Dios en Sarajevo. Gerardo López Laguna
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Importantes por su fondo fueron las palabras del risayat islámico, Sr. Muharem Omerdic: «En nombre de Dios, Señor de Señores. Queridos amigos constructores de la paz, la paz sea con vosotros (...) Los creyentes judíos, cristianos y musulmanes procedemos de una Palabra común. adoramos un solo Dios y no adoramos a nadie más. La vida en común es posible desde el respeto y la mutua comprensión. (...) es la fe en Dios, también hoy, la que nos permite esperar en el futuro y en la paz».
Un sacerdote ortodoxo, delegado del obispo de la ciudad, sacerdote al que vería en la calle muchas veces durante mis estancias del año siguiente y que demostraba gran valor y serenidad pues parece que estaba solo en Sarajevo como representante de su confesión, ligada al pueblo serbio, pronunció también palabras de paz de origen sobrenatural: «que Dios esté con todos vosotros. Sed benditos todos los que venís en nombre de la paz y para una misión de paz. Jesús decía: benditos los constructores de la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios. Estas mismas palabras os han traído hoy a vosotros a este lugar desde la diversidad de vuestras tierras y países (...) os expresamos nuestro saludo y os aseguramos nuestra oración (...)».
El rabino de la ciudad asimismo manifestaba en sus palabras el deseo de que aquella presencia internacional pacífica diera como resultado algún cambio en la situación: «No son sólo las bombas las que matan; está también el hambre. Esperamos más ayuda a partir de vuestra iniciativa».
Después de estas intervenciones, volvieron a tomar la palabra los primeros oradores, y tras un gesto simbólico en el que se entregó a cada uno de los responsables religiosos un pan con la palabra mir (paz) escrita en ellos, se dirigió a todos los asistentes el obispo Bello. Con claridad expresó en su breve discurso la esperanza de que esta iniciativa fuera el inicio creciente de otras del mismo o parecido tenor: «la noviolencia activa comienza a ser algo más que una expresión hermosa». Luego dijo unas palabras curiosas que sin embargo definen un hecho real del que habría que escudriñar sus motivos, sus posibilidades: «esta marcha es una ONU patas arriba. La ONU de los poderosos sólo puede entrar en Sarajevo bajo la protección de las armas y antes de las 16,00 horas. La ONU de los pobres ha entrado sin armas ni protección a las 19,00 horas (...)».
El ser humano es complejo, pero está hecho para el amor porque ha sido creado por el Amor: es cierto que en estas permisiones por parte de gentes aguerridas y curtidas en la violencia, estas permisiones por las que pudimos entrar allí, atravesar check-point, etc, al igual que en otras circunstancias otras gentes de paz han podido moverse para ayudar a enfermos, rescatar niños... en estas permisiones, decía, han podido pesar cálculos políticos, propagandísticos, temor a consecuencias internacionales y otros muchos factores no-personales; pero también es cierto que en estos hechos han intervenido, no pocas veces, las decisiones personales de tales o cuales personas que, en medio de la contradicción interior que supone la aceptación de la lógica de la guerra, han visto con respeto, con simpatía incluso, la presencia de seres humanos a los que no movía una facción u otra, un interés político o comercial, sino que estaban allí por algo más profundo por lo que arriesgaban la vida. Esto, que en ocasiones ha provocado a la ira, en otras ha sido el verdadero motor de un acercamiento y una protección ni siquiera buscadas. La llamada diplomacia popular que se postulaba en aquellos círculos pacifistas de origen cristiano, consistía precisamente en entablar contactos con los bandos en litigio al margen de las instituciones, de las que cualquiera podía legítimamente sospechar que no eran movidas por un auténtico interés por la paz verdadera, por el respeto real de las vidas, por los sufrimientos padecidos, sino por intereses estratégicos, equilibrios de poder, o francos y aberrantes intereses comerciales.
