Venganza. Amy Tintera
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—¿Todavía quieres cuidarlos? —preguntó Olivia.
—¿A qué te refieres?
—Los ruinos te dieron la espalda. Todos, excepto Aren, decidieron seguir a otra persona. Alguien que ahora está muerto.
Un dejo de tristeza atravesó el rostro de Em al oír la alusión a Damian. A Olivia no le caía nada bien su amigo muerto, ni siquiera porque había ayudado a Em. Él había crecido con Em y Olivia pero las traicionó cuando más ayuda habían necesitado. Merecía que el rey de Lera lo decapitara.
—Tenían miedo —dijo Em—. Y yo demostré que al rechazarme se equivocaban.
—Ya lo creo que lo demostraste. Y yo no hice más que estar sentada en una celda y tramar un millón de intentos de escapatoria, todos y cada uno de los cuales fracasaron.
—No es tu culpa que te hayan capturado. Yo me propuse gobernar sólo porque tú no estabas.
—Te propusiste gobernar aun después de que te arrebataron el poder. Armaste un plan que derrocó al más poderoso de los cuatro reinos. Llevaste a cabo una conspiración sumamente arriesgada para matar a la princesa de Vallos y casarte con el príncipe de Lera en su lugar. Rescataste a todos, incluso después de que te rechazaron. No sé si yo habría hecho lo mismo.
Olivia podría haber dejado que todos murieran sólo para demostrar que estaban equivocados.
—Lo habrías hecho —dijo Em, que era una optimista.
—El tema es que no lo hice. Y nunca me han interesado los asuntos políticos que vienen con el trono. Las reuniones, las discusiones, los arreglos. Sentía pavor que eligieran un marido para mí, pero tú fuiste y te casaste con nuestro enemigo jurado.
Em miró al suelo cuando pensó en Cas. Apenas si había hablado del príncipe —ahora rey— desde que se fue de Lera, pero Olivia los había visto interactuar. Parecía que Em había llegado a sentir algo por ese horrible chico.
—¿Y llegaste a tener relaciones sexuales con él? —preguntó Olivia, tratando de que su voz no sonara horrorizada.
—No. Se dio cuenta de que yo estaba aterrada al respecto y no insistió.
—Oh, qué extraño.
—No es como su padre, Liv. Él fue amable conmigo.
—Bueno, por lo menos no tuviste que acostarte con él —dijo con un escalofrío.
—Se te tomará en cuenta para tu casamiento —dijo Em—. Sobre todo como están las cosas ahora. Estoy segura de que quien elijas será apropiado.
—Deberías ser tú la que se case para formar alianzas políticas. Está claro que eres buena para eso.
—Pero eres tú la reina.
—¿Por qué tengo que ser la única? ¿Dónde está la ley que dice que tengo que reinar yo sola?
—De hecho, existe —dijo Em riendo—. La ley de Ruina establece que el mayor hereda el trono, a menos que haya nacido inútil. En tal caso, el trono corresponde al siguiente heredero.
—Ya demostraste que no eres inútil. Tienes otros poderes, como decía nuestra madre.
—Los ruinos nunca permitirán que los gobierne alguien sin habilidades.
—¿Y si gobernamos juntas?
Las cejas de Em se levantaron.
—¿Qué?
—Hay algunas partes de ser reina para las que voy a ser muy buena: comandar ejércitos, entrenar ruinos, los vestidos —la risita que soltó Em le hizo sonreír—. Soy una luchadora. Tú haces política. Tú sí puedes estar sentada en una reunión con guerreros sin arrancarles la cabeza.
—¿Qué es lo que sugieres?
—Una diarquía. Que gobernemos Ruina juntas, como reinas las dos.
—Una diarquía —la boca de Em formó una O y Olivia sonrió. Sabía que su hermana agradecería la oportunidad de dirigir a los ruinos. Quizá tenía incluso más madera que Olivia para esa posición, pero ésta no podía renunciar al trono por completo. Em había dado grandes pasos para restaurar la gloria de la que antes habían gozado los ruinos, pero seguía ligada a sus absurdos sentimientos hacia Casimir. Olivia tenía que dirigir a Em y a su pueblo; necesitaba demostrar su valía después de haber estado un año encerrada.
—Tomaremos decisiones juntas —dijo Olivia—. Cada una tendrá determinadas responsabilidades. Tendremos cierto poder de veto. ¡Vamos! —dijo dando un suave empujón en el hombro a su hermana—. Sabes que quieres gobernar a los ruinos. Sabes que deberías ser reina.
—Pe-pero ya una vez me rechazaron —tartamudeó Em—. No me aceptarán como su reina.
—Nos encargaremos de que acepten.
—Quizá debamos discutirlo con algunas personas, preguntar...
—Nosotras no preguntamos —Olivia se enderezó en el asiento. Era menos alta que Em, pero sólo un poco—. Nosotras asumimos. Asumiremos el trono, asumiremos la responsabilidad, y aplastaremos a quien se oponga. ¿Entendido?
Em soltó una risita.
—¿De verdad? ¿Aplastaremos a quien se oponga?
—Está bien: yo los aplastaré. Para esa parte soy buena.
Lo cierto es que Olivia sabía que tendría que adoptar una postura firme con los ruinos. Ellos no respetarían a una reina que había sido secuestrada y luego rescatada por su hermana inútil. Olivia tenía que exigir, no pedir.
—¿Estás segura? —preguntó Em.
—Absolutamente. No me obligues a hacerlo sola. Ahora mismo los ruinos tienen que estar unidos. Creo que si empezamos por gobernar juntas será como una poderosa declaración.
Em contuvo las lágrimas.
—Te quiero, Liv.
—Lo sé. Te casaste con Casimir por mí. Me figuro que debes quererme de verdad —Olivia se puso en pie de un salto y alargó la mano hacia Em—. Ven. Presentemos a la reina Emelina a los ruinos.
CUATRO
Cas descendió por las escaleras de la fortaleza y se giró al escuchar risas que provenían de la parte trasera de la edificación. Caminó por el pasillo con Galo a la zaga.
—¡Hazlo con fuerza! —gritó una mujer.
—¡Lo estoy haciendo con fuerza! —respondió otra voz femenina.
Cas se detuvo a la entrada de la cocina