Stranger Things. Brenna Yovanoff
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Mientras yo pensaba que era genial, eso enloquecía a mamá. No parecía que ella pudiera superar jamás lo mucho que la irritaba que él fuera tan inteligente y tan bueno en todo, y que aun así tuviera que trabajar por las noches en las oficinas de fianzas, o que a veces no trabajara en absoluto.
Sin embargo, papá no era una persona que pudiera tener un empleo regular con horario fijo. Los trabajos que hacía eran en su mayoría ilícitos y, después del divorcio, dejó de fingir que había sido de otra manera. Dormía hasta muy tarde y pasaba las noches jugando al billar o falsificando identificaciones. La manera en que hacía dinero avergonzaba a mamá, pero tenía sentido para mí. Yo entendía cómo era saber que debías seguir las reglas, pero aun así sentirte tan atrapada que pensabas que ibas a explotar. Lo único posible era quedarse quieta y esperar, y en cuanto sonara la flauta, salir corriendo por la puerta y zumbando calle abajo.
Junto a la cuadrícula marcada para jugar en el patio, un pequeño grupo de chicas estaban en círculo, pasándose perezosamente entre ellas una pelota de goma. Eran el tipo de chicas en las que mamá probablemente deseaba convertirme, con rebecas de pana y faldas a cuadros por debajo de las rodillas. Ni siquiera usaban esmalte de uñas ni se peinaban. Dos de ellas llevaban suéter, y en lo único que pude pensar fue en lo aliviada que se sentiría mamá si supiera que había estado en lo cierto después de todo.
Por un segundo pensé en acercarme a ellas, pero ¿qué se suponía que iba a decirles? Nunca había logrado averiguar qué era lo más indicado decir para que una chica con una falda a cuadros fuera mi amiga. Qué torpe.
Pasé el resto del tiempo del almuerzo yendo de un lado a otro por el pavimento inclinado detrás de la escuela. Estaba traqueteando cuesta abajo por tercera vez cuando tuve una sensación extraña e inquietante, como si estuviera bajo reflectores en el centro de un escenario.
Había un grupo de chicos reunidos detrás de la cerca de alambre. Y me miraban.
No estaba segura, pero creí reconocerlos de la primera clase. Estaban medio ocultos detrás de la cerca y me di cuenta de que me estaban espiando, pero no eran muy hábiles para esconderse. Uno de ellos susurró algo y todos se inclinaron y se acercaron más entre sí, como si creyeran que con ello no podría verlos.
Todo el día me había sentido fuera de lugar, como si el tiempo se estuviera moviendo con demasiada lentitud. Necesitaba probar algo, o tal vez simplemente compensar el hecho de que, además de mis profesores y las mujeres de la oficina, nadie había hablado conmigo en todo el día.
Saqué los arrugados deberes de Historia y garabateé un mensaje en la parte posterior, no un acertijo, no en código. En un lenguaje simple y llano, les decía que se mantuvieran lejos de mí. Escribí rápido y sin esmero, pero ni siquiera estaba segura de que quisiera transmitir el mensaje en serio. Si de verdad hubiera querido que me dejaran en paz, tal vez no lo habría escrito.
Luego arrojé la nota al cubo de la basura y entré al edificio, las puertas gimieron al cerrarse a mis espaldas.
CAPÍTULO TRES
Mamá sólo llevaba tres semanas casada con Neil la primera vez que tuve una idea clara acerca de él.
Era un miércoles por la noche, lo que solía significar que mamá prepararía rigatoni con albóndigas, y nos sentaríamos en el sofá para ver Family Feud. Sin embargo, a partir de la boda, Neil insistía siempre en que hiciéramos cosas juntos. El año escolar había terminado y él decidió que iríamos a comer a Captain Spaulding’s. Como una familia.
El restaurante era de esos típicos lugares ruidosos y pegajosos donde la gente se sienta alrededor de una mesa durante una hora, mastica aros de cebolla y actúa como si estuviera disfrutando de la tarde.
Billy ni siquiera se molestó en fingir. Pasó toda la cena recostado en su silla y mirando al techo.
Mamá estuvo removiendo su ensalada un buen rato, luego se acercó y puso su mano sobre la mía.
—¿Sabes?, estaba pensando que quizás este verano podríamos inscribirte en el campamento de voleibol.
—En realidad, no es que podamos, nosotras, porque tú no tienes que ir.
Mamá sonrió, una gran sonrisa ansiosa, y vi que tenía pintalabios en los dientes.
—Sería una buena manera de que pasaras tiempo con otras chicas para hacer un cambio. ¿No quieres hacer nuevas amigas?
La mancha cerosa del pintalabios la hacía parecer como si hubiera estado comiendo algo sangriento. Fruncí el ceño y dejé de mirarla.
Neil se estaba comiendo su hamburguesa con queso, con tenedor y cuchillo. Dejó de masticar y me miró fijamente.
—Respóndele a tu madre.
Me retorcí para alejarme.
—¿Por qué? No importa lo que yo quiera.
Su aliento olía a pepinillos.
—Maxine —dijo él—, te lo advierto.
—Mi nombre —dije, sintiendo una oleada de furia en mis mejillas—, es Max.
Neil inspiró por la nariz como si estuviera tratando de mantener algo encerrado en su interior. Luego dejó su tenedor y me agarró el brazo.
—Si no consigues mantener esa boca bajo control, te convertirás en una triste niñita arrepentida.
Sabía que debía disculparme y actuar como la buena y sonriente hija que mamá y Neil querían que fuera, pero podía sentir que todo dentro de mí se aceleraba. Era como estar estancada en clase durante toda la tarde, y entonces suena el timbre y lo único que quieres es alejarte de ahí. Papá siempre decía que mi cerebro era rápido, pero mi boca lo era más.
—Prefiero ser una triste niñita que estar en el campamento de voleibol.
Neil me dirigió una mirada aplastante que pareció abrirse camino debajo de mi piel.
—Necesitas aprender un par de cosas sobre cómo le hablas a tu padre.
—Pero tú no eres mi padre —lo dije en voz muy baja, entre dientes.
No lo suficientemente bajo.
Neil apretó su mano en mi brazo y me sacó de la silla.
—Tú ya no pintas nada aquí. Vete a esperarnos en el coche.
Me quedé mirando mi plato, todavía repleto de patatas fritas y el resto de mi hamburguesa. Se suponía que tomaríamos helado después.
—¡Ni siquiera me he terminado las patatas fritas!
Neil me dirigió una larga mirada gélida, como si algo en su interior se estuviera convirtiendo en hielo mientras me observaba.
—Espera.