Venganza. Amy Tintera
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—Su majestad —dijo.
Al oír eso, la joven dio media vuelta y soltó un chillido a modo de saludo.
—Buenos días —dijo Cas—. ¿Cómo va todo?
—Muy bien. ¿Le ha gustado la comida?
—Por supuesto —sonrió tratando de tranquilizar a Blanca. Ella antes era ayudante de cocina en el castillo, pero el cocinero real seguía desaparecido y probablemente había muerto. Cas señaló la bola de masa y comentó—: No sabía que tuviéramos harina.
—Llegó ayer. Uno de los que vinieron de Ciudad Gallego trajo todo lo que tenía en su panadería para que no se echara a perder.
Cas oyó pasos detrás de él. Era Daniela, que caminaba hacia ellos cargando una canasta de verduras. Su rostro arrugado se iluminó al ver al rey.
—Qué gusto verlo, su majestad —dijo con una inclinación de cabeza. Había estado con él en el carro, al igual que muchos miembros del personal de la fortaleza, y Cas parecía haber ganado su lealtad eterna a consecuencia de eso.
—¿Qué le ofrezco? —preguntó Blanca.
—Nada, gracias.
Se dirigía a una reunión con Jovita y los consejeros; sentía un nudo en el estómago que le impedía siquiera pensar en comida. Se despidió y se marchó. Las risas no regresaron cuando se alejó. En aquellos días, la risa siempre cesaba cuando él entraba en una habitación.
Subió al segundo piso de la fortaleza y entró en una gran sala vacía. Su padre siempre era el último en llegar a las reuniones; Cas había decidido hacer lo contrario.
El personal había quitado sillas y sofás y con varias mesas pequeñas formó una larga en medio de la sala. No había ventanas, así que de las paredes colgaban varios faroles y había dos más sobre las mesas. Nada era en comparación con el Salón Océano, donde tenían lugar las reuniones en el castillo de Lera. Si Cas cerraba los ojos aún podía ver el sol brillando en el océano desde aquellos ventanales.
Se dejó caer en la silla de la cabecera. Galo no se movió de la entrada.
—Siéntate aquí —dijo Cas empujando con el pie la silla que estaba junto a él.
Galo miró el asiento y luego a Cas.
—¿Estás seguro?
Jamás el padre de Cas habría permitido que un guardia se sentara a la mesa durante una junta de consejeros. Por esa misma razón Cas estaba decidido a que Galo se sentara junto a él.
—Siéntate.
El guardia obedeció. Cas, nervioso, se tronó los nudillos mientras esperaba. Seguía pareciéndole increíble que todo el mundo recibiera órdenes suyas.
Unos minutos después entraron el coronel Dimas y la general Amaro; susurraron sus saludos. La general Amaro evitó la mirada de Cas y ocupó el asiento más alejado.
Entraron las dos consejeras a las que había visto el día anterior; iban hablando muy concentradas. Cas conocía bastante bien a Julieta, la mayor. Tenía más o menos la misma edad que su madre y vivía en Ciudad Real. A la otra, Danna, la había visto algunas veces, pero vivía en la provincia oriental y visitaba el castillo pocas veces al año. El día anterior las dos se habían mostrado amigables y le dieron el pésame, pero ese día parecían tensas. Julieta esbozó una sonrisa a todas luces forzada.
Violet entró en la sala; su rostro se iluminó cuando encontró a Cas. Él le hizo una señal para que se sentara junto a Galo; ella rápidamente se acercó.
El gobernador de la provincia del sur tiene una hija. Era nuestra segunda opción después de Mary... Es encantadora. Mucho más bonita que Emelina.
La voz de su padre resonó en su cabeza mientras miraba a Violet de soslayo. Su padre tenía razón. Violet era muy atractiva, de largo cabello negro, ojos oscuros e intensos y labios carnosos, pero la comparación con Em no era idónea. Em podía no ser la chica más bella en la sala, pero eso no impedía que fuera blanco de todas las miradas. Era como si tuviera un secreto que todo el mundo quisiera conocer.
Cas trató de sacar la imagen de Em de su cabeza; necesitaba concentrarse.
Entró el gobernador de la provincia del norte, seguido de algunos importantes líderes de la provincia occidental. Cas sabía que tenía que empezar a hacer nombramientos oficiales, pues muchos funcionarios habían muerto, pero no había tenido tiempo. Seguía concentrado en tratar de llegar al final del día sin perder el control y echarse a llorar.
Jovita fue la última en entrar. Llevaba el cabello suelto sobre los hombros y un vestido azul. ¿De dónde había sacado un vestido? Muy rara vez la había visto con uno en el castillo, ya no se diga en una fortaleza con limitaciones de suministros.
Se sentó en la silla vacía junto a Cas.
—¿Cómo estás, Casimir?
—Bien —respondió sin poder disimular su suspicacia por tan cordial saludo—. ¿Y tú?
—Estoy bien, gracias. Observé que esta mañana volviste a salir de la fortaleza para visitar el lugar donde murió la reina.
Todos los ojos se fijaron en Cas. El contuvo el impulso de escurrirse lejos de sus miradas.
—Vas a menudo —dijo Jovita.
—Sí —respondió—. Me da oportunidad de pensar.
—Entiendo que estés triste, pero es hora de actuar, no de pensar. ¿Cómo esperas conseguir algo si pasas la mayor parte del día deambulando?
—No paso ahí la mayor parte del día, pero por lo visto tú sí pasas la mayor parte de tu día siguiendo mis movimientos.
Jovita torció el gesto, irritada.
—Me preocupas y, por extensión, me preocupa Lera. No has presentado plan alguno, así que...
—Creo que de eso se trata esta reunión —dijo Cas—; si ya terminamos de hablar sobre cuánto lamento la muerte de mi madre, quisiera pasar a lo siguiente.
Jovita apretó los labios; la mandíbula le temblaba.
—Bien —Cas miró al frente, evitando ver a su prima—. La fortaleza ya está al límite de su capacidad, pero todos los días llega gente. Pronto necesitaremos más espacio; creo que el sur es la mejor opción. Quisiera enviar un grupo de soldados a hablar con los dirigentes de la provincia del sur. Su regente está con nosotros —dijo señalando a Violet—, pero quisiera saber cómo vive la gente de allá. Ninguno ha venido.
—Los ruinos se dirigieron al sur tras la batalla —dijo Danna—. Puede ser que no quede mucha gente.
—Iban hacia el sur pero camino a Ruina —aclaró Cas—. No atacaron en el camino.
Danna levantó las cejas y preguntó:
—¿Cómo