Objetivo Principal: La Forja de Luke Stone — Libro n° 1. Джек Марс

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Objetivo Principal: La Forja de Luke Stone — Libro n° 1 - Джек Марс

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vacantes de empleo. Pregunta dentro.

      —Si no quieres unirte a mí, apuesto a que se te presentan muchas otras oportunidades.

      Luke sacudió la cabeza. Luego se echó a reír.

      —Este ha sido un día extraño —dijo.

      Don asintió. —Bueno, está a punto de volverse aún más extraño. Aquí va otra sorpresa, esta es un regalo. No quería dártelo en el hospital porque los hospitales son lugares horribles. Especialmente los hospitales de la VA (Asociación de Veteranos).

      De pie frente al coche había una hermosa joven, con cabello largo y castaño. Miró a Luke con lágrimas en los ojos. Llevaba una chaqueta ligera, abierta para revelar una camisa premamá. La mujer estaba muy embarazada.

      Del hijo de Luke.

      Luke tardó una fracción de segundo en reconocerla, algo que nunca le revelaría a nadie, ni siquiera bajo pena de tortura. Su mente no había funcionado bien en las últimas semanas y ella estaba fuera de lugar en este terreno baldío de unos aparcamientos. No esperaba verla aquí. Su presencia era irreal, de otro mundo.

      Rebecca.

      —Oh, Dios mío —dijo Luke.

      —Sí —dijo Don. —Tal vez quieras ir a saludarla antes de que ella encuentre a alguien mejor. ¿Por aquí? No tardará mucho.

      —¿Por qué... por qué la has traído aquí?

      Don se encogió de hombros. Miró alrededor del aparcamiento del Burger King.

      —Es más romántico que reunirse con ella en la base.

      Luke salió del coche, parecía ir flotando hacia ella. Se abrazaron y él la abrazó durante mucho rato, de forma interminable, no quería dejarla ir.

      Por primera vez, Luke sintió que las lágrimas corrían por su propia cara. Respiró profundamente. Se sentía muy bien abrazándola. No habló, no podía pensar en una sola palabra que decir.

      Ella lo miró y le limpió las lágrimas de la cara.

      —¿No es genial? —dijo ella. —Don ha dicho que vas a trabajar para él.

      Luke asintió sin hablar. Parecía que se había resuelto, entonces. Don y Becca habían tomado la decisión por él.

      —Te quiero tanto, Luke —dijo ella. —Estoy muy contenta de que esta vida militar haya terminado.

      CAPÍTULO SEIS

      3 de mayo

      7:15 hora del Este

      Sede del Equipo de Respuesta Especial

      McLean, Virginia — Suburbios de Washington, DC

      —Creo que podría tener algo para ti —dijo Don Morris.

      Estaban sentados en la nueva oficina de Don. El lugar comenzaba a tomar forma. Había fotos de su esposa e hijos en el escritorio, lazos enmarcados y proclamaciones en las paredes. El escritorio en sí era una amplia extensión de roble reluciente. Encima de él había una consola porta-teléfono, un monitor de ordenador, un teléfono móvil, un teléfono por satélite y no mucho más. Don no creía mucho en el papeleo.

      —Algo para sacarte un poco del campo. Pareces un poco inquieto desde que llegaste aquí, esto podría arreglarlo.

      Luke lo miró fijamente. Era casi como si Don acabara de leer su mente. Don le había hecho un favor al darle este trabajo, Luke lo sabía. Era un salvavidas arrojado a un hombre que se ahogaba, pero Luke ya estaba avanzando lentamente hacia la puerta. Habían sido semanas de sentarse y hablar, como mucho. Luke estaba aburrido. Aunque eso estaba bien, el peligro era que, si continuaba demasiado tiempo, comenzaría a volverse loco. El trabajo de inteligencia desde un escritorio no era para él, eso estaba empezando a quedar muy claro.

      —Soy todo oídos —dijo Luke.

      Don hizo un gesto hacia la puerta abierta de su oficina. —Vamos a bajar a la entrada.

      Luke siguió a Don por el estrecho pasillo hasta la sala de conferencias, que estaba muy iluminada, en el otro extremo. Este pequeño complejo de oficinas había sido una delegación de la Oficina de Vivienda y Desarrollo Urbano seis meses atrás. Don estaba trabajando para arrastrar el edificio un poco hacia el siglo XXI.

      Con eso en mente, un joven alto con una cola de caballo y extrañas gafas de aviador recicladas, colgaba una pantalla plana en una pared. Otra pantalla ya estaba instalada en la pared opuesta, con los cables conectados a un panel de control en la larga mesa de conferencias. El chico llevaba una camiseta roja, blanca y azul, vaqueros y zapatillas altas Converse All-Star.

      Luke apenas lo miró, supuso que era un técnico de una agencia de contratistas del gobierno, o posiblemente algún técnico de las profundidades del FBI.

      —Luke, ¿conoces a Mark Swann? —dijo Don, casualmente, echando por tierra esos pensamientos. —Es nuestro nuevo diseñador y operador de sistemas, a cargo de nuestras redes de inteligencia, Internet, conexiones por satélite... Mark va a tener un montón de trabajo, al menos durante un tiempo. Mark Swann, este es el Agente Luke Stone. Luke es nuestro primer agente de campo, aunque estamos a punto de contratar a un par más.

      El chico se dio la vuelta. Era flaco, tenía patas de alambre. La parte delantera de su camiseta de la bandera estadounidense decía: —¡Somos el Número 31!

      Los ojos del chico se encontraron con los de Luke, quien lo evaluó rápidamente. Era joven, quizás unos veintipocos, parecía incluso más joven. Estaba lleno de seguridad hasta el borde de la arrogancia. Era inteligente, probablemente había sido un chiflado de la informática en el instituto. Él y Luke iban a estar en diferentes departamentos. De lo que se ocuparía este chico sería del equipo: desmontarlo, volverlo a montar, hacer que funcionara. Probablemente nunca había participado en un momento de violencia en toda su vida y podría no haber siquiera presenciado tales momentos.

      Se estrecharon las manos.

      —Somos el número treinta y uno, ¿verdad? —dijo Luke. —¿En qué somos el número treinta y uno?

      El chico se encogió de hombros y sonrió.

      —No lo sé, tío, tal vez puedas adivinarlo.

      Luke casi se rio.

      —No puedo adivinarlo —dijo. —Tal vez puedas ayudarme un poco.

      —En salud —dijo el chico. —Somos el número treinta y uno en salud, según la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo, somos el número uno en gastos de atención médica, si buscas algo de lo que estar orgulloso.

      Luke todavía sostenía la mano del chico.

      —Me enorgullecería romperte algunos huesos y ver el buen trabajo que hacen los médicos estadounidenses para soldarlos de nuevo. Pero es probable que prefieras arreglártelos en México.

      Swann echó la mano hacia atrás. —En Cuba, tal vez. O en Canadá.

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