Venganza. Amy Tintera

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Venganza - Amy Tintera страница 14

Venganza - Amy Tintera Ruina

Скачать книгу

que estaba demacrada, con el cabello negro ondulado recogido en un moño desarreglado. Exhibía unas grandes y vistosas ojeras. Todo indicaba que en cuanto había llegado de Lera a su hogar, en Olso, había tenido que dar media vuelta y partir a Ruina en dirección al sur.

      —Disculpad que haya llegado sin haberme anunciado —dijo Iria—. No sabíamos de qué otro modo acercarnos a vosotros.

      —Mientras no saquéis las armas, todo irá bien.

      —No hemos venido a pelear —dijo Iria—. Hemos venido a hablar con vuestra reina —y al decir esto se volvió hacia Olivia.

      —Estás hablando con una de ellas —aclaró Em.

      Iria parpadeó.

      —¿Qué?

      Em se encogió de hombros desplegando una sonrisa. Seguía siendo una sonrisa de incredulidad.

      —Olivia y yo gobernamos Ruina juntas, como iguales. Yo soy una de sus reinas.

      La expresión de Iria era reflejo de la incredulidad de Em.

      —¡Ah, qué bien!

      —Sí.

      —¿Olivia querrá venir? —preguntó Iria—. Así os presento a las dos.

      —¿Presentarnos con quién?

      Iria se giró sin responder. Caminó hacia uno de los guerreros a caballo y le extendió la mano. El jinete bajó del caballo sin cogérsela.

      Em miró hacia atrás y le hizo una señal a su hermana para que fuera con ella. El ceño de Olivia se tensó todavía más, pero avanzó y se detuvo junto a Em.

      El hombre que había desmontado caminó hacia ellas a grandes zancadas. Era muy alto y junto a Iria lucía imponente. Ella prácticamente tenía que correr para seguirle el paso. Sus pantalones negros estaban cubiertos de polvo y sus ojeras hacían juego con las de Iria, pero el rostro era franco y amistoso.

      —Te presento a Emelina y Olivia Flores, reinas de los ruinos —dijo Iria—. Quiero que conozcáis a August Santana, príncipe de Olso.

      Em lo miró con suspicacia. ¿Qué hacía en Ruina el príncipe más joven de Olso?

      —¿Reinas? —preguntó August con una amplia sonrisa—. Eso es inusual. Me gusta —inclinó la cabeza dándose un golpecito en el pecho: la manera tradicional de saludar a un miembro de la realeza ruina. Em permaneció unos momentos sin saber qué hacer, estupefacta ante la muestra de respeto.

      Se recuperó y rápidamente entrelazó los dedos, se los puso debajo de la barbilla e hizo una gran reverencia. Su madre le había enseñado la manera apropiada de saludar a la familia real de Olso. Le dedicó un rápido agradecimiento a la Em del pasado por haber prestado atención. Olivia permaneció rígida.

      —¿También yo estoy encantada de conocerlo? —dijo Em, sin poder evitar que su frase sonara a pregunta.

      August parecía contento con la confusión. Su piel era más clara que la de ellas y su cabello, dorado. Era de complexión ancha y musculosa; probablemente doblaba a Em en tamaño. Por lo general, cuando ella se enfrentaba a un hombre así, mantenía una mano cerca de la espada; sin embargo, su expresión era tan relajada y amistosa que no lo creyó necesario.

      Eso hizo que quisiera coger su espada todavía con más intensidad. Estaban tan cerca uno de otro que ella podía coger el arma y tenerla en el pecho de él en menos de cinco segundos.

      Resistió el impulso y devolvió la sonrisa.

      —Esto es inesperado.

      —Cuando rechazaron la invitación del rey para visitar Olso, mi hermano pensó que lo mejor sería venir por vosotros —dijo él soltando una risita.

      —Estábamos ansiosas por llegar a casa —respondió Em.

      —Entiendo. He venido a hablar de nuestra alianza. ¿Estáis dispuestas a comenzar esa discusión?

      —Desde luego.

      August miró a Olivia como si esperara que también dijera algo, pero ella permaneció en silencio.

      August carraspeó.

      —¿Está bien si acampamos por allá?

      —Sí —Em se dio la vuelta, dedicó un gesto a Mariana para que se les uniera y agregó—: Mariana se encarga de nuestras relaciones con extranjeros. Ella os ayudará a instalaros.

      Mariana asintió con la cabeza y saludó a August.

      —¿Puedes darle una de las cabañas al príncipe August, por favor? —pidió Em.

      —No hace falta —dijo él—. Estaré perfectamente a gusto en mi tienda.

      —Por favor —dijo Em—. No es gran cosa, pero será más cómoda que el suelo.

      —Si es así, gracias —dijo August, y con una amplia sonrisa añadió—: Estoy deseoso de que podamos charlar un poco más.

      August dio media vuelta y caminó hacia los otros guerreros.

      —Si estáis aquí es porque queréis algo, Em —dijo Olivia en voz baja.

      Por supuesto que querían algo. El acuerdo que ella tenía con el rey Lucio supuestamente iba a terminar después de que Olso invadiese Lera, pero ella no era tan ingenua para creer que eso realmente ocurriría. Deseaban acceso a las minas, ayuda militar o algo peor. Algo que Em no estaría dispuesta a dar.

      —Lo sé.

      OCHO

      g1

      Cas oyó que se abría la puerta, pero no se molestó en darse la vuelta. Sabía que era el soldado que le llevaba la comida dos veces al día. Habían pasado cinco soles desde que Jovita lo había encerrado en su habitación y desde entonces nadie, salvo ese soldado, había entrado.

      Se cerró la puerta y el chasquido de la cerradura resonó en el silencio. Cas rodó en la cama y estiró las mantas hasta su barbilla. La bandeja del desayuno estaba en el suelo cerca de la puerta. La miró unos momentos, preguntándose si levantarse no sería demasiado esfuerzo.

      El primer día, había aporreado la puerta y pedido a gritos que alguien lo dejara salir. Desesperadamente había intentado arrancar el pomo, pero nada funcionó.

      El segundo día había pedido hablar con Jovita. Ella nunca llegó.

      Al tercer día se había rendido.

      Se incorporó con un suspiro y su estómago protestó con un espasmo. Para colmo, todo indicaba que estaba enfermo. Quizás era una enfermedad mortal. Eso facilitaría muchísimo las cosas a Jovita.

      Cruzó la habitación arrastrando los pies y riendo débilmente para sus adentros. Había pan, un trozo de carne y un pequeño tazón de sopa. Se sentó en

Скачать книгу