Venganza. Amy Tintera
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Читать онлайн книгу Venganza - Amy Tintera страница 12
—Que no quiera atacar a los ruinos no significa que esté fuera de mis cabales.
—Usted no atiende razones —dijo la general—. Su padre tenía una postura muy firme frente a los ruinos y no es momento de cambiar esa política.
—¡Por mi padre estamos metidos en este lío! Mi madre y él murieron por su odio a los ruinos.
—Tu padre murió por Emelina y tu madre murió por ti —dijo Jovita.
Sus palabras lo cortaron por la mitad y por un momento se preguntó por qué seguía en pie si la mitad de su cuerpo estaba desplomada.
—Date un tiempo para descansar y pensar —dijo Jovita con voz suave—. Puedo gobernar en tu lugar hasta que te sientas mejor, no me importaría hacerlo.
Cas soltó una risa sardónica.
—¡Claro!
Las comisuras de los labios de Jovita temblaron, pero consiguió reprimir una sonrisa.
—Escoltad al rey Casimir a su habitación, por favor, y cuidad que no salga hasta que se haya recuperado.
Los soldados forcejearon. Cas se retorcía tratando de liberarse.
—Su Majestad, por favor, no arme un escándalo —murmuró uno de los soldados.
Demasiado tarde. Todos alrededor los miraban fijamente. Algunos cazadores sonreían con suficiencia.
Galo hizo ademán de embestirlos, pero Mateo lo detuvo justo a tiempo. Susurró en el oído de Galo algo que transformó su expresión.
Con cara larga y hombros caídos, Cas aceptó que no tenía sentido resistirse. Había demasiados en su contra.
Jovita volvió a subir a la caja.
—Mis soldados reportan haber visto a numerosos ruinos camino a su reino. Nuestra primera orden del día es eliminar a todos los que podamos. Necesitamos sofocar la alianza entre los ruinos y los guerreros.
Los soldados subieron a Cas a rastras por los escalones de la fortaleza; mientras tanto, la multitud los ovacionaba.
—Sólo enviaré a la mitad —continuó Jovita— porque aquí necesitamos quien proteja la fortaleza. Irán los de mayor rango. Matarán a todos los ruinos sin hacer preguntas.
Cuando Cas entró a la fortaleza escuchó más ovaciones. Se fueron acallando cuando la puerta se cerró detrás de él.
—¡MUERTE A LOS RUINOS!
SIETE
Olivia salió de la habitación y caminó sin hacer ruido para no despertar a Em, que seguía acurrucada en su cama bajo las mantas.
El sol empezaba a colarse por las ventanas hacia la sala cubierta de polvo. Era una cabaña pequeña y lamentable. El sofá había estado ahí probablemente durante tres generaciones. Ante la mesa de la cocina sólo podían sentarse dos personas, y de una patada habría quedado deshecha de una vez por todas. Dejó salir un suspiro de irritación cuando abrió la puerta.
Aren estaba esperándola a unos pasos del cobertizo. Tenía una espada a la cadera, a diferencia de ella, que no se había tomado la molestia de llevar un arma; no hacía falta.
Olivia se acercó y él la saludó con la cabeza. La zona alrededor de las cabañas estaba casi completamente desierta, salvo por Ivanna, quien se encontraba de rodillas en una parcela amarilla no muy lejos de ahí. Presionaba el suelo con las manos, tenía los ojos cerrados y sus labios se movían en una silenciosa plegaria.
—Vamos —dijo Olivia y empezó a caminar. El día anterior había despachado a algunos cazadores pero todavía tenía que revisar la zona sur.
Ivanna abrió los ojos y vio a Aren y Olivia pasar a su lado.
—¿Adónde vais?
—A cazar —dijo Olivia.
Un gesto de desaprobación cruzó fugazmente por el rostro de Ivanna, pero guardó silencio. Mientras se marchaban, Olivia la miró por encima del hombro.
—Desagradecida —refunfuñó.
—¿Qué? —preguntó Aren.
—Es una desagradecida. Nos estamos encargando de que todo el mundo esté a salvo y ella se pasa el tiempo quejándose.
—No ha dicho nada.
—Lo veo en sus ojos.
—Ivanna no cree que debamos salir a buscar problemas.
—¿Y qué, entonces debemos esperar a que éstos lleguen? ¿Con lo bien que eso nos ha funcionado antes?
Aren levantó las manos en señal de rendición.
—No estoy diciendo que esté de acuerdo con ella.
Olivia aceleró el paso en un intento de dejar su ira atrás, pero la siguió mientras se dirigían al sur. Los ruinos no la respetaban porque todavía no había hecho nada grandioso. No era más que una inepta heredera de una gran reina, que además vivía en una penosa cabaña. Ni siquiera podía dar a su gente un buen lugar donde vivir o suficiente comida. No era de extrañar que Ivanna la mirara con desdén.
Súbitamente, Aren extendió el brazo e hizo que Olivia se detuviera. Señaló hacia delante.
Los árboles a su alrededor eran escasos y tenían poco follaje, así que fácilmente pudo ver a los cinco hombres que caminaban frente a ellos. Tenían la ropa mojada y pegada al cuerpo.
—Cazadores —dijo Aren en voz baja.
—¿Cómo lo sabes?
—Por los broches azules.
Olivia entrecerró los ojos para ver mejor. Cada uno de los hombres portaba varios broches en la chaqueta.
—Los cazadores merecen morir —sonó casi como si Aren estuviera tratando de convencerse a sí mismo. O a Olivia. Por supuesto, ella no necesitaba que alguien la convenciera.
—¿Vamos a caminar a Vallos? —gimió un joven pelirrojo que temblaba de frío.
—A menos que tengas una mejor idea —dijo un hombre de barba poblada—. O puedes ir al océano a pescar los restos del barco si quieres.
El pelirrojo rezongó algo que Olivia no entendió. Sentía la magia sacudiéndose en su cuerpo, rogando por ser liberada.
—¿Tienes alguna preferencia? —susurró Olivia.
—No —respondió Aren.
—Yo quiero al de la barba —dijo casi gritando. Le recordaba al rey de Lera.
Las