Antes De Que Decaiga. Блейк Пирс

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Antes De Que Decaiga - Блейк Пирс страница 11

Antes De Que Decaiga - Блейк Пирс

Скачать книгу

que se envió a todos los estudiantes afectados”. Se detuvo aquí y añadió: “Sabes qué, dada la naturaleza de todo lo que ha sucedido, probablemente podría conseguir la dirección de Holland para ti. Sólo necesito hacer unas llamadas”.

      “Te lo agradecería”, dijo Mackenzie. “Pero no lo necesitamos. También yo puedo conseguir esa información. Pero muchas gracias por tu tiempo”.

      Dicho eso, Mackenzie terminó con la llamada. Ellington, sentado al borde de la cama con un zapato quitado y el otro puesto, había estado escuchando todo el tiempo.

      “¿Quién es Holland?”, preguntó.

      “William Holland”. Le contó a Ellington de lo que se había enterado gracias a su breve conversación con McMahon. Al hacerlo, también se sentó al borde de la cama. No se dio cuenta de lo cansada que estaba hasta que se le cayeron los pies del suelo.

      “Haré una llamada para obtener su información”, dijo. “Si trabaja en la universidad, es muy probable que viva por aquí”.

      “Y si es nuestro hombre”, dijo Mackenzie, “probablemente mi llamada y el mensaje que he dejado le han asustado”.

      “Entonces supongo que tenemos que movernos con rapidez”.

      Mackenzie asintió con la cabeza y se dio cuenta de que había vuelto a poner su mano sobre su estómago. Ahora era algo casi habitual, como alguien que se muerde las uñas o se golpea los nudillos con nerviosismo.

      Hay vida aquí dentro, pensó ella. Y esta vida, si los libros son correctos, está sintiendo las mismas emociones que yo siento. Está sintiendo mi ansiedad, mi felicidad, mis miedos....

      Mientras escuchaba a Ellington buscando una dirección física para William Holland, Mackenzie se preguntó por primera vez si había cometido un error al ocultarle el embarazo a McGrath. Tal vez estaba tomando un gran riesgo al seguir como agente en activo, en el campo.

      Una vez que este caso termine, se lo diré, pensó ella. Me centraré en el bebé y en mi nueva vida, y-

      Aparentemente, sus pensamientos habían captado toda su atención, porque Ellington la estaba mirando ahora, como si esperara una respuesta.

      “Lo siento”, dijo ella. “Estuve en Babia durante un minuto”.

      Ellington sonrió y le dijo: “Está bien. Tengo la dirección de William Holland. Vive aquí en la ciudad, en Northwood. ¿Te apetece hacerle una visita?”.

      Si era honesta, lo cierto es que no le apetecía. El día no había sido demasiado agotador, pero al meterse de lleno en un caso después de un viaje a Islandia y de no haber dormido mucho en las últimas treinta y seis horas, todo esto estaba empezando a afectarla. Mackenzie también sabía que el bebé que crecía dentro de ella estaba absorbiendo parte de su energía y pensar en eso la hacía sonreír de verdad.

      Además, aunque el tipo fuera digno de interrogarlo o de ponerlo bajo custodia, probablemente no tardarían tanto. Así que puso su mejor cara y se levantó.

      “Sí, vayamos a hacerle una visita”.

      Ellington se paró frente a ella, asegurándose de que estuvieran de acuerdo. “¿Estás segura? Pareces cansada. Además, hace menos de media hora que me dijiste que te sentías un tanto agotada”.

      “Está bien. Puedo hacer eso”.

      La besó en la frente y asintió. “De acuerdo, entonces. Voy a creer en tu palabra”. Con otra sonrisa, se inclinó y acarició su abdomen antes de dirigirse a la puerta.

      Está preocupado por mí, pensó ella. Y ya está tan enamorado de este niño que es abrumador. Va a ser tan buen padre...

      Sin embargo, antes de que ella pudiera aferrarse a ese pensamiento, salieron por la puerta y se dirigieron hacia el coche. Se movieron con tal rapidez y propósito que le sirvió como recordatorio de que ella no sería capaz de concentrarse verdaderamente en sus pensamientos sobre su futuro juntos hasta que este caso estuviera resuelto.

      CAPÍTULO SIETE

      Eran poco después de las siete de la tarde cuando Ellington aparcó su coche frente a la casa de William Holland. Era una pequeña casa escondida en los bordes exteriores de una coqueta subdivisión, el tipo de casa que se parecía más a una cabaña fuera de lugar que a cualquier otra cosa. Había un solo coche aparcado en el pavimento asfaltado y había varias luces encendidas dentro de la casa.

      Ellington llamó a la puerta de una manera casi asertiva. No estaba siendo grosero al respecto de ninguna manera, pero le estaba dejando claro a Mackenzie que, como estaba preocupado por su salud, él tomaría la iniciativa en casi todas las facetas del caso: conducir, llamar a las puertas, y así con todo lo demás.

      Un hombre bien cuidado que parecía tener más de cuarenta años salió a abrirles la puerta. Llevaba un par de gafas de aspecto moderno y llevaba puestos una chaqueta y unos caquis. En base al olor que salía de la puerta por detrás suyo, estaba comiendo algo de comida china para cenar.

      “¿William Holland?”, preguntó Ellington.

      “Sí. ¿Y quiénes sois vosotros?”.

      Ambos mostraron sus placas al mismo tiempo, Mackenzie dando un solo paso adelante al hacerlo. "Agentes White y Ellington, del FBI. Tenemos entendido que dejaste tu trabajo en Queen Nash hace poco tiempo”.

      “Así es”, dijo Holland con cierta incertidumbre. “Pero me siento confuso. ¿Por qué justificaría eso una visita del FBI?”.

      “¿Podemos entrar, señor Holland?”, preguntó Ellington.

      Holland se tomó un momento para pensarlo antes de ceder. “Claro que sí, pasad. Pero yo no... quiero decir, ¿de qué se trata esto?”.

      Entraron por la puerta sin contestar. Cuando Holland cerró la puerta detrás de ellos, Mackenzie tomó nota. La cerró lenta y firmemente. Estaba nervioso o asustado, o, más bien, ambas cosas.

      “Estamos aquí en la ciudad investigando dos asesinatos”, contestó finalmente Ellington. “Ambas estudiantes de Queen Nash, ambas mujeres, y, como hemos sabido hoy, ambas acudían al mismo consejero, a ti”.

      Habían entrado en la sala de estar de Holland, que no perdió ni un segundo en tirarse sobre un pequeño sillón de salón. Los miraba como si realmente no entendiera lo que le decían.

      “Esperad… ¿estás diciendo dos?”.

      “Sí”, dijo Mackenzie. “¿No lo sabías?”.

      “Sabía lo de Jo Haley. Y la única razón por la que lo supe fue porque el rector nos notifica cada vez que fallece un estudiante con el que trabajamos. ¿Quién es la otra?”.

      “Christine Lynch”, dijo Mackenzie, estudiando su cara para ver si reaccionaba. Hubo un parpadeo de reconocimiento, pero muy leve. “¿Reconoces ese nombre?”.

      “Sí. Pero yo... no consigo acordarme de su cara. Tuve más de sesenta estudiantes”.

      “Esa es la otra cuestión”, dijo Ellington. "El tuve en todo ello. Oímos que dejaste el trabajo

Скачать книгу