Narrativa completa. H.P. Lovecraft

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Narrativa completa - H.P. Lovecraft Colección Oro

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pequeño condado de Ruralville, durante la primavera de 1847, se vio sorprendido por una alteración general a causa de la entrada de un bergantín misterioso en el puerto. No tenía nombre. No izaba ninguna bandera y todo hacía que fuera de lo más sospechoso. El nombre del capitán era Manuel Ruello. Sin embargo, la curiosidad creció cuando John Griggs desapareció de su casa. Eso fue el 4 de octubre y el día 5 el bergantín había zarpado.

      II

      Cuando el bergantín zarpó, fue interceptado por una corbeta de los Estados Unidos y se produjo una tremenda batalla. Cuando finalizó, habían perdido a un hombre llamado Henry Johns.

      III

      El bergantín siguió su ruta hasta llegar a Madagascar. Allí los nativos huyeron aterrorizados. Cuando se agruparon nuevamente al otro lado de la isla, uno de ellos había desaparecido. Su nombre era Dahabea.

      IV

      Después de eso, se decidió que había que tomar medidas. Se ofreció una recompensa de 5.000 libras por la captura de Manuel Ruello y entonces se supo la impresionante noticia de que un navío extraordinario se había hundido en los cayos de la Florida.

      V

      Entonces, un buque fue enviado a La Florida y se supo lo que había ocurrido. En medio del combate fue botado un submarino al agua y este tomó lo que quería. Luego, allí estaba meciéndose serenamente en las aguas del Atlántico cuando alguien gritó “John Brown ha desaparecido”. Y, por supuesto, John Brown había desaparecido.

      VI

      El choque con el submarino y la desaparición de John Brown causaron una nueva sorpresa entre la gente y fue en ese momento cuando se produjo un nuevo hallazgo. Pero, para mencionarlo, es importante aclarar antes un tema geográfico. Existe un gran continente formado por suelo volcánico en el Polo Norte, una de sus partes es accesible para los viajeros. Su nombre es Tierra de Nadie.

      VII

      En el inmenso sur de la Tierra de Nadie se halló una choza, así como muchas otras señales de intervención humana. Entraron sin tardanza y allí hallaron encadenados al suelo a Griggs, Johns y Dahabea. Después de volver a Londres, los tres se separaron y se dirigieron, Griggs a Ruralville, Johns a la fragata y Dahabea a Madagascar.

      VIII

      Pero la desaparición de John Brown seguía sin solución, por lo que se mantuvo una minuciosa vigilancia en el puerto de Tierra de Nadie. Cuando llegó el submarino y los piratas encabezados por Manuel Ruello, uno por uno fueron abandonando el barco, estos fueron sometidos por la fuerza de las armas y después de la lucha, Brown fue rescatado.

      IX

      Griggs fue felizmente recibido en Ruralville, se celebró una cena para honrar a Henry Johns, Dahabea llegó a ser rey de Madagascar y Brown capitán de su barco.

       The Mysterious Ship: escrito en 1902. Publicado en 1959 de manera póstuma.

      La más terrible conclusión que había estado trastornándome constantemente no había hecho más que confirmarse. No había nada que pudiera hacer, descorazonado en el gran y enrevesado recinto de la caverna de Mamut. Mirara a donde mirara, no había absolutamente nada que me pudiera dar una pista de dónde había una salida. Estaba perdido y sentía que no volvería jamás a contemplar un bendito amanecer, tampoco pasear por los agradables valles y montañas de todo ese hermoso mundo que está afuera. No había nada que hacer. A pesar de todo, educado como estaba por una vida entera de estudios filosóficos, sentí una satisfacción grande con mi conducta fría; porque, aunque había leído bastante sobre la desesperación en el que caían las víctimas en estos casos, no me pasaba nada de eso, por lo que permanecí muy tranquilo cuando entendí que todo estaba perdido.

