Información, participación ciudadana y entre palabra e imagen. Alejandro Ramos Chávez
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Los progresos e innovaciones de estas tecnologías ponen a nuestro alcance un cúmulo de datos y de información de forma inmediata con una cobertura general o con una especificidad de acuerdo a la precisión de la búsqueda. La oferta de múltiples medios para obtener información es muy variada y, a la vez, muy accesible, desde las grandes supercomputadoras hasta unidades móviles para proyectos de sofisticadas ecuaciones y precisos cálculos o de mensajes y comentarios más ligeros que se pueden manipular en la calle, el hogar o el aula. Los especialistas han aprovechado estos adelantos para facilitar los registros de la información y la búsqueda de datos con sólo una palabra o partes de ella, a través de plataformas globales y públicas como Google, Yahoo! Bing, Ask y otras especializadas y científicas, así como redes sociales de todo tipo. De manera paralela, muchos autores colocan sus escritos en estas redes y correos electrónicos, y así como se hacen accesibles casi sin límites y todavía más, se pueden intervenir con mucha facilidad gracias también a la oferta libre de softwares que facilitan usar estos textos para fines personales o comerciales, ya sea copia fiel del original o con intervenciones parciales del original.
Si bien los avances de la tecnología permiten trasmitir cada vez más ideas sin límites ni fronteras, también permiten compartir, algunas veces de forma totalmente libre y otras con ciertos controles o reglas y compromisos el uso de los textos ajenos que circulan en la red. A veces, la emoción de encontrar un mar de información útil para el trabajo, nos anima a “tomar prestados” los datos o la pieza informativa total o parcial, sin darle crédito al autor original o cumplir con los requisitos a los que nos obligan leyes que protegen la creación de cada autor, de cada científico, de cada escritor; nos referimos a leyes como la de “derecho de autor”, la de “propiedad Intelectual”, el registro de patentes o las citaciones específicas que marcan ciertas disciplinas o medios productivos.
Estas facilidades permiten “repetir dichos” sobre temas políticos sin dar la fuente de donde se han tomado, y si bien “nos ahorran tiempo” en los temas políticos y en otras áreas, nos exponen a la falta de comprobación de la veracidad de la información que circula en los medios formales.
Nuevas formas de producir información y nuevas prácticas de consumo
En la industria de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), los cambios en la última década son muchos. Algunas innovaciones en los procesadores de información se ofrecen al consumidor casi cada semestre (aunque los cambios en los laboratorios y en la industria son más frecuentes) y los usuarios-clientes responden con entusiasmo para ostentar la compra de la última oferta de las diferentes compañías que aparecen en el mercado.
Muchos de los cambios se manifiestan en velocidad, almacenaje y capacidad de procesamiento, más nuevas posibilidades de interactuar entre varias bases de datos para personalizar las respuestas y ubicarlas en tiempo y espacio.
Para ilustrar estos cambios, tomaré como ejemplo un objeto emblemático en la cultura y la ciencia para registrar y trasmitir los saberes de la humanidad, los conocimientos creados en el mundo, los sentimientos y sensibilidades: el libro. El libro, desde el siglo XV, se multiplicó con la imprenta. A través de los siglos, ha variado y las opciones de registro de información son múltiples, ya que aparecieron las revistas, los registros audiovisuales y diferentes expresiones digitales.
Muchas de las temáticas de las humanidades y las ciencias sociales todavía usan al libro como el medio representativo del registro de los productos de su creación y de conocimiento que descubren y recrean; no así las ciencias físicas, las biológicas y las tecnologías, que desde el siglo XIX tuvieron como medio de comunicación la revista científica y, de forma paralela a los avances tecnológicos, fue depreciándose en un sinnúmero de medios digitales.
En 1981 apareció el primer libro digital conocido como e-book, que en un principio se leía en una PC de escritorio o portátil. Poco después, apareció la posibilidad de leerlo en aditamentos más pequeños, casi de bolsillo, y con una comercialización global que unía al proveedor con el hogar, el aula, la oficina o el laboratorio. Al ser portátiles, se podían llevar también al café, al parque, al autobús o al avión. Amazon, una de las compañías comercializadoras de este “lector de libros electrónicos” proveyó una versión más moderna en 2007, el Kindle (Stephen 2014, s.p.), cuya primera emisión se agotó en cinco horas, y que se fue acrecentando en las diferentes versiones de dispositivos e-readers. Hay que aclarar que el e-book no ha desplazado al libro impreso, que sigue exitoso en el mercado, pero es una muestra la oferta de nuevas modalidades de acercarse a la información. Este mercado está lleno de innovaciones que, aunque conviven con la tradición, y las habilidades tecnológicas desarrolladas por los jóvenes y los adultos, permiten leer y obtener datos específicos de la información de formas muy específicas y personalizadas (Bañales 2018, 22-23).
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