manos. Y ella llorando les dijo:

      "¡Sabed la desdicha, oh pueblo de los creyentes! ¡Y sobre todo, apresurad la marcha! ¡Vuestros hermanos han sido atacados de improviso en sus tiendas por fuerzas considerables de los sitiados, y están en completa derrota. ¡Corred, pues, en su ayuda, pues de otro modo no encontraréis ni rastro del chambelán y sus guerreros!"

      Daul'makán y Scharkán sintieron que el corazón se les desgarraba a fuerza de palpitaciones, y en el colmo de la consternación se arrodillaron delante del santo asceta, y le besaron los pies. Y todos los guerreros lanzaron amargas exclamaciones de dolor.

      Pero no obró de este modo el gran visir Dandán, pues fué el único que no bajó del caballo, ni besó los pies ni las manos del asceta. Y en alta voz, y delante de todos los jefes, dijo: "¡Por Alah! ¡Oh musulmanes! mi corazón siente una invencible aversión hacia ese extraño asceta. y pienso que es uno de los réprobos que están desterrados de la puerta de la misericordia divina! ¡Rechazad a ese brujo maldito! ¡Creed al anciano compañero del difunto rey Omar Al-Nemán! ¡Despreciad a ese réprobo y apresurémonos a ir a Constantinia!"

      Pero Scharkán dijo al visir: "Aleja de tu espíritu esas sospechas equivocadas. Bien se conoce que no viste, como yo lo he visto, a ese santo asceta excitar el valor de los musulmanes durante la pelea y afrontar sin temor las espadas y las lanzas. Procura pues, no calumniar a este santo, porque ya sabes cuán censurable es la maledicencia y el ataque dirigido contra todo hombre de bien. Y advierte que si n o l e ayudase Alah, no tendría esa fuerza ni esa resistencia, ni lo habría salvado de los tormentos del subterráneo".

      Y dichas estas palabras mandó Scharkán que diesen al asceta una hermosa mula suntuosamente enjaezada. Y le dijo: "Monta en esa mula, ¡oh padre! el más santo de los ascetas". Pero la vieja maldita exclamó:

      "¿Cómo

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