Objetivo Principal: La Forja de Luke Stone — Libro n° 1. Джек Марс

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Objetivo Principal: La Forja de Luke Stone — Libro n° 1 - Джек Марс

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de su hija y estaba enorme.

      Vivía en un alojamiento básico, a medio kilómetro de Luke y Becca. La casa era un pequeño chalé de tres habitaciones, en un vecindario de casas exactamente idénticas. Wayne estaba muerto y ella estaba allí porque no tenía dónde ir.

      Le llevó a Luke su té en una pequeña taza decorada, la versión adulta de las tazas que usan las niñas cuando juegan a fiestas del té imaginarias. Ella se sentó frente a él en la sala de estar, amueblada de forma austera. El sofá era un futón que podía convertirse en una cama doble para invitados.

      Luke había visto dos veces antes a Katie, ambas veces durante cinco minutos o menos. No la había visto desde antes de estar embarazada.

      —Eras el gran amigo de Wayne —dijo ella.

      —Sí, lo era.

      Ella se quedó mirando su taza de té, como si tal vez Wayne estuviera flotando en el fondo.

      —Y estabas en la misión donde murió —no era una pregunta.

      —Sí.

      —¿Lo viste? ¿Lo viste morir?

      A Luke no le estaba gustando la dirección que estaban tomando estas preguntas. ¿Cómo responder a una pregunta así? Luke no vio los disparos que mataron a Wayne, pero le había visto morir, de acuerdo. Daría cualquier cosa por no haberlo visto.

      —Sí.

      —¿Cómo murió? —preguntó ella.

      —Murió como un hombre, como un soldado.

      Ella asintió, pero no dijo nada. Tal vez esa no era la respuesta que estaba buscando, pero Luke no quería ir más lejos.

      —¿Sufrió? —dijo ella.

      Luke sacudió la cabeza. —No.

      Ella lo miró a los ojos. Sus ojos estaban rojos y llenos de lágrimas. Había una tristeza terrible en ellos. —¿Cómo puedes saberlo?

      —Hable con él, me dijo que te dijera que te amaba.

      Era una mentira, por supuesto. Wayne no había logrado pronunciar una oración completa, pero era una mentira piadosa. Luke creía que Wayne lo habría dicho, si hubiera podido.

      —¿Es por eso que has venido hasta aquí, Sargento Stone? —dijo ella. —¿Para decirme eso?

      Luke cogió una bocanada de aire.

      —Antes de que muriera, Wayne me pidió que fuera el padrino de vuestra hija —dijo Luke. —Acepté y estoy aquí para honrar ese compromiso. Tu hija nacerá pronto y quiero ayudarte a superar esta situación en todo lo que pueda.

      Hubo una larga y silenciosa pausa entre ellos. La pausa se alargó más y más tiempo.

      Finalmente, Katie negó con la cabeza, sólo un poco, y habló en voz baja.

      —Nunca podría dejar que un hombre como tú fuera el padrino de mi hija. Wayne está muerto por culpa de hombres como tú. Mi niña nunca tendrá un padre por culpa de hombres como tú, ¿lo entiendes? Estoy aquí porque todavía tengo atención médica, así que mi bebé nacerá aquí. ¿Pero después de eso? Voy a correr lo más lejos posible del Ejército y de gente como tú, tanto como pueda. Wayne fue un estúpido por involucrarse en esto y yo fui una estúpida por aceptarlo. No tienes por qué preocuparte, Sargento Stone, no tienes ninguna responsabilidad conmigo. Tú no eres el padrino de mi bebé.

      Luke no pudo pensar en una sola cosa que decir. Miró su taza y vio que ya se había terminado su té. Puso la taza de té sobre la mesa. Ella la recogió y movió su cuerpo hacia la puerta de la pequeña casa. Abrió la puerta y la mantuvo abierta.

      —Que pases un buen día, Sargento Stone.

      Él la miró fijamente.

      Ella empezó a llorar. Su voz era más suave que nunca.

      —Por favor, sal de mi casa. Sal de mi vida.

      * * *

      La cena fue monótona y triste.

      Se sentaron frente a la mesa, sin hablar. Ella había hecho pollo relleno y espárragos y estaba bueno. Le había abierto una cerveza y la había vertido en un vaso, todo por complacerle.

      Estaban comiendo en silencio, casi como si las cosas fueran normales.

      Pero no podía mirarla.

      Había una pistola de color negro mate de nueve milímetros en la mesa, cerca de su mano derecha. Estaba cargada.

      —Luke, ¿estás bien?

      El asintió. —Sí, estoy bien —le dio un sorbo a su cerveza.

      —¿Por qué está tu arma sobre la mesa?

      Finalmente, él la miró. Era hermosa y, por supuesto, él la amaba. Estaba embarazada de su hijo y llevaba una blusa premamá con estampado de flores. Casi podría llorar por su belleza y por el poder de su amor por ella. Lo sintió intensamente, como una ola rompiendo contra las rocas.

      —Uh, está ahí por si la necesito, nena.

      —¿Por qué ibas a necesitarla? Sólo estamos cenando. Estamos en la base, a salvo, nadie puede…

      —¿Te molesta? —dijo.

      Ella se encogió de hombros. Deslizó un pequeño trozo de pollo dentro de su boca. Becca comía lenta y cuidadosamente. Comía en pequeños bocados y a menudo le llevaba mucho tiempo terminarse la cena. No se tomaba la comida como otras personas lo hacían, a Luke le encantaba eso de ella. Era una de sus diferencias. Procuraba ​​masticar bien su comida.

      La observó masticar a cámara lenta. Sus dientes eran grandes, tenía dientes de conejo. Era bonito, entrañable.

      —Sí, un poco —dijo ella. —Nunca has hecho eso antes. ¿Tienes miedo de que...?

      Luke sacudió la cabeza. —No le tengo miedo a nada. Tenemos un hijo en camino, ¿de acuerdo? Es importante que mantengamos a nuestro hijo a salvo, es nuestra responsabilidad. Es un mundo peligroso, Becca, por si no lo sabías.

      Luke asintió ante la verdad de lo que estaba diciendo. Cada vez más, comenzaba a percibir los peligros a su alrededor. Había cuchillos afilados para preparar la cena en el cajón de la cocina. Había cuchillos de corte y un gran cuchillo de carnicero en un bloque de madera en la encimera. Había unas tijeras en el armario detrás del espejo del baño.

      El coche tenía frenos y alguien podría cortar fácilmente los cables de los frenos. Si Luke sabía cómo hacerlo, mucha otra gente sabría. Y había mucha gente que quería ajustar cuentas con Luke Stone.

      Casi parecía como si...

      Becca estaba llorando. Apartó la silla de la mesa y se levantó. Su rostro se había vuelto carmesí en los últimos diez segundos.

      —¿Cariño? ¿Qué pasa?

      —Tú

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