Venganza. Amy Tintera
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Venganza - Amy Tintera страница 4
Un fuerte viento pasó barriéndolos. Violet se cubrió el pecho con los brazos; su vestido se agitaba con el frío soplo del aire, pero no tembló a pesar de que debía estarse congelando.
—¿Ya hablaste con Jovita? —preguntó él con tacto.
—No, su majestad.
—Puedes decirme Cas y hablar sin reverencia —él no dejaba que nadie más que Galo y Jovita le dijeran Cas, pero sabía lo importante que era esta muchacha. La necesitaba como aliada, como amiga. Echó una mirada a la fortaleza y dio un paso hacia ella—. Si Jovita trata de hablar contigo, sobre lo que sea, ¿me avisarás?
Violet frunció el ceño.
—¿Pasa algo?
—No. Mi prima en este momento no me aprecia mucho. Quisiera saber si puedo tenerte de mi lado si hace falta.
—Ya estoy de su lado, su... Cas.
Al menos alguien lo estaba.
—Gracias, Violet.
TRES
Olivia elevó la cabeza hacia el cielo y respiró muy hondo. Acababa de salir el sol, pero se encontraba oculto tras nubes oscuras. El cabello oscuro golpeaba su rostro a causa del viento helado. Después de un año encerrada en un calabozo de Lera, cada soplo de aire fresco era un regalo.
Se dejó caer en medio de los escombros que solían ser su casa. No había creído que el castillo hubiera desaparecido completamente. Pensaba que todavía quedaría en pie alguna pared, arcones con ropa de su madre para elegir alguna prenda... pero el fuego lo había consumido todo. El miedo de los humanos había destruido todo, tal como su madre dijo que pasaría.
Con un empujoncito apartó un trozo de madera ennegrecido y quedaron al descubierto un ojo y una nariz blancos que la miraban. La estatua de Boda. La sacó para descubrir que todo lo que quedaba de ella era media cabeza. Seguramente había estado sentada en los restos de la biblioteca. La estatua del ancestro había estado en el rincón desde la coronación de Wenda Flores.
Olivia cerró los ojos y dejó que la imagen de su madre cobrara forma en su mente. A menudo llevaba suelto el largo cabello oscuro, y volaba tras ella mientras caminaba a toda velocidad por el castillo. Usaba vestidos fastuosos aunque no hubiera ocasión y Olivia siempre asociaba el frufrú de las faldas con su madre.
Arrojó a un lado la cabeza de la estatua. El ancestro favorito de su madre no había hecho nada por salvarla, a fin de cuentas. Si alguien iba a salvar a los ruinos sería Olivia.
—Liv...
Olivia se giró y vio a Em caminando hacia ella. Podía percibir a los humanos y ruinos a su alrededor, aunque estuvieran muy lejos, pero a Em no. Ella no era ni humana ni ruina. Era la única persona del mundo que podía acercársele a hurtadillas.
Olivia seguía viendo en su mente a la Em que había conocido los primeros quince años de su vida. La Em sarcástica y a menudo hosca, resentida por su inutilidad y por tener que ver cómo Olivia dominaba su magia.
O quizá no era resentimiento sino miedo. En el pasado, Olivia con frecuencia se giraba hacia su hermana y la encontraba mirando a otro lado, estremecida por los gritos de algún hombre al que Olivia estuviera torturando. Ella en ocasiones fingía no poder extirpar una cabeza con tal de no ver la expresión horrorizada en el rostro de su hermana.
El miedo ya no era una opción para Em. El año que había pasado lejos de Olivia la había vuelto despiadada y peligrosa. Seguía teniendo la misma piel aceitunada y el mismo cabello oscuro, pero la tristeza de sus ojos era nueva. Olivia pensaba que a ella le había ido mal en el calabozo. Ni siquiera era capaz de comprender por completo lo que Em había atravesado el último año.
A pesar de los horrores que había tenido que soportar, Em había derribado Lera, organizado a los ruinos y salvado a Olivia. Y la llamaban la inútil... De pronto a Olivia la boca le supo amarga.
—Acaban de llegar cerca de cincuenta ruinos más —dijo Em sentándose junto a Olivia—. Dijeron que no habían tenido dificultades para salir de Olso. Parece ser que el rey los invitó a quedarse, pero no intentó retenerlos cuando declinaron la invitación.
—Tratar de mantenerlos en contra de su voluntad habría sido una rotunda estupidez —dijo Olivia.
—Supongo que pronto veremos algunos guerreros.
—¿Tú crees?
—Querían que fuéramos a Olso a conocer a su rey. Me cuesta imaginar que hayan decidido dejarnos ir.
Olivia resopló.
—¿Dejarnos? No necesitamos que ellos nos lo permitan.
—No queremos tener a los guerreros como enemigos —dijo Em—. Todavía no somos lo suficientemente fuertes para arreglárnoslas solos.
Olivia respiró hondo para contener la furia que le inflamaba el pecho. Em tenía razón, por mucho que le doliera reconocerlo.
—Tendré que negociar con los guerreros, ¿verdad? —preguntó Olivia.
—Probablemente.
—¿Y si mejor los mato? —sonrió—. Así desde el primer instante adopto una postura fuerte.
—No sé si estás bromeando.
Olivia inclinó la cabeza hacia delante y hacia atrás.
—Sí y no.
En realidad no, para nada. Lo único que atenuaba su cólera era destrozar a alguien. Todavía sentía el corazón de la reina de Lera en su mano, el pulso contra su palma. La reina se lo merecía. Había estado allí durante varios de los experimentos que habían hecho con Olivia. Arrancarle el corazón del pecho a la reina había sido amable de su parte.
—En serio: sugiero que no los mates —dijo Em.
—Bien.
Ya buscaría después a quien matar. Había muchísimos cazadores de Lera dando vueltas de un lado a otro por Ruina, intentando salir. Pronto cerraría el puño sobre sus corazones también.
—Tenemos que encontrar un refugio más permanente —dijo Em—. Me gustaría llevar a un grupo al alojamiento de los mineros. Seguramente a estas alturas ya está abandonado; podemos usarlo hasta que se reconstruya el castillo.
Olivia recordó el alojamiento de los mineros de carbón. Era pequeño y lamentable; necesitaba repararse hace años.
—¿Ésa es tu mejor opción, realmente? —preguntó Olivia.
Em empujó unos escombros con el zapato y respondió:
—Desafortunadamente.
Olivia pensó en la fortaleza, con sus muros macizos y suficientes habitaciones para alojar un ejército pequeño.