A este respecto conviene recordar que en aquella iniciativa, corta y veloz en su desarrollo, se intentó algo de este tipo: la comitiva de autobuses iba acompañada de dos ambulancias, pero no para nuestro uso, sino para dejarlas en Bosnia como ayuda humanitaria. Una de ellas fue donada a la ciudad de Sarajevo; la otra fue entregada para servicio de los heridos serbios. Un grupo de diez integrantes de la marcha, con uno de los sacerdotes italianos responsables de la misma, se había dirigido a una ciudad de mayoría serbia llamada Didja que en aquel momento sufría asedio por parte de fuerzas croatas. Allí habían intentado transmitir el mismo mensaje que en Sarajevo: la paz es posible si los hombres lo quieren así; la guerra no es la solución de los conflictos... Proclamas manidas pero que allí, Dios lo sabe, tenían otro peso, pues eran sostenidas por hombres que, en principio ajenos al conflicto, sin embargo estaban presentes en él sin ganar nada tangible a cambio.
Cuando concluyeron las intervenciones en el cine Radnik, el tiempo ya se nos había echado encima. Era más de la una de la tarde y los serbios nos habían dado las dos como plazo para dejarnos salir. Antes del final, todavía en el interior del local, lo que eran unas explosiones lejanas y disparos también lejanos, se convirtieron en el estruendo de un bombardeo, lo cual provocó que los cantos de los congregados allí, también arreciaran. La vuelta por las calles hasta el gimnasio donde esperaban los autobuses fue rápida: así nos condujeron los guías bosnios visiblemente nerviosos ante la caída de las bombas de mortero. Las despedidas fueron también rápidas; la ayuda humanitaria quedó en el gimnasio, a disposición de los miembros del Centro Internacional para la Paz, y tras subir a los autobuses emprendimos el regreso por las calles de la ciudad donde saludábamos a muchos viandantes que nos miraban y respondían, no pocos con perplejidad. La salida fue bastante impresionante, no sólo porque el bombardeo continuaba sino porque a la luz del día atravesamos esos barrios de las afueras, el terreno de nadie por el que habíamos entrado de noche... Tres kilómetros de frente hasta llegar al aeropuerto, sin un alma y con todas las viviendas —muchísimas— absolutamente destrozadas, calcinadas. Amasijos de ruinas. La guerra.
Llegados nuevamente al puesto de control de las milicias serbias, otra vez revisión de pasaportes, aunque más distendido que el día anterior. Después de esta parada volvimos a la localidad de Kiseljak donde algunos de la marcha que habían quedado allí por diversas circunstancias también vivieron la tensión de la guerra: el día anterior, tras nuestra partida, las milicias serbias atacaron las barricadas que rodeaban el pueblo, defendido por tropas bosnias y croatas, aunque el intento fracasó.
Nueva despedida, esta vez a los amables habitantes de Kiseljak, y nuevamente subida a los autobuses para emprender el regreso hasta Makarska, donde llegamos bien entrada la madrugada. Al día siguiente, 13 de Diciembre, nos dirigiríamos a la ciudad portuaria de Zadar para volver a Italia, pero lo haríamos en otros autobuses. Así pues nos despedimos del conductor que nos había llevado y traído de Sarajevo no sin antes pasar la bolsa entre nosotros para hacer una colecta como signo de gratitud al valor y la buena voluntad de ese hombre. Signo y realidad, pues las cosas estaban realmente mal allí en cuanto a la obtención de lo necesario para subsistir. Dormimos tres horas escasas y en los nuevos autobuses viajamos hasta Zadar, ciudad costera bastante tranquila a la que sin embargo también había llegado la guerra: sacos terreros, edificios dañados por la bombas, barricadas de alambrada de espinos... Allí por fin embarcamos en una nave italiana que nos trasladaría otra vez a Ancona. La travesía, esta vez sí, fue muy tranquila. Lógicamente sufríamos una cierta exaltación emocional, a la vez que un gran cansancio; pero esto fue ocasión para intensas conversaciones entre nosotros. En aquel momento no aparecía de ningún modo la palabra fracaso. Tampoco había por qué. Pero sí faltó una serena relativización de la experiencia, un situarla humildemente en su lugar: real para las almas, nuestras y de algún otro; meramente simbólica en cuanto a los efectos de esa guerra concreta. Esto, la reducción a simbolismo, sí podría haberse corregido en cuanto la iniciativa hubiera supuesto un comenzar a actuar audazmente en esa dirección: presentarse incansablemente en el lugar mismo de la guerra de una y mil maneras. En el corazón de los responsables de la marcha era esta la intención. De hecho se pusieron en movimiento inmediatamente en este sentido. Páginas adelante trataremos de esto y de lo que dio de sí.