Venganza. Amy Tintera

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Venganza - Amy Tintera страница 3

Venganza - Amy Tintera Ruina

Скачать книгу

murió en el ataque al castillo —dijo Galo—, pero su hija no, y está aquí. Violet Montero. Me encontró esta mañana y pidió hablar contigo.

      —¿Está aquí? ¿Cuándo llegó?

      —Igual que tú, al parecer. Estaba con el personal y al principio nadie lo notó. Ha estado enferma.

      —¿Ya está mejor?

      —Sí.

      La fortaleza surgió imponente frente a ellos y Cas se paró sobre una pila de ladrillos en el jardín frontal. Algunas partes de la muralla habían caído cuando atacaron los ruinos y los guerreros, y ésta seguía dañada. Pasaría un buen rato antes de que fuera completamente reconstruida. Detrás de la muralla estaba el Fuerte Victorra, una pila de ladrillos cuadrada, prácticamente sin ventanas, que Cas había llegado a aborrecer.

      —Tal vez esté ahora en el comedor, si quieres verla —dijo Galo—. Puedo ir a buscarla.

      —No te molestes, iré yo. ¿Les confirmas a las dos consejeras que llegaron anoche que nos reuniremos en una hora?

      —Por supuesto —dijo Galo, y salió corriendo.

      A esas alturas, Cas debería haber elegido a un asistente personal. Galo era el capitán de su guardia, no su mandatario, y se sentía culpable de hacerlo cumplir las dos funciones.

      Pero el Fuerte Victorra no era como el castillo de Lera. No había suficiente personal y Cas tenía que hacer muchas cosas él mismo. Ya no tenía todo un equipo a su servicio.

      Un soldado abrió el portón de la fortaleza al verlo acercarse; Cas murmuró un agradecimiento y entró.

      Parpadeó mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad.

      De la entrada al gran vestíbulo unos faroles flanqueaban el muro, pero hacían muy poco para alegrar el lugar.

      En la fortaleza, los primeros días tras el ataque habían sido tranquilos pero pronto, después de que los guerreros de Olso tomaran el castillo y las ciudades del norte, empezó a llegar gente de todo Lera. Ahora la pequeña edificación estaba a reventar, con las bibliotecas y áreas comunes convertidas en dormitorios. Varias personas estaban bajando por las escaleras a su izquierda en ese momento, y se quedaron paralizados cuando lo vieron. Él fingió no darse cuenta.

      Atravesó el vestíbulo y entró a la pequeña habitación anexa a la cocina. Muchos huéspedes se reunían ahí cada mañana, así que se le dio el nombre de desayunador. Había varias mesas redondas dispersas, con hombres y mujeres sentados. No tenían mucha comida, pero había alubias y pescado.

      Cuando entró, la gente lo miró y guardó silencio. Se dio cuenta de que no sabía cómo era Violet.

      —Necesito hablar con ¿Violet? —salió en forma de pregunta; no había aprendido a hablar como su padre, como si cada frase fuera una orden.

      Se levantó una joven delgada con un sencillo vestido negro. Su cabello oscuro estaba recogido en un moño, con lo que se acentuaban sus pómulos y sus grandes ojos negros. Parecía cansada, pero sonrió. Le resultó ligeramente familiar.

      —Soy yo, su majestad.

      A pesar de su baja estatura, su voz atravesó sin dificultad la habitación. Caminó hacia él.

      El carro. Lo habían subido a un carro con su personal la noche en que murió su padre y fue tomado el castillo. Por eso la conocía. Ella lo había ayudado a escapar.

      —Te conozco. “Cuidado, puedes pincharte con las astillas” —repitió lo que ella dijo cuando lo ayudó a escaparse por una abertura en el carro.

      —Sí, era yo, su majestad —dijo soltando una risa avergonzada.

      Todos los miraban fijamente; Cas giró sobre los talones y le hizo a Violet un gesto para que lo siguiera.

      Adentro no había sitio alguno donde pudiera tener una conversación privada sin sentirse incómodo, así que la condujo afuera, a la parte trasera de la fortaleza. A la edificación seguía faltándole un fragmento del muro posterior desde que un ruino lo destruyera. Caminaron hasta donde nadie pudiera oírlos. A su izquierda había algunos trabajadores ocupándose del jardín, pero no estaban lo suficientemente cerca para escuchar.

      —Supe que estuviste enferma —dijo Cas.

      —Sí, las condiciones del carro eran...

      —Terribles —dijo él sintiendo una fuerte sensación de culpa. Al final, había conseguido salvar al personal al que había dejado abandonado en el carro, pero le tomó varios días. No podía imaginar cómo había sido estar atrapado tanto tiempo en ese carro caliente donde faltaba el aire. No sabía cuántos habían muerto, pero eran demasiados.

      —Nunca tuve oportunidad de darle las gracias por habernos salvado —dijo ella—. Sabemos que Jovita quería que nos dejara ahí, y todos apreciamos lo que usted hizo por nosotros.

      —Por supuesto. No podía abandonaros ahí.

      —Sí, sí habría podido —le hablaba mirándolo a los ojos—. No me he presentado como se debe. Violet Montero. Mi padre era gobernador de la provincia del sur.

      —Eso oí. ¿Por qué en el carro no me dijiste quién eras?

      —No parecía importante. ¿Qué habría hecho usted con esa información?

      No le faltaba razón. Él a duras penas podía pensar con claridad encerrado en esa caja de madera con ruedas. Su padre acababa de morir y aún no se había recuperado de lo de Em. Violet podría haberle dicho que le habían brotado tres cabezas y quizás él sólo se habría encogido de hombros.

      —Aquí hay gente que me conoce —dijo ella—, por si quisiera usted confirmarlo.

      —Sí, quisiera hacerlo. Se entiende, ¿verdad? —Después de que Emelina se había hecho pasar por la princesa de Vallos y por su prometida, probablemente nunca más volvería a tomar por cierta la palabra de alguien en lo relativo a su identidad.

      —Se entiende, sí.

      —¿Por qué no nos conocimos en el castillo? —preguntó él.

      —Yo acababa de llegar cuando atacaron. Iba a asistir a la boda, pero mi abuela estaba enferma y yo la estaba cuidando.

      —Lamento mucho lo de tu padre —dijo él.

      —Lo del suyo también.

      —¿Tu madre aún vive? —preguntó con un nudo en la garganta mirando fijamente a un punto detrás del hombro de ella.

      —No. Murió hace algunos años.

      —¿Eres la hija mayor?

      —La única.

      —Entonces tú heredaste la provincia del sur —pretendía que las palabras sonaran a felicitación, pero salieron cansadas. Se preguntaba si a ella le haría tanta ilusión heredar la provincia del sur como a él el trono.

      —Así es. Supe que pronto se reunirá usted con unos consejeros. Creo que yo debería

Скачать книгу