Mi obsesión. Angy Skay
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El sonido de la puerta al abrirse nos separó, ocasionando que ambos nos mirásemos sin soltarnos y sin perder nuestra conexión visual, con la respiración tan entrecortada que era imposible ocultar lo que había ocurrido.
—¿Enma?
La voz de Luke me sacó del ensimismamiento. Traté de levantarme, pero Edgar sujetó mis caderas con fuerza para que eso no ocurriese. Le hice un pequeño gesto con las manos para que me soltase, y en sus ojos pude ver la súplica para que no lo hiciera. Volví a pedírselo en silencio y al final cedió. Me incorporé como una pluma y me levanté.
—Ya iba —lo informé, asomándome por detrás de la pantalla.
Luke arrugó el entrecejo con confusión. Antes de salir, me toqué los labios hinchados, gesto que no pasó desapercibido para Edgar. Aunque trató de disimular la sonrisa, por las arruguitas de sus ojos supe que le divertía mi preocupación.
—¿Qué hacías detrás de…? —La pregunta se quedó en el aire, lo que me dio a entender que su amigo acababa de salir de su escondite, detrás de mí. Me giré para fulminar a Edgar. Con semblante serio e implacable, como era habitual en él, se mostró sin ningún pudor. Aprecié una negación con la cabeza por parte de Luke. Me observó, y después lo hizo en dirección a su amigo—. Te espero fuera —murmuró con desgana.
Fui a dar un paso para llegar hasta él, pero Edgar me detuvo sujetándome por el codo. Me volví molesta por su arrebato.
—¿Por qué has salido?
—No tengo que esconderme de nadie —me dijo mordaz.
—Sí, sí que tienes que hacerlo. Te recuerdo que tienes mujer.
Me crucé de brazos mientras me observaba sin pestañear, y comenzó a enfadarse por mi reprimenda.
—Si me entero de que tienes algo con Luke… —me señaló, dando un paso en mi dirección—, te juro que dejará de respirar en menos de dos minutos.
Su amenaza me cortó la respiración, y su semblante, aún más.
—¿De qué estás hablando? —murmuré atónita—. Solo somos amigos. Y en el caso de que estuviera con otra persona, ¿acaso tendría que darte explicaciones? —Entrecerré los ojos.
Apretó los dientes, soltó su agarre sobre mí muy despacio y, deteniéndose a mi lado con esa determinación que poseía, sentenció:
—Yo soy tuyo, pero tú eres mía.
Acto seguido, se encaminó hacia la puerta, dejándome confundida y temblorosa. Escuché el fuerte golpe al cerrar con malas formas, y no pude evitar apoyarme en una de las sillas y esconder mi cara entre mis manos.
Y lloré.
Lloré de rabia, de impotencia, por no entenderlo. Si tanto me necesitaba, ¿por qué nunca se planteó dejarlo todo por mí? ¿Por qué siempre fui el segundo plato para sus necesidades? Tantas preguntas se agolpaban en mi mente que no fui capaz de centrarme en todas.
La puerta volvió a abrirse y Luke entró con el semblante teñido por la tristeza. Giré mi rostro hacia el frente para que no viera las lágrimas recorriendo mis mejillas, las limpié con premura y decidí levantarme para marcharme.
—Enma… —Rozó mi brazo antes de que pasase por su lado. Me volví y comprobé que sus ojos se apagaban al ver el gran dolor que reflejaban los míos—. Te dije que te alejaras de él. Y no me hiciste caso.
—No puedo hacerte caso, Luke —murmuré, rota de dolor.
Sus labios se juntaron en una triste mueca. Sin poder soportarlo durante más tiempo, avancé hasta la salida, por la que me perdí entre los pasillos intentando mitigar los latidos de mi corazón.
Pasadas las doce de la noche, decidí salir de mi agujero particular llamado habitación. Jamás lo había pasado tan mal en un crucero, y estaban quitándoseme las ganas de volver a alguno; aunque, tomándomelo de una manera positiva, por así decirlo, solo me quedaban dos días a bordo y todo pasaría. Lo que no tenía tan claro era el tiempo que necesitaría para recuperarme.
Me puse un vestido blanco con flores estampadas de color azul y bajé al restaurante para coger un par de trozos de pizza. Al final, la pobre Roma se quedó sin ver, y menos mal que era la cuarta vez que iba, o no me lo habría perdonado.
Paseé por las cubiertas hasta que llegué. Mientras esperaba la cola, vi que un hombre trajeado salía de una de las salas de la parte derecha.
—¿Hay alguna fiesta esta noche? —le pregunté al italiano que me servía un par de trozos.
—Ah, sí, bueno —puso los ojos en blanco—, es una fiesta solo para los gerentes de otras cadenas. La han organizado los propietarios del barco.
Asentí agradecida, apreciando una sonrisa en los labios del camarero, y me encaminé hacia la zona por donde había visto salir al hombre. En la entrada, observé que dos tipos con traje la guardaban, lo cual me extrañó.
El hombre que segundos antes había salido de la estancia movió sus pies en dirección a la entrada, borracho como una cuba, tropezando con todo lo que encontraba a su paso. Dejé los trozos de comida en una esquinita y me lancé a por él, sabiendo que era mi única baza para acceder. Agarré sus solapas de inmediato.
—¡Eh, cuidado! —le murmuré mimosa, haciendo como que se había chocado conmigo—. Casi te caes.
Le puse ojitos de felina ligona, cosa que casi nunca fallaba cuando quería conseguir algo con babosos como el que tenía delante. El tipo mostró una sonrisa lasciva de oreja a oreja.
—¿Estás sola, guapa? —me preguntó, trabándosele la lengua. Asentí como una tonta, toqueteándome el pelo con descaro, y volvió a preguntarme—: ¿Te apetece venir a una fiesta?
Mi sonrisa fue triunfal, y accedí a la vez que enroscaba mi cabello con sensualidad en uno de mis dedos.
—Bueno, no tengo nada que hacer.
—Entonces, vas a disfrutar, y de muchas maneras. —Soltó una pequeña carcajada, echándome con ello su apestoso aliento.
Al detenernos en la entrada, el tipo con el que iba tuvo que hablar con los de seguridad para que me dejasen entrar. Aun así, no estuvieron muy convencidos. En la fiesta, pude escuchar que estaba totalmente prohibido el acceso a personas que no tuviesen la invitación expresa de los dueños del trasatlántico. Cuando entré, los ojos se me abrieron de par en par al ser consciente de lo que había.
El mundo de la perversión y la fantasía se encontraba delante de mis ojos, y no pude evitar buscar a Edgar en todos los pequeños escenarios de la sala, a cual más particular. Me dio tiempo a contar cuatro.