Narrativa completa. H.P. Lovecraft
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King John era un reconocido detective del oeste.
En ese justo instante un hombre entró a toda velocidad, gritando.
—¡Horror! ¡Vamos al cementerio!
IV. La ventana occidental
Ahora regresemos a la mansión Dobson. El señor Bell quedó bastante sorprendido ante tan efusiva demostración, pero cuando volvió a hablar dijo:
—Señorita Dobson, no tiene que decir las cosas de ese modo, porque yo…
Fue interrumpido por la aparición de King John que, con un par de pistolas en las manos, imposibilitó cualquier salida por la puerta. Pero, tan rápido como el pensamiento, Bell se arrojó por una ventana situada hacia el oeste… y huyó.
V. El secreto de una tumba
Volvamos de nuevo a la comisaría. Cuando el alterado visitante se hubo calmado un poco, pudo contar su historia de una sola vez. Había observado a tres hombres en el cementerio gritando:
“¡Bell! ¡Bell! ¿Dónde estás, viejo?”, y se comportaban de manera sumamente sospechosa.
Los siguió y ¡habían entrado en la tumba de Burns!
Los siguió allí adentro y los vio poner las manos en un saliente en cierto sitio marcado como “A” y los tres desaparecieron.
—¡Quiero que King John regrese enseguida! —gritó Gibson—. ¿Y usted, cuál es su nombre?
—John Spratt —repuso el visitante.
VI. La persecución de Bell
Ahora regresemos nuevamente a la mansión Dobson. King John fue sorprendido por la súbita huida de Bell, pero cuando se recuperó de la sorpresa lo primero que pensó fue en que había que detenerlo. Así que se lanzó a perseguir al secuestrador. Lo persiguió hasta la estación de trenes y descubrió, con gran abatimiento, que había subido al tren de Kent, una ciudad inmensa ubicada al sur que no tenía conexión telefónica ni telegráfica con Mainville. ¡Y el tren acababa de partir!
VII. El hombre negro
El tren de Kent partió a las 10:35 y hacia las 10:36 un hombre agitado, lleno de polvo y cansado, entró en la oficina de correos de Mainville y le dijo al hombre negro que estaba en la puerta:
—Si eres capaz de llevarme a Kent en 15 minutos, te doy un dólar.
—No sé cómo podría lograrlo —dijo el hombre negro—. No tengo dos buenos caballos, además…
—¡Dos dólares! —le gritó el recién llegado.
—Vale —le dijo el hombre negro.
VIII. Bell, sorprendido
En Kent eran las once en punto y todos los negocios, salvo uno, estaban cerrados. Era un negocio mísero, pequeño y sucio en el extremo oeste del pueblo. Estaba entre el puerto de Kent y el camino que enlazaba Mainville con Kent. En la parte delantera un personaje de ropas harapientas y edad dudosa estaba hablando con una mujer de mediana edad y cabellos grises.
—Me comprometí a hacer el trabajo, Lindy —decía—. Bell llegará a las 11:30 y el carruaje ya está listo para llevarlo hasta el muelle de donde zarpará un barco con destino a África esta noche.
—¿Pero qué sucederá si viene King John? —preguntó Lindy.
—Pues nos atraparán con las manos en la masa y Bell morirá en la horca —contestó el hombre.
Justo entonces llamaron a la puerta.
—¿Bell, eres tú? —preguntó Lindy.
—Sí —respondió—. Tomé el tren de las 10:35 y dejé atrás a King John, así que todo está bien.
A las 11:40, el grupo llegó al puerto y divisaron un barco en la oscuridad. En el casco estaba pintado, Kehdive, África, y justo cuando iban a subir a bordo, un ser salió de la oscuridad y dijo:
—¡John Bell, queda arrestado en nombre de la reina!
Era King John.
IX. El proceso
Llegó el día del juicio y un buen grupo de personas se reunió alrededor de la pequeña arboleda (que funcionaba como tribunal durante el verano) para observar el proceso de John Bell por secuestro.
—Señor Bell —preguntó el juez— ¿cuál es el secreto de la tumba de Burns?
—Eso quedará bien claro —contesto Bell— si se acerca a la tumba y toca el punto marcado “A” que está allí.
—¿Y dónde se encuentra el señor Dobson? —interrogó el juez.
—¡Aquí estoy! —dijo una voz detrás de él y el mismo señor Dobson apareció en el umbral.
—¿Pero, cómo llegó hasta aquí? —le preguntaron todos.
—Es una larga historia —respondió Dobson.
X. La historia de Dobson
—Cuando bajé a la tumba —narró Dobson—, todo estaba muy oscuro y no lograba ver nada. Por fin pude observar la letra “A” impresa en color blanco sobre el suelo de ónice y puse la bola sobre ella, inmediatamente, se abrió una trampa y salió una persona. Es ese hombre que está allí —siguió, señalando a Bell que temblaba en el banquillo de los acusados—, y me trasladó a un sitio muy bien iluminado y lujosamente amueblado en el que permanecí hasta ahora. Un día, un hombre más joven llegó y dijo, ¡El secreto queda descubierto! Y se fue sin ver que yo estaba allí. Luego, Bell olvidó sus llaves y yo hice los moldes en cera. El día siguiente estuve elaborando copias para abrir la cerradura, hasta que una de las llaves funcionó y al otro día (es decir, hoy) logré escapar.
XI. El misterio desvelado
—¿Por qué el difunto J. Burns le pediría a usted que pusiese la bola ahí? (en el punto “A”).
—Para hacerme daño —contestó Dobson—. Él y su hermano, Francis Burns, estuvieron tramando durante años en mi contra intentando perjudicarme. Pero yo no tenía idea de ello.
—¡Atrapen a Francis Burns! —ordenó el juez.
XII. Conclusión
Francis Burns y John Bell fueron condenados a cadena perpetua. La hija del señor Dobson lo recibió con una cordial bienvenida. Con el tiempo, la señorita Dobson se convertiría en la señora de King John. Lindy y su cómplice fueron castigados con treinta días de prisión en Newgate por ser cómplices y colaborar con una fuga criminal.
The Mistery of the Grave-Yard: escrito entre 1898 y 1899. Publicado en 1959 de manera póstuma.