Mi obsesión. Angy Skay
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Lo sentí tan cerca de mí que la piel se me erizó.
—¿Desde cuándo? —Le repetí la misma pregunta que le hice en el reservado, solo que en un susurro.
—Eso no importa, Enma —me respondió con hastío.
—Para mí sí que importa. Nunca pensé que serías de ese tipo de personas.
—¿Se supone que las personas que consumen drogas no son buenas? —cuestionó detrás de mí. Lo sentía más cerca aún.
—No me refiero a eso.
Entrelacé mis manos sin apartar la vista de aquel océano. De reojo, pude ver que se colocaba de la misma forma que yo.
—¿Entonces? —insistió, escudriñándome.
Volví mi rostro hacia él y me deleité con cada facción suya, dejando que su cara se grabase a fuego lento en mi mente. Lo que más me extrañaba era poder estar teniendo una conversación normal con alguien que durante cinco años lo único que intercambió conmigo fueron sus fluidos. Porque solo hablábamos como personas normales en el trabajo, como si no me conociera o como si no se supiera todas y cada una de las partes de mi cuerpo de memoria.
—¿De qué te sirve? —indagué.
Me contempló con los ojos brillantes, y quien primero terminó desviando su mirada hacia el mar fue él.
—A veces te ayuda —murmuró.
Preferí no preguntarle a qué, porque de igual forma no lo entendería. Después de que exhalara un suspiro, se creó un silencio sepulcral aunque necesario. Me sumergí en los pensamientos anteriores, sin entender cómo había sido tan idiota de estar durante tanto tiempo siendo un simple revolcón, y llegué a la conclusión de que antes no me importaba; antes de enamorarme perdidamente de él, por supuesto.
—¿Por qué nunca hemos hecho esto?
Arrugué el entrecejo, sin mirarlo, dándole a entender que no sabía a qué se refería. Me observaba de reojo, y aunque intentaba disimularlo, su sola cercanía me aceleraba el pulso, la mente y todo el cuerpo.
—No sé qué quieres decir —añadí.
Como si me leyese el pensamiento, me contestó:
—Hablar.
—Porque no teníamos nada de qué hablar, Edgar. Te recuerdo que nuestros encuentros solo se reducían a follar cuando tú querías.
Un escalofrío me recorrió cuando la brisa me sacudió. Colocó su americana sobre mis hombros y creí morir dada su cercanía, pero sobre todo cuando escuché de sus labios:
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