El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
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Cuando el visir Dandán hubo recitado estos versos, los dos reyes aceptaron su parecer, y dieron la señal de la partida. Y todo el ejército se puso en marcha, con sus jefes a la cabeza.
Y anduvieron sin descanso, atravesaron grandes llanuras abrasadas por el sol, en las cuales sólo crecía una hierba amarillenta, única vegetación de aquellas soledades habitadas por la presencia de Alah. Y al cabo de seis días de una marcha fatigosa por aquellos desiertos sin agua, acabaron por llegar a un país bendecido por el Creador.
Delante de ellos se extendían unas praderas llenas de frescura, regadas por arroyos numerosos, y donde florecían árboles frutales. Esta comarca, por donde corrían las gacelas y en donde cantaban las aves, semejaba un paraíso con sus grandes árboles ebrios de rocío, y cuyas ramas estaban cuajadas de flores que sonreían, a la brisa, como dice el poeta: ¡Escucha, niño mío! El musgo del jardín se tiende dichoso bajo la caricia de las flores dormidas. Es una gran alfombra de esmeraldas, con reflejos adorables. ¡Cierra los ojos, niño mío! ¡Oye como canta el agua al pie de las cañas! ¡Ah! ¡Cierra los ojos! ¡Jardines! ¡Vergeles! ¡Arroyos! ¡Yo os adoro! ¡Oh arroyo querido! Bajo las sombras de los sauces inclinados, brillas al sol como una mejilla. ¡Agua del arroyo que te ciñes a los tallos de las flores, tus burbujas forman cascabeles de plata! ¡Y vosotras, flores exquisitas, coronad a mi amado…!
Y extasiado con aquellas delicias,
Daul'makán dijo a Scharkán: "¡Oh hermano mío! no creo que hayas visto en Damasco jardines tan hermosos. Descansemos aquí dos o tres días, para que nuestros soldados respiren aire puro y beban esa agua tan dulce, a fin de que puedan luchar mejor con los descreídos". Y a Scharkán le pareció que la idea era excelente.
Y a los dos días, cuando iban a levantar las tiendas, oyeron voces a lo lejos. Y les dijeron que era una caravana de mercaderes de Damasco que regresaba a su tierra, y a quienes los soldados querían castigar por haber comerciado con los infieles.
Precisamente en aquel momento llegaban los mercaderes, rodeados por los soldados. Y se echaron a los pies de Daul'makán, y le dijeron: "¡Venimos del país de los infieles, que nos han respetado no perjudicándonos en nuestras personas ni en nuestros bienes, y he aquí que ahora nuestros hermanos nos saquean y nos maltratan en país musulmán!"
Y sacaron el salvoconducto del rey de Constantinia, y se lo alargaron a Daul'makán, que lo leyó, lo mismo que Scharkán. Y Scharkán dijo: "Lo que os hayan quitado se os devolverá en el acto. Pero ¿por qué habéis ido a comerciar con los infieles?" Entonces los falsos mercaderes contestaron: "¡Oh señor nuestro! ¡Alah nos ha llevado al país de los cristianos para obtener una victoria más importante que las de tus ejércitos y que cuantas has ganado!" Y Scharkán preguntó:
"¿Cuál es esa victoria, ¡oh musulmanes!?" Y ellos replicaron: "No podemos hablar de ella más que en un sitio seguro, libres de todo oído indiscreto; pues si llegara a extenderse esta nueva, ningún musulmán podría, ni en tiempo de paz, poner los pies en el país de los cristianos".
Al oír estas palabras, Daul'makán y Scharkán llevaron a los mercaderes a una tienda aislada. Entonces los mercaderes…
En este momento de su narración,
Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 95a NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que entonces los mercaderes contaron a los dos hermanos la historia inventada por la Madre de todas las Calamidades. Y los dos hermanos se conmovieron profundamente al saber los suplicios del santo asceta y cómo pudieron salvarle del subterráneo. Pero preguntaron a los mercaderes: "¿Dónde está ese santo asceta? ¿Lo habéis dejado en el monasterio?" Y ellos contestaron: "Cuando matamos al monje guardián del monasterio, nos apresuramos a encerrar al santo en un cajón, lo cargamos en uno de nuestros mulos, y huímos en seguida. Y ahora lo vamos a poner en vuestras manos. Y antes de huir del monasterio, pudimos comprobar que encerraba quintales y quintales de oro, y de plata, y de pedrerías, y joyas de todas clases. Pero de todo esto os podrá hablar mejor que nosotros el santo asceta dentro de unos instantes".
