El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
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Nosotros, volviendo grupas, los atacaremos, y así se verán cercados por todas partes; y ni uno de ellos se librará de nuestro alfanje cuando gritemos: ¡Alah akbar!
El visir y el gran chambelán pusieron inmediatamente en ejecución el plan que se les había ordenado. Y fueron a tomar posiciones en el valle de la Montaña Humeante, donde al principio se habían emboscado los guerreros cristianos procedentes del mar, que luego se habían juntado con el resto del ejército, lo cual había de ocasionar su pérdida, pues el plan de la Madre de todas las Calamidades era el mejor.
Y por la mañana, los guerreros de uno y otro bando estaban de pie y sobre las armas.
Y por encima de las tiendas de ambos campamentos flotaban los pabellones y brillaban las cruces.
Y los guerreros empezaron por rezar sus oraciones.
Los creyentes oyeron la lectura del primer capítulo del Corán, el capítulo de la Vaca; y los descreídos invocaron al Mesías, hijo de Mariam, y se purificaron con las defecaciones del patriarca, aunque seguramente falsificadas, dada la gran cantidad de soldados fumigados. ¡Pero tal fumigación no los había de salvar del alfanje!
En efecto, dada la señal, la lucha volvió a empezar más terrible. Las cabezas volaban como pelotas; los miembros alfombraron el suelo, y la sangre corrió a torrentes, de tal modo que llegaba hasta el pecho de los caballos.
Pero súbitamente, como a consecuencia de un pánico considerable, los musulmanes, que hasta entonces habían combatido como héroes, volvieron la espalda y huyeron todos, desde el primero hasta el último.
Al ver huir al ejército musulmán, el rey Afridonios de Constantinia despachó un correo al rey Hardobios, cuyas tropas no habían tomado hasta entonces parte de batalla. Y le decía: "He aquí que huye el enemigo porque nos ha hecho invencibles el incienso supremo de las defecaciones patriarcales con el cual nos habíamos fumigado, untándonos las barbas y los bigotes. Ahora, ¡a vosotros corresponde completar la victoria, emprendiendo la persecución de esos musulmanes y exterminándolos hasta el último! Y así vengaremos la muerte de nuestro campeón Lucas…"
En este momento de su narración,
Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGÒ LA 92a NOCHE
Ella dijo:
"¡Y así vengaremos la muerte de nuestro campeón Lucas!" Entonces el rey Hardobios, que no aguardaba más que la ocasión de vengar la muerte de su hija, gritó a los soldados: "¡Sus a esos musulmanes que huyen como mujeres!" Pero no sabía que aquello era una estrategia del príncipe Scharkán, el valiente entre los valientes, y de su hermano Daul'makán.
Efectivamente, cuando los cristianos mandados por el rey Hardobios llegaron hasta los musulmanes, éstos se detuvieron, y Daul'makán les gritó:
"¡Oh musulmanes! ¡he aquí el día de la religión! ¡He aquí el día en que ganaréis el paraíso! ¡Porque el paraíso no se gana más que a la sombra de los alfanjes!"
Entonces se precipitaron como leones, y aquel día no fué para los cristianos el día de la vejez, pues fueron segados sin haber tenido tiempo para verse encanecer el pelo.
Pero las hazañas realizadas por Scharkán en aquella batalla superaban a toda expresión. Y mientras destrozaba todo lo que se le ponía por delante. Daul'makán mandó izar el pabellón verde, y quiso lanzarse también a la pelea. Pero Scharkán se acercó velozmente a él, y le dijo: "¡Oh hermano mío! no debes exponerte a los azares de la lucha, pues eres necesario para el gobierno de tu imperio. Así es que desde ahora no me separaré de ti, y me batiré a tu lado defendiéndote contra todos los ataques".
Y los guerreros musulmanes mandados por el visir y el gran chambelán se desplegaron en semicírculo al ver la señal convenida, y cortaron al ejército cristiano toda probabilidad de salvarse embarcándose en sus naves. De modo que la lucha trabada en tales condiciones no podía ser dudosa. Y los cristianos fueron terriblemente exterminados por los musulmanes, kurdos, persos, turcos y árabes. Y fueron poquísimos los que pudieron escapar. Pues ciento veinte mil de aquellos cerdos encontraron la muerte, y los otros lograron escapar en dirección a Constantinia.
Esto en cuanto a los griegos del rey Hardobios.
Pero en lo que se refiere a los del rey Afridonios, que se habían retirado a las alturas seguros del exterminio de los musulmanes, ¡cuál no sería su dolor al ver la fuga de sus compañeros!
Aquel día, además de la victoria, los creyentes ganaron una enorme cantidad de botín. Se apoderaron de todos los navíos, excepto veinte que pudieron volver a Constantinia para anunciar el desastre.
Además cogieron todas las riquezas y todos los objetos de valor acumulados en aquellas naves; cincuenta mil caballos con sus jaeces; las tiendas, víveres, armas y una cantidad incalculable de cosas que no podría expresarse en guarismos. Así es que su alegría fué inmensa, y dieron las gracias a Alah por aquella victoria y por aquel botín. ¡Esto en cuanto a los musulmanes!
En cuanto a los fugitivos, acabaron por llegar a Constantinia con el alma atormentada por el cuervo de los desastres. Y la ciudad quedó sumida en la aflicción, y en todos los edificios y en las iglesias se pusieron colgaduras de luto. La población se sublevó, formando grupos y lanzando gritos sediciosos. Aumentó aquella desesperación al ver que sólo regresaban veinte naves y veinte mil hombre de todo el ejército.
Entonces la población acusó de traidores a sus reyes. Y la confusión del rey Afridonios fué tan grande, y tal su terror, que la nariz se le alargó hasta los pies, y el saco del estómago se le volvió…
En este momento de su narración,
Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 93° NOCHE
Ella dijo:
La nariz se le alargó hasta los pies, y el saco del estómago se le volvió del revés, y el intestino se le aflojó, y el contenido se le salió. Entonces mandó llamar a la Madre de todas las Calamidades para pedirle consejo acerca de lo que le quedaba que hacer. Y la vieja llegó en seguida.
Y la Madre de todas las Calamidades, causa real de todas estas desdichas, era una vieja horrorosa, astuta, hecha de maldiciones; su boca era un basurero; sus ojos legañosos; su cara negra como la noche; sarnoso su cuerpo, su cabellera una suciedad; su espalda encorvada y su piel todo arrugas. Una plaga entre las peores plagas, y una víbora entre las víboras más venenosas.
Y esta vieja horrible pasaba la mayor parte del tiempo en el palacio del rey Hardobios, a causa del gran número de esclavos jóvenes que allí había, tanto varones como hembras.
Obligaba a los esclavos a cabalgarla; y le gustaba también cabalgar a las esclavas; pues prefería a todo lo del mundo el cosquilleo de aquellas vírgenes y el roce de su cuerpo juvenil con el suyo.
Era extraordinariamente experta en este arte del cosquilleo. Sabía chuparles como un vampiro las partes delicadas, y titilarles agradablemente