El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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El libro de las mil noches y una noche - Anonimo

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(Entiendo por pueblos primitivos todos aquellos que aún no tienen una mancha en la carne o en el espíritu, y que vinieron al mundo bajo la sonrisa de la Belleza).

      Además, la literatura árabe ignora totalmente ese producto odioso de la vejez espiritual: la intención pornográfica. Los árabes ven todas las cosas bajo el aspecto hilarante. Su sentido erótico sólo conduce a la alegría. Y ríen de todo corazón, como niños, allí donde un puritano gemiría de escándalo.

      Todo artista que ha vagabundeado por Oriente y cultivado con amor los bancos calados de los adorables cafés populares en las verdaderas ciudades musulmanas y árabes; el viejo Cairo con sus calles llenas de sombra, siempre frescas; los zocos de Damasco, Sana del Yemen, Mascata o Bagdad; todo aquel que ha dormido en la estera inmaculada del beduíno de Palmira, que ha partido el pan y saboreado la sal fraternalmente en la soledad gloriosa del desierto, con Ibn Rachid, el suntuoso, tipo neto del árabe auténtico, o que ha gustado la exquisitez de una charla de simplicidad antigua con el puro descendiente del Profeta, el cherif Hussein ben Ali ben Aoun, emir de la Meca santa, ha podido notar la expresión de las pintorescas fisonomías reunidas. Un sentimiento único domina a toda la asistencia: una hilaridad loca. Ella flamea con vitales estallidos ante las palabras gruesas y libres del heroico cuentista público que en el centro del café o de la plaza gesticula, mima, se pasea o brinca para dar mayor expresión a su relato en medio de los espectadores risueños… Y se apodera de vosotros la general embriaguez suscitada por las palabras y los sonidos imitativos, el humo del tabaco que hace soñar, la esencia afrodisíaca que parece flotante en el espacio, el subolor discreto del haschich, último regalo de Alah a los hombres… Y os sentís navegantes aéreos en la frescura de la noche.

      Allí nadie aplaude. Ese gesto bárbaro, inarmónico y feroz, vestigio indiscutible de razas ancestrales y antropófagas que danzaban en torno del poste de colores de la víctima y del cual ha hecho Europa un signo de la horrible alegría burguesa amontonada bajo el gas o la electricidad de las salas públicas, es completamente desconocido.

      El árabe, ante una música compuesta de notas de cañas y flautas, ante un lamento de kanoun, un canto de muezzin o de almea, un cuento subido de color, un poema de aliteraciones en cascadas, un perfume sutil de jazmín, una danza de flor movida por la brisa, un vuelo de pájaro o la desnudez de ámbar y perla de una abultada cortesana de formas ondulosas y ojos de estrella, responde en sordina o a toda voz con un ¡ah! ¡ah!… largo, sabiamente modulado, extático, arquitectónico.

      Y esto se debe a que el árabe no es más que un instintivo; pero afinado, exquisito.

      Ama la línea pura y la adivina con su imaginación cuando es irreal.

      Pero es parco en palabras y sueña… sueña. Y ahora, amigos míos…

      Yo os prometo, sin miedo de mentir, que el telón va a levantarse sobre la más asombrosa, la más complicada y la más espléndida visión que haya alumbrado jamás sobre la nieve del papel el frágil útil del cuentista.

      Doctor J. C. MARDRUS.

       ¡AQUELLO QUE QUIERA ALAH! ¡EN EL NOMBRE DE ALAH EL CLEMENTE, EL MISERICORDIOSO!

      ¡La alabanza a Alah, amo del Universo! ¡Y la plegaria y la paz para el príncipe de los enviados, nuestro señor y soberano Mohamed!

      Y, para todos los tuyos, la plegaria y la paz siempre unidas esencialmente hasta el día de la recompensa. ¡Y después…! que las leyendas de los antiguos sean una lección para los modernos, a fin de que el hombre aprenda en los sucesos que ocurren a otros que no son él.

      Entonces respetará y comparará con atención las palabras de los pueblos pasados y lo que a él le ocurra y se reprimirá.

      Por esto ¡gloria a quien guarda los relatos de los primeros como lección dedicada a los últimos!

      De estas lecciones han sido entresacados los cuentos que se llaman Mil noches y una noche, y todo lo que hay en ellos de cosas extraordinarias y de máximas.

       HISTORIA DEL REY SCHAHRIAR Y SU HERMANO EL REY SCHAHZAMAN

      Cuéntase pero Alah es más sabio, más prudente más poderoso y más benéfico que en lo que transcurrió en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo un rey entre los reyes de Sassan, en las islas de la India y de la China . Era dueño de ejércitos y señor de auxiliares, de servidores y de un séquito' numeroso. Tenía dos hijos, y ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valía más aún que el menor. El mayor reinó en los países, gobernó con justicia entre los hombres y por eso le querían los habitantes del país y del reino. Llamábase el rey Schahriar . Su hermano, llamado Schahzaman , era el rey de Salamarcanda TIAjam.

      Siguiendo las cosas el mismo curso, residieron cada uno en su país, y gobernaron con justicia a sus ovejas durante veinte años.

      Y llegaron ambos hasta el límite del desarrollo y el florecimiento.

      No dejaron de ser así, hasta que el mayor sintió vehementes deseos de ver a su hermano. Entonces ordenó a su visir que partiese y volviese con él. El visir contestó:

      "Escucho y obedezco".

      Partió, pues, y llegó felizmente por la gracia de Alah; entró en casa de Schahzaman, le transmitió la paz, le dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y que el objeto de su viaje era invitar a su hermano. El rey Schahzaman contestó:

      "Escucho y obedezco".

      Dispuso los preparativos de la partida, mandando sacar sus tiendas, sus camellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y auxiliares. Nombró a su visir gobernador del reino y salió en demanda de las comarcas de su hermano.

      Pero a medianoche recordó una cosa que había olvidado; volvió a su palacio apresuradamente, y encontró a su esposa tendida en el lecho abrazada con un negro, esclavo entre los esclavos. Al ver tal cosa, el mundo se oscureció ante sus ojos.

      Y se dijo: "Si ha sobrevenido tal aventura cuando apenas acabo de dejar la ciudad, ¿cuál sería la conducta de esta libertina si me ausentase algún tiempo para estar con mi hermano?" Desenvainó inmediatamente su alfanje, y acometiendo a ambos, los dejó muertos sobre los tapices del lecho. Volvió a salir sin perder una hora ni un instante, y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó de noche hasta avistar la ciudad de su hermano.

      Entonces éste se alegró de su proximidad, salió a su encuentro, y al recibirlo, le deseó la paz. Se regocijó hasta los mayores límites del contento, mandó adornar en honor suyo la ciudad y se puso a hablarle lleno de efusión.

      Pero el rey Schahzaman recordaba la aventura de su esposa, y una nube de tristeza le velaba la faz. Su tez se había puesto pálida y su cuerpo se había debilitado.

      Al verle de tal modo, el rey Schahriar creyó en su alma que aquello se debía a haberse alejado de su reino y de su país, y lo dejaba estar, sin preguntarle nada. Al fin, un día, le dijo: "Hermano, tu cuerpo enflaquece y tu cara amarillea". Y el otro respondió: "¡Ay, hermano, tengo en mi interior como una llaga en carne viva!" Pero no le reveló lo que le había ocurrido con su esposa.

      El rey Schahriar le dijo: "Quisiera que me acompañes a cazar a pie y a caballo, pues así tal vez se esparciera tu espíritu". El rey Schahzaman no quiso aceptar, y su hermano se fué solo a la cacería.

      Había

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