Venganza. Amy Tintera

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Venganza - Amy Tintera Ruina

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avivar las llamas.

      Varios soldados subieron corriendo y pasaron a los ruinos a toda velocidad. Jacobo se giró con el rostro desencajado por la furia. Señaló las llamas, que se movían lentamente en la hierba hasta apagarse. Se le doblaron las rodillas.

      Em corrió hacia los soldados y ordenó a los guerreros que la siguieran. Los gritos atravesaron la noche; sospechó que no era sufrimiento ruino. Sabía reconocer los gritos de un hombre al que Olivia le retorcía los huesos.

      Por lo menos diez hombres, con broches destellando en sus pechos, arremetieron contra ellos. Em agarró la espada con un poco más de fuerza. Cazadores. Había matado a muchos de ellos.

      Iria y los otros guerreros se colocaron frente a Em y August. Las espadas rugieron al enfrentarse. Una guerrera gritó cuando un cazador hundió la espada en su vientre.

      Em no veía a Cas.

      No debería estar buscándolo. En ese momento tenía cosas más importantes en que pensar. En no morir, por ejemplo.

      Un soldado dio un empujón a Iria para embestir a Em. Con las dos manos desenvainó la espada listo para atacarla, pero ella levantó la bota y le dio una patada tan firme en el vientre que lo hizo tropezar. Iria lo cogió del hombro y le clavó su acero en la espalda.

      August, junto a ella, se agachó jadeante para eludir el golpe de una espada. Em puso una mano en su espalda para mantenerlo agachado mientras ella perforaba el pecho del soldado con su acero.

      —Gracias —dijo August sin aliento mientras se enderezaba.

      Em se giró con la espada en alto, pero a su alrededor no había más que uniformes rojos. Todos los de azul estaban tendidos en el suelo, muertos. Con el rostro estrujado, un guerrero sacó su espada, cubierta de sangre, de un soldado de Lera.

      Em miró hacia la colina, al sitio en el que veinte ruinos seguían formados uno junto a otro. Ya no había soldados intentando pasar.

      Algunos ruinos se desplomaron en el suelo, con la respiración agitada tras haber usado su magia. Jacobo estaba recostado de espaldas con los brazos extendidos y una sonrisa enloquecida en el rostro.

      —¡La próxima vez enviad más hombres! —gritó—. ¡Eso ha sido demasiado sencillo!

      Em sintió alivio. No habían perdido a ningún ruino, hasta donde podía observar. Dio grandes zancadas hasta donde Aren y Olivia estaban parados hombro con hombro, concentrados en la escena frente a ellos. Llegó a la cima y siguió su mirada. August se detuvo junto a ella.

      Los cuerpos de los soldados de Lera se encontraban tendidos al pie de la colina. No, mejor dicho, trozos de soldados. Miembros esparcidos por todas partes. Había antorchas tiradas en el suelo, quemando la hierba. Espadas abandonadas destellaban con el fuego. Llena de amargura, buscó a Cas entre el desastre. No había manera de saber si estaba ahí.

      Los soldados supervivientes estaban huyendo, corriendo tan rápido como podían hacia los árboles desnudos. Olivia dirigió su magia a uno de ellos y le separó la cabeza del cuerpo.

      August dio media vuelta. Cerró los ojos y respiró hondo.

      Em posó su mirada en Olivia y Aren.

      —Necesito a uno —su voz sonó demasiado quedo; carraspeó y repitió—: Olivia, Aren, necesito a uno vivo. Tengo preguntas.

      —Ése —dijo Aren señalando a un hombre que casi había llegado a los árboles. Olivia asintió y el hombre se detuvo. Movía los brazos, pero sus pies estaban clavados en el suelo.

      —Gracias —dijo Em y empezó a descender la colina.

      —Yo también iré —dijo Olivia.

      —Ir-Iria, ve con ellos —las palabras de August brotaron trabajosamente, como si estuviera a punto de vomitar. Em lo miró y descubrió que él seguía dándoles la espalda.

      Iria caminó hacia Em y enfundó la espada, alzando las cejas como preguntándole a ella si estaba de acuerdo; Em asintió.

      —¿Está seguro de que no quiere venir, su alteza? —preguntó Olivia en tono dulce. Nadie jamás había dicho “su alteza” con semejante desprecio.

      August se alejó de ellas.

      —Iré a ver cómo están mis guerreros.

      Olivia soltó una risita y a grandes zancadas dejó a Em atrás. Luego pasó encima de un brazo amputado carcajeándose.

      Iria exhaló largamente y acomodó su marcha a la de Em.

      —¿Está bien Aren?

      Sorprendida por la pregunta, Em se giró para mirarlo. Notó que su rostro estaba pálido y sus ojos no parecían enfocar. No parecía débil, como si usar magia hubiera sido un gran esfuerzo. De hecho, no tenía gesto alguno. Era como si todo en Aren hubiera sido succionado y no quedara más que una cáscara vacía.

      —¡Em! —llamó Olivia, que ya estaba parada al lado del soldado de Lera, haciendo gestos a Em para que se apresurara.

      Aren miró a Em pestañeando.

      Iria lo vio y se mordió los labios. Parecía preocupada. ¿Debía Em preocuparse también?

      Em se giró para concentrarse en el soldado que tenía enfrente. Temblaba mientras ella se acercaba; el sudor corría por ambos lados de su rostro.

      —¿Por qué estáis aquí? —preguntó.

      El hombre apretó los labios y, nervioso, miró a Olivia.

      —Si dices por qué estáis aquí, te soltaré. Podrás volver y contar lo que pasó con tus amigos. Si no hablas, dejaré que Olivia te desprenda todas las extremidades.

      —Lentamente —dijo Olivia con una sonrisa burlona—. Preferiría que no hablaras, si te soy sincera.

      —Nos... nos dieron órdenes de atacar el campamento ruino —dijo el soldado.

      —¿Quién?

      —Jovita.

      —¿Por qué Jovita está dando órdenes? ¿Le pasó algo al rey Casimir? —preguntó Em.

      El soldado miró a Em con firmeza, como si desesperadamente estuviera tratando de evitar la mirada salvaje de Olivia.

      —Perdió el juicio tras la muerte de sus padres, después de lo que usted le hizo. Jovita tomó su lugar.

      Em se tambaleó. Cas no podía haber enloquecido; no el muchacho que había tenido el aplomo para escapar ileso del castillo de Lera, no el joven que había conseguido escapar del carro de los guerreros y dirigirse a la selva él solo. No podía creer que Cas se hubiera desmoronado después de sobrevivir a todo aquello.

      —¿Y quién te dijo eso? ¿Jovita?

      —Y los consejeros —el soldado de pronto sonó a la defensiva.

      —¿Y dónde está ahora tu supuestamente loco rey?

      —Jovita

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