Una mirada al libro electrónico. Isabel Galina Russell
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Un texto, cualquier texto, por más extenso que sea, como la Suma teológica de santo Tomás de Aquino o La montaña mágica de Thomas Mann, es, para una computadora, una línea continua de caracteres. Ahí no hay páginas ni párrafos, sólo una sucesión ininterrumpida de letras y espacios, unas tras otros, para ser leída por el procesador. De hecho, la metáfora de la página es bastante tardía en la historia de la computación y de la digitalización del texto, y se asocia con la aparición de la pantalla, primero, y con el surgimiento de internet, después, como veremos más adelante.
Recordemos que las primeras computadoras carecían de pantalla y, por lo mismo, eran alimentadas no a través de una línea de caracteres sino de tarjetas perforadas. Las primeras pantallas de computadora tienen hoy cerca de sesenta años y su forma inicial se inspiraba en las pantallas de televisión. Sin embargo, la idea de una pantalla en la que se representa una página sólo emerge, en términos estrictos, hasta la entrada de internet, en que el espacio en la pantalla es referido como “página”. Pero, como señala Vandendorpe,
la página, sin embargo, no posee por completo las características de su antepasada, como se la conoce en el mundo impreso. En un soporte en papel, la página es una entidad material de dimensiones fijas que encierra un segmento de texto cuya cantidad de caracteres es más o menos constante en el interior de un mismo libro. Constituye un espacio en el cual va a alinearse el texto hasta la saturación.11
Es evidente que, en cuanto un texto es digitalizado, “la página”, con sus características tanto físicas como conceptuales, se dilata de muchas maneras. La “página web” —aunque en realidad cualquier “página” producida por una computadora— puede contener tanto texto como se quiera. Es decir, definir cuánto texto aparecerá en una página es una decisión de formato, de representación, pero no una característica del texto digital. Este último es, definido de manera general, “información codificada como caracteres o secuencia de caracteres”.12 Sin embargo, lo que es relevante aquí es lo siguiente:
la forma digital del texto lo define como un objeto sobre el cual las computadoras pueden operar algorítmicamente, para cargarlo de sentido e información. Un texto digital es información codificada y una codificación tiene una sintaxis que gobierna el orden de los signos físicos de los que está hecha. En principio, por lo tanto, el texto digital está marcado por la sintaxis de su codificación.13
Para un texto digital, una página es, simple y llanamente, una codificación definida por su sintaxis. Dicho de otro modo, una representación operada algorítmicamente.
Lo anterior significa que lo que llamamos páginas en los textos digitales, su segmentación para adecuarse a una pantalla, es una operación computacional que puede variar no sólo según el dispositivo o la pantalla en la que el texto debe ser desplegado, sino incluso dentro de un mismo dispositivo y una misma pantalla en función del software que utilice, de si sostiene el equipo de manera horizontal o vertical, o de si el usuario modifica el tamaño de letra u alguna otra característica de configuración. La naturaleza de los textos digitales hace que el libro electrónico no pueda definirse con base en el criterio del número de páginas necesarias para conformar un volumen o un cuerpo. Más que desaparecer, con el texto digital la página se torna un término relativo. En un dispositivo de lectura como el Kindle, por ejemplo, el avance de la lectura no se expresa siempre al indicar la página sino de acuerdo con el porcentaje de avance respecto del total. En cuanto esto ocurre, es evidente que la definición tradicional de libro, dependiente todavía de su concepción material y ligada a la idea de página, no es ya la más adecuada para definir lo que es un libro en la era del libro electrónico.
La definición de libro a la que recurrimos al principio de este capítulo, “Obra con extensión suficiente para formar volumen, que puede aparecer impresa o en otro soporte”, no da cuenta de la transformación que supone el libro electrónico, pues insiste en la definición por extensión cuando ésta, en el texto digital, es por completo relativa.
¿De qué otra manera puede definirse el libro para que pueda comprenderse no únicamente como lo ha sido a lo largo de la historia, sino también a partir de la transformación por la que transita? ¿Una definición que, sin apelar a la extensión física, describa al libro tanto en su condición de texto como en su relación con los sucesivos soportes en los que aparece?
La versión francesa de la Wikipedia ofrece la siguiente definición del libro, luego de enumerar diversas definiciones históricas: “El libro es un objeto técnico que prolonga las capacidades humanas de comunicación más allá del espacio y del tiempo. Permite comunicar el sentido de acuerdo con una forma material particular”.14 Lo interesante de esta aproximación al libro es que lo comprende como una función a la que queda subordinada la forma material con la que se alcanza; es decir, el libro como un constructo humano hecho con una finalidad específica (comunicar más allá del espacio y el tiempo), para lo cual echa mano de un soporte material que primero fue el códice, después el volumen y luego el formato electrónico. Es una función similar a la que en el ya lejano 1984 se refería Umberto Eco para defender la permanencia del libro ante la emergencia de las computadoras: “Los libros seguirán siendo indispensables no sólo para la literatura sino para cualquier circunstancia en la que uno deba leer con atención, no sólo recibir información sino también especular y reflexionar sobre ella”.15
Aunque la afirmación de Eco se produce décadas antes de que aparezca el primer dispositivo de lectura de libros electrónicos, la idea de que los libros tienen una función —y posibilitan un modo de lectura con ese propósito— coincide con la idea del libro como objeto técnico. Una obra humana hecha con fines específicos que cumple —y puede seguir cumpliendo— una función a través de distintas formas materiales. De la misma manera que un reloj, que continúa dando la hora, ya sea de manera análoga o digital, el libro es un artefacto que seguirá comunicando, dando sustento a la literatura, a la lectura informativa y reflexiva, en formato material o digital.
No es nuestro objetivo establecer una definición definitiva de libro. Sabemos que ésta cambiará de manera muy rápida, en la medida en que se popularice el consumo de libros electrónicos y se desarrolle una cultura alrededor de ellos, redefiniendo la relación de estos nuevos libros con los libros impresos, y la de ésos con los primeros. Sin embargo, para los fines de nuestra discusión, podemos adoptar como definición incompleta de libro la última que enunciamos, aquella que lo define como objeto técnico, como producto humano desarrollado con fines específicos de comunicación textual, más allá del tiempo y el espacio, para lo cual adopta distintas formas materiales. Sabemos que esta definición atiende a una parte de lo que es un libro, incluso como artefacto, al reducirlo a su funcionalidad comunicativa. Tiene la ventaja, primaria para nosotros, de separarlo de su condición material sin limitarlo al texto. Esto es fundamental porque en la comprensión del libro electrónico, como de cualquier libro, es preciso dar cuenta tanto de su condición textual como de la relación del texto con su transmisión material, que en el caso del ebook será objeto también de análisis.
Nos parece que definir el libro a partir de su función, en lugar de hacerlo en relación con el texto (que como vimos se comprende de otra forma cuando es digital) o con su condición material (que también se altera), permite mostrar, siguiendo el paralelismo con el reloj digital, que el cambio en la materialidad y, en consecuencia, en todo aquello que se modifica a partir de ésta: la lectura, la comercialización, la cultura crítica, las formas de preservación, etcétera, no implican una supresión del libro como tal sino una transformación en la manera de cumplir su función; es decir, no se trata de la desaparición de la cultura del libro ni de la tradición textual en la que nos hemos formado. Por el contrario, se trataría más bien de su expansión, de alcanzar horizontes que la materialidad del libro y la concepción material del libro impiden.
Con el reloj digital el tiempo no cambió. Todavía hoy hacemos citas a las seis de la tarde, a las cuales llegamos puntuales gracias