Una mirada al libro electrónico. Isabel Galina Russell
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Los libros electrónicos, en todos sus formatos y posibilidades, son parte de un nuevo umbral para la cultura. Forman parte de una nueva era de la cultura textual aun en formación que, como la abierta por los relojes de alta precisión, permite avizorar modos de lectura, crítica y conocimiento mucho más sofisticados y complejos que los actuales.
Pero, ¿qué es, en realidad, un libro electrónico?
Hasta aquí abordamos en términos generales lo que es un libro. Enfrentemos ahora el reto de hablar del libro electrónico y de una posible definición del mismo con todos los problemas y complicaciones que conlleva esta tarea. Comencemos, pues, por la más obvia de todas estas complicaciones: la amplitud y la ambigüedad del término mismo de libro electrónico.
La verdad es que podríamos comprender por “libro electrónico”, de un modo absolutamente llano, todo archivo electrónico que represente un libro. Eso significa que tal nombre puede dársele lo mismo a un archivo PDF (Portable Document Format), un archivo .doc, una colección de archivos de imagen JPG en que aparezcan las páginas de un libro, páginas HTML (HyperText Markup Language) o XML (eXtensible Markup Languajes) en que se haya transcrito un libro, al igual que los archivos ePub que utilizan la mayoría de los lectores de libros electrónicos, el archivo azw que utiliza Amazon y sus lectores, o los archivos mobi que pueden leerse en varios dispositivos, incluido Kindle, hasta los libros que constituyen una app (abreviatura de application software), diseñados y desarrollados para ensanchar la experiencia de la lectura sobre todo en tabletas o teléfonos celulares.
Si bien todos esos formatos pueden ser considerados en general libros electrónicos, existe la tendencia a reservar el término para aquellos archivos ideados con el fin de representar libros dentro de un dispositivo electrónico de lectura. Al respecto, se suele asumir que hay una relación entre la existencia del dispositivo de lectura y la aparición del libro electrónico pues, como veremos después con más detenimiento, es hasta que convergen una serie de factores —cierto tipo de lector, una amplia gama de oferta digital y la facilidad de adquirir los libros por internet— que se popularizó la noción de libro electrónico.
Pero tal restricción es ciertamente frágil, como casi todo en el mundo digital. Hoy un libro electrónico en cualquiera de los formatos que utilizan los lectores, por ejemplo el ePub, puede leerse también en una computadora, para las que ya se desarrollaron aplicaciones con ese fin, y ocurre hoy asimismo que la mayoría de los otros formatos electrónicos mencionados, como PDF o Word, además se pueden leer en casi todos los dispositivos electrónicos de lectura. De modo que la restricción es más una convención heredada de ciertas limitaciones tecnológicas del pasado que el producto de una limitación actual.
Como vemos, la facilidad con la que se convierten los archivos electrónicos a otros formatos dificulta establecer con claridad a cuáles de ellos corresponde lo que llamamos —o deberíamos llamar— libros electrónicos. No obstante, debemos establecer alguna delimitación para avanzar en la comprensión de lo que es —y quizás en un tiempo llegará a ser plenamente— un libro electrónico. Por eso es apropiado restringir la idea de libro electrónico al grupo de archivos ePub, azw, mobi y otros más diseñados para los dispositivos de lectura, así como a los libros en formato app —que no son tan populares pero que ofrecen una solución a cierto tipo de libros, como los infantiles—, en razón de, al menos, tres grandes aspectos: la experiencia de la lectura, la composición de los archivos y la protección de los derechos de autor.
La primera de todas estas razones es quizá la menos sencilla de expresar objetivamente, pues ¿de qué hablamos al referirnos a experiencia de lectura?
