Si Ella Huyera. Блейк Пирс
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Preocupada ahora, dejó la portátil. Parecía que algo pasaba con él. Y ahora ella no estaba simplemente irritada con sus preguntas, también se estaba asustando.
—Tengo unas amigas que vienen más tarde a tomar café —mintió—. No estoy segura de cuándo, sin embargo. La mayoría de las veces simplemente se dejan caer cuando quieren.
Para esto no hubo respuesta y le infundió más miedo que ninguna otra cosa. Lentamente, Karen rodó su silla hacia atrás y se levantó. Caminó hasta la entrada que conectaba su despacho con la sala de estar. Se asomó al interior para ver qué estaba haciendo.
No estaba allí. Las herramientas de su oficio todavía estaban allí, pero a él no se le veía por ningún lado.
Llama a la policía…
El pensamiento pasó como saeta por su mente y lo acogió como un buen consejo. Pero también sabía que tenía tendencia a sobredimensionar las cosas. Quizás el hombre había ido hasta su camioneta o algo parecido.
No creo, pensó. ¿Escuchaste el sonido de la puerta al abrir y cerrar? Además, ha estado muy conversador desde el principio. Te hubiera dicho que iba a salir…
Se paralizó a unos pasos de la sala de estar. —Oiga —dijo, su voz temblaba un poco—, ¿adónde se ha ido?
No hubo respuesta.
Algo está mal, gritó la voz en su cabeza. ¡Llama a la policía ya!
Con el terror expandiéndose en su interior, Karen retrocedió, apartándose lentamente de la sala de estar. Comenzó a volverse hacia la oficina donde se hallaba su celular, colocado sobre su escritorio.
Al volverse, chocó con algo duro. Apenas tuvo chance de percibir el olor a sudor.
Fue entonces cuando algo rodeó su cuello, apretando con fuerza.
Karen Hopkins luchó, forcejeando contra lo que rodeaba su cuello, fuese lo que fuese. Pero mientras más luchaba, más apretado lo sentía. Era áspero, cortante y se iba enterrando a medida que se resistía. Sintió que un hilillo de sangre corría por su pecho al tiempo que se le hacía difícil respirar.
Luchó a pesar de todo, haciendo lo que podía para arrastrar al atacante a la oficina para así poder agarrar su celular. Sentía que más sangre brotaba de su cuello, no demasiado, solo un hilo. La cosa alrededor de su cuello apretó aún más. Lentamente fue cayendo a poco más de un metro de su escritorio. En ese momento, todo lo que sus ojos podían ver era la pantalla de la portátil delante de ella. Esa pantalla blanca, con un correo inconcluso que ya nunca enviaría.
Observó cómo titilaba el cursor de manera insistente, aguardando la siguiente palabra.
Pero esa palabra nunca sería escrita.
CAPÍTULO UNO
Una de las muchas cosas que sorprendían a Kate Wise en este, el quincuagésimo quinto año de vida (a pocas semanas del quincuagésimo sexto), era que prepararse para una cita nunca dejaba de hacerla sentir de nuevo como una adolescente insegura. ¿Estaba correcto su maquillaje? ¿Era demasiado? ¿Debería comenzar a teñir más oscuro su cabello para combatir las canas que parecían estar ganando lentamente la batalla sobre su cabellera? ¿Debería llevar un sujetador que fuera totalmente cómodo o uno que fuera fácil de quitar para Alan cuando la cita llegara a su final?
Era una especie de deliciosa ansiedad, una que le recordaba que había pasado por esto antes. En su primer año de casada. Pero ahora con Alan, el primer hombre con el que había salido desde que Michael murió, se había visto obligada a aprender de nuevo cómo salir en una cita.
Con Alan, rápidamente eso se estaba haciendo cada vez más fácil. Ambos estaban a la mitad de la cincuentena, asi que había un sentido de urgencia en cada cita —la idea implícita de que si esto iba a ir más allá de las citas, necesitaban poner todo su empeño. Hasta ahora, superando algunos obstáculos aquí y allá, habían hecho exactamente eso. Y a estas alturas, había sido sin duda increíble.
La cita de esta noche iba a ser cena, película, y regreso a la casa de ella, donde pasarían la noche juntos. Eso era otra cosa que su edad les permitía hacer al salir en una cita: saltarse el iremos-no-iremos cuando se trataba del dormitorio. La respuesta en los últimos meses había sido un inequívoco sí —un sí que se producía al final de casi cada cita (algo más que sorprendía a Kate al salir a una cita a la edad de cincuenta y cinco).
Al aplicarse el labial —solo un poco, como sabía que a Alan le gustaba—, golpes a la puerta la desconcertaron. Miró su reloj y vio que eran solo las 6:35, veinticinco minutos más temprano que la hora en la que esperaba a Alan.
Ella sonrió, suponiendo que él había venido temprano. Quizás quería cambiar el orden de la cita y hacer lo del dormitorio primero. Sería lamentable desvestirse después de haberse vestido, pero valdría la pena. Con una sonrisa en su rostro, salió del dormitorio, atravesó la casa y atendió la puerta.
Al ver que era Melissa, varias emociones alternaron con rapidez: sorpresa, decepción, y luego preocupación. Melissa cargaba el asiento portátil en su diestra desde donde la pequeña Michelle observaba. Cuando los ojos de Michelle descubrieron a su abuela, la miró y comenzó a estirar los brazos, abriendo y cerrando sus manecitas.
—Melissa, hola —dijo Kate—. Pasa, pasa.
Melissa lo hizo, frunciendo el ceño al mirar a su madre. —Diablos. ¿Vas a salir? ¿Tienes una cita con Alan?
—Sí. Llegará en unos veinte minutos. ¿Por qué? ¿Qué pasa?
Fue entonces, al tomar ambas asiento en el sofá, cuando Kate notó que algo parecía inquietar a Melissa. —Esperaba que pudieras vigilar a Michelle esta noche.
—Melissa… adoraría hacerlo en otro momento. Lo sabes. Pero como puedes ver, ya tengo planes. ¿Está... está todo bien?
Melissa se encogió de hombros —Supongo. No sé. Terry ha estado extraño últimamente. La verdad, ha estado extraño desde que temimos por la salud de Michelle. A veces no está, ¿sabes? Se ha vuelto peor en los últimos días, y no sé ni por qué.
—Así que necesitan pasar un tiempo juntos. ¿Una cita?
Melissa meneó la cabeza, frunciendo el ceño. —No. Solo necesitamos tener una conversación. Larga y seria. Y quizás habrá gritos. Y aunque él haya estado distante últimamente, está de acuerdo conmigo en que no vamos a gritarnos con una niña en casa.
—¿Te... te está maltratando?
—No, nada de eso.
Kate miró el asiento portátil, y sacó despacio a Michelle. —Lissa, deberías haber llamado. Haberme avisado con tiempo.
—Lo hice. Lo intenté, hace como una hora. Pero sonó varias veces antes de ir al buzón de voz.
—Ah, diablos. Lo dejé en silencio después de ir hoy al dentista. Lo siento tanto.
—No, yo lo siento. Detesto pedirte este favor en el último minuto cuando tu obviamente ya tienes planes. Pero... No sé que otra cosa hacer. Lo siento si se percibe