Hibridismo cultural. Peter Burke

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Hibridismo cultural - Peter  Burke Universitaria

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como una guía de modales para presentarse y actuar de forma adecuada en la corte. Así lo indica el análisis de las transformaciones producidas en las ediciones posteriores no controladas por el autor, las traducciones o adaptaciones a otras lenguas, las imitaciones de otros autores y las formas de lectura activa detectadas en algunos casos. Para tratar este último punto, especialmente escurridizo, el historiador recogió información relativa a más de trescientos lectores, a través de inventarios de bibliotecas particulares de la época y rastreando individualmente los ejemplares conservados hasta la actualidad, en algunos casos subrayados y anotados por los lectores. De este modo, su trabajo se situaba de lleno en la historia del libro más reciente, al estilo de la que practicaban Robert Darnton y Roger Chartier. Sin renunciar a los métodos cuantitativos, de nuevo en forma de prosopografía, y manteniendo el interés por las mentalidades (pues las formas de lectura remitían a ciertos hábitos de pensamiento y supuestos implícitos) Burke se centraba en el análisis de la recepción y para ello se servía de nociones como «apropiación» (Paul Ricoeur), «discurso» (Michel Foucault) y «recontextualización» (Michel de Certeau), muy influyentes en los historiadores con los que dialogaba. Nuestro autor volvió a ponerlas a prueba en un estudio más general sobre la recepción del Renacimiento italiano en Europa, una obra publicada tres años después del estudio sobre El Cortesano. Antes de comentarla, conviene sin embargo discutir un trabajo previo de importancia en parte teórica, que ayudará a entender mejor los problemas y soluciones planteados en este periodo de experimentación fértil, pero también insegura sobre las bases y el futuro de la historia cultural.

      Formas de historia cultural (1997) era una nueva compilación de ensayos en los que las reflexiones sobre la historia cultural se unieron a estudios breves sobre varios grupos de temas y problemas que habían preocupado al autor desde finales de los años setenta. El primero entronca con el interés por el potencial de la psicología histórica para tratar cuestiones generalmente desatendidas por los historiadores, como las formas de pensar, percibir y recordar. Inspirándose en el psicoanálisis y en la historia de las mentalidades, pero intentando ir más allá de las explicaciones universales y de la noción de representaciones colectivas homogéneas, en los capítulos sobre los sueños, los recuerdos, la risa y los gestos Burke incidía en las pautas culturales, categorías y representaciones colectivas, como la base sobre la que se modelaban las expresiones individuales concretas. Clave para estudiar la relación entre modelos culturales y comportamientos individuales eran las nociones de esquema (fórmula por la que se representa un acontecimiento o persona en términos de otro) y de estereotipo, que Burke consideró también en estudios separados sobre las figuras alegóricas y analogías empleadas en la historiografía de la primera Edad Moderna[31]. En otro capítulo dedicado a los relatos de viajes, el autor observaba la importancia de los estereotipos habituales del Otro en la expresión de las experiencias individuales y concluía reafirmando su posición intermedia entre la consideración positivista de esos relatos como descripciones de la realidad y la constructivista que los vería como una mera invención; para Burke, lo que el análisis de la relación entre el relato individual y las fórmulas de narración revelaba era la distancia que separa la cultura del observador y el intento que éste hace para traducir lo desconocido a términos familiares.

