Venganza. Amy Tintera
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Читать онлайн книгу Venganza - Amy Tintera страница 13
Aren tenía a los otros, así que ella se dirigió al de la barba a grandes zancadas. Lo quería en el suelo y, en medio segundo, allí lo tuvo. Olivia se sentó en las piernas del hombre.
—Así que cinco broches —dijo arrancándole uno—. Mi hermana me habló de éstos. ¿Mataste a cincuenta ruinos y estás orgulloso de eso?
Él sacudió la cabeza, desesperado.
—Probablemente yo también he matado a esa cantidad de gente, pero no estoy alardeando —ladeó la cabeza—. Aunque lo que acabo de hacer fue alardear, ¿verdad? —abrió la chaqueta del hombre de un tirón y clavó el broche en su pecho, atravesando la camisa y la carne. Él aulló.
—No exageres, ni que hubiera dolido tanto. Tendrías que haber visto el tamaño de las agujas que tu rey usó conmigo —arrancó otro broche y se lo metió en el pecho, junto al otro. Lo mismo hizo con los otros tres. Cuando terminó, el hombre estaba gimoteando y llorando.
—Aren, pásame los demás broches. Tiene mucho espacio donde ponerlos —dijo dando palmaditas en el estómago del cazador.
No hubo respuesta. Cuando se giró vio a Aren apoyado en un árbol, pestañeando. Parecía como si le hubieran dado un golpe en la cabeza.
—¡Aren! —gritó Olivia.
Se giró para mirarla y sus ojos se aclararon.
—¡Dame sus broches! —dijo señalando a los cazadores muertos.
—¿Es normal...? —preguntó arrugando la cara—. ¿Es normal que me sienta así?
—¿Así cómo?
—Aturdido. ¿Es por el desprendimiento?
—Sí. Con el tiempo mejora.
Lentamente se incorporó y sacudió la tierra de sus pantalones. Se apartó de ahí.
—¡Aren! ¡Los broches!
—Mátalo y basta —dijo sin darse la vuelta. El cazador comenzó a lloriquear.
Olivia soltó un suspiro largo y exagerado. Era una pena que su madre ya no estuviera: ella sabía apreciar la tortura más que nadie; entendía su valor.
Se quitó de encima del cazador. Él gimoteó e intentó escabullirse moviendo los pies. Olivia le partió el cuello.
—Iba a ponerle en el pecho una carita sonriente con los broches —se quejó.
Aren se detuvo y la miró; una expresión de miedo atravesaba su rostro. El segundo más poderoso entre los ruinos, el muchacho que había matado a más cazadores en Ruina, le temía. Quizás así era como se ganaba la lealtad, quizás así salvaría a todos: con miedo.
Olivia sonrió.
Em abrió los ojos y enseguida revisó la otra cama. Estaba vacía. Era la de Olivia; había estado vacía todas las mañanas desde hacía una semana, cuando se mudaron a las cabañas.
Em apartó las mantas, se incorporó y caminó hacia la ventanita junto a su cama. Afuera, algunos ruinos estaban encendiendo una fogata en la fosa, no lejos de las cabañas. El sol acababa de salir y eran los únicos que ya estaban en pie y activos. La zona frente a las cabañas era casi sólo tierra y hierba amarilla. El día volvió a ponerse gris y por unos momentos Em pensó en Lera: los cielos azules, el océano centelleante, el pan de queso, las ropas coloridas.
Permitió que la imagen de Cas cobrara forma en su memoria, sonriente mientras le ofrecía el pan de queso. Si él estuviera allí ella podría meterse con él bajo las mantas y dormir todo el día. El clima de Ruina no sería tan malo si pudiera pasar el día con él en la cama.
Se vistió y salió de su habitación, todavía pensando en Cas. Al otro lado del pasillo la puerta de Aren estaba entreabierta, y su cama vacía.
La puerta principal se abrió y comenzaron a escucharse risas. Em salió y se topó con Olivia y Aren, que iban entrando. Las mejillas de Olivia estaban rosadas por el frío de la mañana. Saludó a su hermana con la mano, llena de entusiasmo.
—¿Qué hacíais vosotros dos? —preguntó Em con un tono de recelo en la voz que no supo disimular. Olivia sólo se veía así de contenta cuando asesinaba.
—Fuimos un poco al sur para explorar la zona —dijo Aren encogiéndose de hombros y quitándose el abrigo sin mirar a Em a los ojos.
—Qué bueno que lo hicimos. Uno de los barcos de Lera tuvo un problema y regresó. Había un montón de cazadores a bordo —dijo Olivia.
Em tenía miedo de preguntar.
—Ya están muertos —dijo Aren.
Ella asintió con la cabeza; probablemente era lo mejor. No estaban a salvo con cazadores en las cercanías.
Sin embargo, la expresión de alegría en el rostro de Olivia la incomodaba.
Aren caminó hacia la cocina con paso ligero y natural.
—¿No estás exhausto después de haber usado tu magia? —preguntó Em.
—Le enseñé a usar su magia ruina sin la participación de su cuerpo... —dijo Olivia—. Estamos enseñando también a otros ruinos. No todos pueden hacerlo, pero los más poderosos sí.
Aren sirvió agua del cántaro en una taza.
—Estaremos mucho más seguros si podemos usar nuestros poderes sin agotar nuestros cuerpos. Los mejores...
Un grito cortó sus palabras. Em fue al rincón, cogió su espada y salió a toda velocidad. Los ruinos salieron corriendo de sus cabañas, todos con la atención puesta en el mismo lugar: alrededor de veinte jinetes se dirigían hacia ellos procedentes del norte, el primero de ellos ondeaba una bandera roja y blanca. Guerreros de Olso.
—Mantente detrás de mí —dijo Olivia a Em y salió corriendo.
—No ataques —gritó Em siguiendo a su hermana—, ¡son nuestros aliados!
Los caballos se detuvieron, levantando nubes de polvo a su alrededor. Olivia se irguió con bravura y extendió un brazo para proteger a Em. Tragó saliva y las marcas ruinas de su cuello se movieron. Era evidente que no creía que los guerreros fueran sus aliados.
Había diecinueve caballos en total, cada uno con un jinete vestido de negro. Los brazos se levantaron en señal de rendición. La guerrera con la bandera bajó de su montura de un salto y se dirigió a ellos, también con los brazos levantados. Em entrecerró los ojos y dio un paso adelante.
—Es Iria —dijo Aren, detrás de ella.
Em guardó la espada en el cinturón y empezó a caminar hacia Iria, pero Olivia la cogió del brazo.
—Está bien —dijo Em liberándose con una suave sacudida—, sólo es Iria.
Olivia no parecía convencida pero no protestó cuando Em siguió su camino.
Iria bajó