Para poder leer en un dispositivo electrónico de lectura (el libro en papel es un dispositivo de lectura) se requieren como mínimo tres elementos: el dispositivo mismo, el software de lectura y el archivo a leer. La conjunción de estos tres elementos produce una experiencia de lectura específica, que es diferente si utilizamos otro dispositivo, otro software u otro archivo. Por ejemplo, un archivo .doc leído a través de Word, como normalmente se hace en la pantalla de una computadora, produce una cierta experiencia de lectura que se orienta más a la escritura que a la lectura como tal (está pensada y planeada para eso). Cuando intentamos orientarlo más a la lectura, es necesario convertir el archivo .doc en un archivo más apropiado para la lectura o bien transformar la representación del documento en la pantalla para hacerlo más legible. Lo mismo pasa con los pdf. Aunque pueden leerse en casi todos los dispositivos de lectura, la experiencia es distinta y sobre todo limitada en relación con otros formatos. Al ser archivos que en sus comienzos representaban el texto como imagen, su adaptabilidad al texto para la lectura en pantalla tiene complicaciones: por ejemplo, no siempre puede incrementarse el tamaño de la letra sin que a su vez se modifique el de la imagen, la estructura de la página no se adapta a la pantalla ya que es rígida, etcétera. Esto mismo es válido incluso para el formato PDF ePub que hoy se comercializa en distintas librerías virtuales, porque éste todavía privilegia mantener la estructura de la página como si fuera una imagen de una página de papel sobre la posibilidad de que la página se ajuste a la pantalla. En cuanto a los dispositivos, hay al menos dos grandes tipos: los que utilizan tinta electrónica, que son conocidos como e-readers, y los que usan una pantalla que arroja luz (pantallas de computadoras, tabletas y teléfonos celulares). Leer en un tipo de pantalla o en otro cambia por supuesto la manera en que se experimenta la lectura, debido a que afecta el tiempo en que nos extendemos leyendo, la comodidad o la dificultad para hacerlo, si lo hacemos en el día o en la noche, con la luz de la habitación prendida o apagada (los e-readers que emplean tinta electrónica no se pueden leer con la luz apagada, por ejemplo, pero las tabletas sí). Lo mismo pasa con el software: alguno permite hacer anotaciones, otro subrayar o pasar las páginas de un modo, por ejemplo arrastrando el dedo sobre la pantalla. En suma, la experiencia de la lectura es una combinación de factores que la aproximan o la alejan de la vivencia que tenemos al leer en papel.
Aunque no hay forma de describir por completo la experiencia de la lectura en papel como un estándar, es posible decir que ésta es el referente con el que comparamos la lectura digital. En términos de esa comparación es factible afirmar que un libro electrónico es un archivo electrónico que, leído mediante un dispositivo de lectura que maneja un cierto software, ofrece una experiencia de lectura semejante a la de un libro en papel. La semejanza comprende muchos aspectos vinculados con la forma ergonómica del dispositivo (pesa como un libro, por ejemplo), el modo en que se avanza sobre la lectura (como si pasáramos las páginas), lo que podemos hacer con el texto (subrayarlo), etcétera. Se entiende que esa experiencia nunca podrá ser idéntica, porque hay cualidades de los libros electrónicos que los libros en papel nunca podrán tener (aumentar o reducir el tamaño de la letra, por ejemplo), y viceversa, acomodarlo en un librero. Pero el punto es que a diferencia de los formatos para escritura y de las representaciones de la imagen de los libros, los archivos como el ePub o las app diseñadas para dispositivos de lectura ofrecen una experiencia que es más parecida a la lectura en papel. La combinación de los tres elementos: el dispositivo, el software y el archivo, propician que la lectura preserve buena parte de su naturaleza a pesar de volverse digital.
Aceptada esta idea, llamaremos libros electrónicos a aquellos formatos que ofrecen una experiencia de lectura más cercana a la del libro cuando se leen a través de un software en un dispositivo de lectura. Los más conocidos son PDF, ePub, DjVu, azw y mobi, entre muchos otros desarrollados en exclusiva por ciertas marcas, y las app diseñadas para texto sobre las que nos explayaremos más adelante.
Sin embargo, como señalamos antes, esta no es la única razón por la que reservamos el nombre de libro electrónico a tales archivos. Hay otras dos que ya enumeramos: la composición misma de los archivos y la protección de los derechos de autor.
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