      Un segundo bloque de trabajos recogidos en este libro se ocupaba de tratar los puntos de conexión entre prácticas culturales habitualmente analizadas en términos de categorías contrapuestas, como lo privado y lo público, popular y erudito. Así, el estudio de la utilización de los espacios urbanos en la Génova de los siglos XVI y XVII cuestionaba las interpretaciones contrapuestas de una evolución lineal (fuera de declive o de construcción de lo público) de Richard Sennett y Jürgen Habermas. Por su parte, el viejo tema de la cultura alta y la popular se planteaba ahora para subrayar que ni el Renacimiento era un fenómeno completamente ajeno a la cultura popular (como recordaba el libro de Bajtin sobre Rabelais), ni el impacto del Renacimiento se limitó a las elites (la incidencia de los poemas épicos de Ariosto y Tasso en la cultura oral lo demostraba). Este último tema era ampliado y profundizado en un artículo publicado por esas fechas que destacaba las interrelaciones entre la cultura oral y la escrita a partir de la noción de interfaz de Jack Goody[32]. Las relaciones entre culturas geográficamente distantes eran examinadas en un tercer grupo de ensayos, especialmente atentos a los trasplantes y las mezclas culturales entre Europa y el Nuevo Mundo. Desde el carnaval brasileño y la penetración de los libros de caballerías en ese país, que por razones familiares se convirtió en suyo a partir de finales de los ochenta, Burke se introdujo de lleno en problemas relacionados con el sincretismo, los encuentros culturales y la importancia de los lugares de frontera, centrales en su trabajo desde entonces.

      El modelo del encuentro es un elemento fundamental de las reflexiones teóricas sobre la historia cultural que enmarcaban este libro. El primer y último capítulo de Formas de historia cultural trazaban un recorrido de la historia de la historia cultural desde los primeros autores renacentistas hasta el «giro cultural» de la última década. Como el autor señalaba en el prólogo, lo que pretendía era dialogar con los autores clásicos de la historia cultural y con los teóricos contemporáneos con el fin de sentar bases para un nuevo modelo de estudio capaz de combinar la unidad con la variedad. Burckhardt y Huizinga habían buscado la interrelación de los temas tratados (arte, literatura, ideas, sentimientos, símbolos), ofreciendo un cuadro de conjunto de las culturas estudiadas. Frente a ese modelo homogéneo que ignoraba las diferencias, los enfrentamientos y la pluralidad, en la nueva historia cultural (o «historia antropológica») destacaba la variedad: se trataba la cultura en plural (incluyendo la erudita y la popular, las subculturas y las contraculturas), se ampliaban los temas y problemas de estudio y se insistía menos en las tradiciones que en la transmisión cultural. Para Burke, uno de los problemas fundamentales de la nueva historia cultural era que la variedad se había producido en detrimento de la unidad, con estudiosos que optaban incluso por la fragmentación para evitar la construcción de cuadros excesivamente coherentes. Pero el historiador británico se mostraba firme al defender que la labor esencial de la historia cultural era precisamente mostrar las conexiones entre distintos aspectos de una cultura, algo que implicaba atender a la unidad sin obviar la diversidad.

      En este programa de historia total resultaba particularmente útil el modelo de los encuentros culturales, elaborado principalmente desde los estudios coloniales. Tal como lo exponía aquí, este modelo se ocupaba de la manera en que unas culturas perciben a las otras, en el modo de comunicarse y entenderse (o no) entre sí y en la forma de relacionarse, que podía incluir una gama muy amplia de situaciones entre la asimilación plena y el rechazo. El estudio de los encuentros culturales entroncaba con la noción de recepción activa sobre la que el autor trabajaba desde hacía unos años. Asociada con teóricos como De Certeau, esta noción ponía el acento sobre la transmisión cultural, considerando que ésta suponía necesariamente la adaptación creativa de los receptores. La idea de apropiación, más que simple reproducción cultural, acercaba el estudio de la recepción al de los modos de pensamiento o esquemas mentales, que en la percepción de novedades actuaban como filtro para aceptar unos elementos y no otros. En este sentido, el modelo del encuentro iba unido a otro de cambio social, basado en la incorporación de elementos exógenos a la cultura estudiada. Siguiendo al antropólogo Marshall Sahlins, destacaba que la percepción de lo nuevo en términos de lo antiguo acaba resultando a menudo insostenible a largo plazo y convirtiéndose en factor fundamental de cambio. En cierto modo, su planteamiento no estaba muy alejado de la noción de paradigma de Thomas Kuhn, según la cual las novedades podían ir debilitando las viejas estructuras hasta que el orden tradicional se resquebrajaba cuando ya no podía asimilar más novedades.

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