Venganza. Amy Tintera
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Cas se tensó. No podía negarlo. Había dado por sentado que Lera todavía dominaba la provincia del sur porque los guerreros de Olso aún no invadían la fortificación. Era cierto que no lo sabía con certeza.
—Quisiera ser parte del grupo que irá al sur —dijo Violet. De pronto pareció preocupada.
—Por supuesto. Como regente de la provincia tú deberías dirigir a los soldados —respondió Cas.
—Como líder de la provincia del sur debería quedarse aquí, donde está a salvo —dijo Jovita—. No podemos darnos el lujo de perder a más dirigentes.
—Entonces ¿qué sugieres? —preguntó Cas—. ¿Que todos nos quedemos aquí escondidos hasta que Olso vuelva a atacar?
—No. Ahora que los cazadores han vuelto tenemos suficientes soldados para lanzar un ataque.
—¿Exactamente contra quién?
—Los ruinos.
—¿Quieres atacar a los ruinos? —Cas no intentó ocultar su incredulidad.
Jovita se inclinó hacia adelante.
—Por supuesto que quiero atacar a los ruinos. La pregunta es: ¿por qué tú no? Emelina Flores mató a la princesa de Vallos. Se asoció con Olso, tomó el castillo e inició una guerra. Por su culpa estamos en este lío, y tú simplemente la dejaste ir. ¡Ordenaste a los cazadores que dejaran de matar a los ruinos a pesar de que ellos no dejarían pasar una oportunidad para asesinarnos!
—¡Ellos se fueron! Es a nosotros a quienes debería temerse, no a los ruinos. Nosotros los asesinamos sin provocación.
—¿Sin provocación? —Jovita se echó hacia atrás—. ¿De verdad crees eso de los ruinos? ¿Que no son peligrosos?
—No todos lo son.
Jovita adoptó una expresión preocupada.
—Oh. No sé qué decir a eso, Cas.
—Ellos acaban de atacarnos —dijo la general Amaro—. No sé qué más tendrían que hacer para que usted los considere peligrosos.
Se instaló un silencio incómodo en la sala. Cas escudriñó los rostros de sus consejeros, en busca de alguien que estuviera de acuerdo con él. Galo y Violet eran los únicos que no parecían molestos u horrorizados. Un calor empezó a ascender por su cuello.
—Ahora mismo los ruinos no son prioridad —dijo Cas—. Tenemos que concentrarnos en mantener el control en el sur y prepararnos para recuperar el castillo. Lo mejor para Lera es...
—A ti no te interesa lo que pueda ser mejor para Lera —interrumpió Jovita.
—¡Todo lo que he hecho es lo mejor para Lera!
—Soltaste a Olivia Flores. Ella mató a la reina y a innumerables guardias y soldados. ¿Realmente eso era lo mejor para Lera?
A Cas se le hizo un nudo en el estómago. Su mente quedó súbitamente en blanco. Para eso no tenía respuesta.
—No tengo intenciones de atacarte, Cas —dijo Jovita con dulzura. Nadie más pareció darse cuenta de que su voz estaba cargada de condescendencia—. Creo que ahora mismo necesitas retroceder un poco y pensar en tu estado mental.
La habitación se volvió borrosa y Cas se preguntó si en efecto habría perdido la razón. Volverse loco tenía que ser menos doloroso que eso.
—Mi estado mental —repitió.
—Sigues llorando la muerte de tus padres; tu esposa te traicionó; fuiste atacado en la selva. No te juzgo, Cas. En esas circunstancias cualquiera empezaría a desmoronarse.
—Cas no ha perdido la cordura —dijo Galo con vehemencia.
Jovita levantó un dedo, como si la opinión de Galo la tuviera sin cuidado.
—No he dicho que haya enloquecido. Cas, simplemente planteo la posibilidad de que ahora mismo no estés pensando con claridad. ¿Te has tomado tiempo para descansar? Puede ser justo lo que necesitas.
—Estoy bien —dijo él bruscamente.
Jovita lanzó una mirada preocupada. Parecía que los consejeros estaban aceptando esa farsa. Ninguno quería mirar a Cas a los ojos.
—¿Por qué no tomas un tiempo para considerar mi plan de lanzar un ataque a los ruinos? —dijo Jovita—. Podemos reanudar la sesión mañana, después de que lo hayas pensado un poco.
Cas se puso en pie arrastrando la silla por el suelo.
—No tengo que pensar en eso. La respuesta es no.
—Pero...
—No —repitió con firmeza. Salió del salón dando grandes zancadas, con Galo unos pasos detrás de él. La puerta se cerró, se alcanzaban a oír algunos murmullos.
—No pueden hacer nada sin la aprobación del rey —dijo Galo.
Cas se pasó la mano por la cara. No estaba tan seguro de eso.
Casi doscientos rostros miraban a Em fijamente. Tragó saliva e intentó que su cara no delatara su nerviosismo. Casi esperaba que los ruinos empezaran un motín.
Olivia estaba junto a ella, frente a todos los ruinos que habían conseguido llegar hasta ese momento. Habían levantado tiendas de campaña cerca del castillo; Olivia los convocó a todos y les ordenó que se sentaran en el suelo mientras ella anunciaba los nuevos planes de gobierno. Detrás de los ruinos, las tiendas se sacudían con el viento; empezó a lloviznar. Como otras veces, Em deseó que tuvieran un lugar con paredes adonde ir; detestaba verlos con frío y a la intemperie.
—Una diarquía —repitió Olivia—. Gobernaremos juntas, como iguales —los ojos le brillaban de emoción, como si pensara que ese anuncio sería recibido con un entusiasmo desenfrenado.
Pero no: fue recibido con escepticismo. Un murmullo recorrió la muchedumbre y todos los pares de ojos aterrizaron en Em. Quizás era una buena señal. El día que la habían expulsado del trono supo que algo andaba mal porque nadie quería mirarla.
Ahora, sin embargo, todos la observaban fijamente. No todos con expresión amable. Tragó saliva. Tal vez debía decir algo, explicar que ella sólo quería que Ruina volviera a ser un lugar seguro, construir un hogar del que pudieran estar orgullosos.
—Planeamos levantar Ruina y hacer de ella algo aún mejor —dijo Olivia antes de que Em pudiera pronunciar palabra. La muchedumbre seguía incrédula. Por lo visto no confiaban en la una ni en la otra. Em no tenía claro si eso la hacía sentir mejor o peor.
Tras las palabras de Olivia cayó un largo silencio. En las mejillas de su hermana aparecieron unas manchas rosadas.
—Pronto daremos más información —dijo bruscamente—. Por el momento quisiéramos