      Tampoco me preocupó en demasía la idea de que era probable que hubiese vagado hasta más allá de los límites en los que se me buscaría. Si había de morir —reflexioné—, aquella caverna terrible pero majestuosa sería un sepulcro mucho mejor que cualquiera que pudiera ofrecerme algún cementerio; había en esta concepción una dosis mayor de tranquilidad que de desespero.

      Iba a perecer de hambre, estaba seguro de ello. Sabía que algunos se habían vuelto locos en circunstancias como esta, pero no acabaría yo así. Yo solo era el causante de mi desgracia: me había separado del grupo de visitantes sin que el guía lo advirtiera; y, después de vagar durante una hora aproximadamente por las galerías prohibidas de la caverna, me sentí incapaz de volver atrás por los mismos vericuetos tortuosos que había seguido desde que abandoné a mis compañeros.

      La luz de mi antorcha comenzaba a expirar, pronto estaría ya en la oscuridad total y casi palpable de las entrañas de la tierra. Mientras me encontraba bajo la luz poco firme y evanescente, medité sobre las circunstancias exactas en las que se produciría mi próximo fin. Recordé los relatos que había escuchado sobre la colonia de tuberculosos que establecieron su residencia en estas grutas titánicas, por tratar de encontrar la salud en el aire sano, al parecer, del mundo subterráneo, cuya temperatura era uniforme, para su atmósfera e impregnado su ámbito de una apacible quietud; en vez de la salud, habían encontrado una muerte extraña y horrible. Yo había visto las tristes ruinas de sus viviendas defectuosamente construidas, al pasar junto a ellas con el grupo; y me había preguntado qué clase de influencia ejercía sobre alguien tan sano y vigoroso como yo una estancia prolongada en esta caverna inmensa y sin un solo sonido. Este es el momento, me dije con lóbrego humor, en que me había llegado la oportunidad de comprobarlo; si es que la necesidad de alimentos no apresuraba con demasiada rapidez mi despedida de este mundo.

      Decidí no dejar una piedra sin remover, ni desechar ningún medio posible de escape, en tanto que se desvanecían en la oscuridad los últimos rayos espasmódicos de mi antorcha; de modo que —apelando a toda la fuerza de mis pulmones— proferí una serie de gritos fuertes, con la esperanza de que mi clamor atrajese la atención del guía. Sin embargo, pensé mientras gritaba que mis llamadas no tenían objeto y que mi voz —aunque magnificada y reflejada por los innumerables muros del negro laberinto que me rodeaba— no llegaría a más oídos que los míos.

      Igualmente, mi atención quedó fijada con un sobresalto al imaginar que escuchaba el suave ruido de pasos aproximándose sobre el rocoso pavimento de la caverna.

      ¿Era posible que estuviera cerca de recuperar mi libertad? ¿Habrían sido entonces vanas todas mis horribles aprensiones? ¿Se habría dado cuenta el guía de mi ausencia no autorizada del grupo y seguiría mi rastro por el laberinto de piedra caliza? Empujado por estas preguntas jubilosas que afloraban en mi imaginación, me hallaba dispuesto a renovar mis gritos con objeto de ser descubierto lo antes posible, cuando, en un instante, mi deleite se convirtió en horror a medida que escuchaba: mi oído, que siempre había sido agudo, y que estaba ahora mucho más agudizado por el completo silencio de la caverna, trajo a mi confusa mente la noción temible e inesperada de que tales pasos no eran los que correspondían a ningún ser humano mortal. Los pasos del guía, que llevaba botas, hubieran sonado en la quietud ultraterrena de aquella región subterránea como una serie de golpes agudos e incisivos. Estos impactos, sin embargo, eran blandos y cautelosos, como producidos por las garras de un felino. Además, al escuchar con atención me pareció distinguir las pisadas de cuatro patas, en lugar de dos pies.

      No me quedó ninguna duda entonces de que mis gritos habían despertado y atraído a alguna bestia feroz, probablemente a un puma que se hubiera extraviado accidentalmente en el interior de la caverna. Consideré que era posible que el Todopoderoso destinara para mí una muerte más rápida

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