Entonces los mercaderes se apresuraron a descargar el mulo, abrieron el cajón, y presentaron al santo asceta ante los dos hermanos. Y apareció tan negro como una cañafístula, por lo mucho que había enflaquecido y se había arrugado, y llevaba en la piel las cicatrices de los latigazos, que parecían huellas de cadenas hundidas en la carne. Al verlo (¡en realidad era la vieja Madre de todas las Calamidades!), los dos hermanos se convencieron de que tenían delante al más santo de los ascetas, sobre todo cuando vieron que su frente brillaba como el sol, gracias al ungüento misterioso con que se había untado la piel. Y adelantaron hacia la vieja maldita, y le besaron fervorosamente las manos y los pies, pidiéndole su bendición, y hasta se pusieron a sollozar, por lo mucho que les conmovían los padecimientos sufridos por la que creían que era un santo asceta. Entonces la Madre de todas las Calamidades les hizo seña de que se levantaran, y les dijo: "¡Cesad de llorar, y oíd mis palabras!" Los dos hermanos obedecieron en seguida, y ella dijo:
"Sabed que en lo que se refiere a mi persona, me someto a la voluntad del Señor, puesto que los males que me envía no son más que pruebas a que someto mi paciencia y mi humildad. ¡Sea bendito y glorificado!
Porque el que no sabe soportar las pruebas del Muy Bueno, no llegará nunca a gustar las delicias del Paraíso. Y si ahora me alegro de verme libre, no es porque se hayan acabado mis sufrimientos, sino por verme junto a mis hermanos los musulmanes y porque confío en morir entre los guerreros que luchan por la causa del Islam. ¡Y los creyentes que sucumben en la guerra santa no mueren, pues su alma es inmortal!"
Entonces los dos hermanos volvieron a besarle las manos fervorosamente, y quisieron ordenar que le dieran de comer, pero ella se negó. Y les dijo: "Estoy ayunando desde hace quince años. Ahora que Alah me ha otorgado tantas mercedes, no he de ser tan impío que corte mi ayuno y mi abstinencia, pero acaso al ponerse el sol tome un bocado".
Al oír esto ya no insistieron más, pero al anochecer mandaron preparar manjares y se los llevaron personalmente, pero la maldita se negó otra vez, diciendo: "¡No es hora de comer, sino de rezar al Muy Poderoso!" Y en seguida hizo como que rezaba en medio del mihrab. Y así estuvo orando toda la noche, y lo mismo las dos siguientes. Entonces los dos hermanos sintieron hacia ella una gran veneración, y seguían creyéndola un hombre, tomándola por un santo asceta. Y le dieron una tienda magnífica para ella sola, con servidores especiales y cocineros. Y al tercer día, como insistiera en no probar alimento, fueron personalmente los dos hermanos a servirla, y mandaron traer cuantas cosas agradables podían desear la vista y el alma.
Pero la vieja maldita no quiso tocar nada, y sólo comió un pedazo de pan y un poco de sal. Así es que el respeto de los dos hermanos se acrecentó hasta el límite del respeto, y Scharkán dijo a Daul'makán:
"¡Este hombre ha renunciado a todos los goces del mundo! ¡Si la guerra no me obligase a combatir a los descreídos, me consagraría por completo a su devoción y le seguiría toda mi vida para atraerme sus bendiciones! Pero vamos a rogarle que nos diga algo, pues mañana tenemos que marchar contra Constantinia, y será una buena acción para aprovecharnos de sus palabras". Entonces el gran visir Dandán dijo:
"También quisiera oír a ese santo asceta y rogarle que rece por mí, a fin de que pueda encontrar la muerte en la guerra santa y presentarme al Señor, pues estoy