Cuando es real. Erin Watt
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Amplío la imagen a la altura de mi boca. ¿Así es cómo me ve? ¿Enfadado y taciturno? Parezco un niño pequeño al que le acaban de quitar su juguete favorito. Pero va a sonar todavía más infantil si me quejo de ello a Jim, así que le pongo otra excusa.
—¿Estás viendo toda la mierda que las demás chicas le están enviando? ¿Twitter no tiene reglas? —No sé por qué me sorprende. Estoy acostumbrado a recibir fotos de chicas desnudas con asiduidad, pero algunas de estas parecen… jóvenes. Demasiado jóvenes incluso para mí.
Cuando Jim me abrió una cuenta de Snapchat, me llegaron miles de fotos de chicas desnudas antes de que pudiese subir yo siquiera mi primera historia. Le respondí por accidente a una de ellas, y aquello desembocó en una experiencia un tanto rara con acosadora incluida. Que cuatro niñas de catorce años te persigan en sus bicis da un poco de miedo.
—Ignóralas —me aconseja Jim—. De hecho, puedes hacer caso omiso de todo. Claudia se ocupará de tus respuestas.
Cansado de mirarme a mí mismo, lanzo el teléfono de Ty sobre la encimera de mármol de la cocina.
—¿Cómo vamos con King? —exijo saber, porque mi música es la única razón por la que estoy accediendo a pasar por toda esta mierda.
—No va a pasar nada con él hasta dentro de un tiempo. Sácatelo de la cabeza. ¿Por qué no usas este tiempo para escribir nuevas canciones? A lo mejor tu nueva novia te sirve de inspiración.
—Ja, ja, ja, ja…
Como no le gusto mucho a Vaughn, todas mis canciones serían de chicas irracionales y sus juicios equivocados.
De todas formas, ¿qué le he hecho yo a ella? El tráfico en Los Ángeles es horrible, y Jim sabe de sobra que las reuniones antes de las doce no existen para mí. Soy un búho nocturno.
—Espero que no te pienses que me voy a quedar en mi casa todo el año —murmuro.
—No, sé que un Oak aburrido es peligroso. Sinceramente, me da igual lo que hagas a lo largo del año, aparte de que te alejes de los problemas. King entrará en razón. Tú deja que yo me preocupe de eso. Ahora me voy a casa con mi preciosa mujer.
—No sé si te estás burlando de mí o me estás regañando.
—Ambos, chico —responde Jim con alegría antes de colgar.
La imagen en el teléfono de Ty sigue mofándose de mí. Quiero contestarle algo a Vaughn, pero no tengo ni idea de cómo conectarme a mi propia cuenta de Twitter. Las redes sociales son una completa pérdida de tiempo. Cuando me conecté por primera vez, me sorprendió la cantidad de gente que me mandaba mensajes, los cuales nunca tendrían las pelotas suficientes de decírmelos a la cara. Discutí con unos cuantos.
Y ahí fue cuando Claudia entró en escena y se ocupó de mi cuenta; de todas ellas. Después de las cuatro niñatas, como yo las llamo, estuve más que encantado de que ella se hiciese cargo.
Recojo el móvil de Ty cuando este vibra. Alguna chica acaba de mandarle un mensaje subido de tono. Le paso.
—Ty, ¿por qué tienes cuenta de Twitter?
—Fútbol, hermano. —Entra en la cocina. Al parecer ya ha terminado con el ataque de risa—. Un montón de profesionales tienen cuenta.
—¿Sí?
—Sí, mira aquí. —Me quita el teléfono de la mano y pulsa algo antes de volver a devolvérmelo—. Sigo a mis jugadores favoritos y luego a un montón de atletas.
Leo su muro. Está lleno de estadísticas, enlaces a vídeos de fútbol y artículos.
—No me extraña que siempre me des una paliza en el FIFA.
—Necesitas una cuenta de Twitter secreta.
—Sí, y a Claudia le parecería estupendo. —Me bajo del taburete y rebusco en la nevera algo de comer. Paso de las verduras, el queso, las bebidas sanas y cojo una cerveza—. ¿Te hace una partida?
—Claro. ¿Estás listo para que te vuelva a dar otra paliza?
—Venga.
Le lanzo una cerveza y nos encaminamos al salón. Ty se coloca los cascos con micro incluido mientras que yo me pongo los auriculares. No se me permite tener micro en los míos. Una vez, estaba insultando a gritos y alguien cayó en la cuenta de que mi voz sonaba muchísimo como la de Oakley Ford. Me grabaron, lo subieron a internet y un montón de gente se enfadó porque soltaba muchas palabrotas a la edad de dieciséis.
Joder, ¿alguno de esos padres escucha siquiera a sus hijos cuando hablan? En serio, el noventa y nueve por ciento de los «me voy a follar a tu madre» los dicen preadolescentes.
Ty y yo jugamos un par de horas, y sí que me da una paliza. Me subo un poco el ego jugando al azar en internet y por fin consigo una victoria.
Cuando hemos terminado de jugar, mis ojos vuelven a desviarse hasta su teléfono.
—¿Puedes entrar? —pregunto.
—¿A tu cuenta?
—Sí.
—No. No tengo tu contraseña. Pero puedo llamar a Claudia.
Jugueteo con el teléfono de Ty en las manos. Por lo que sé, Vaughn no ha respondido a que le haya dado a favoritos a su dibujo. No podría estar menos interesada en llamarme la atención. Me recuerda a mis padres.
Frunzo el ceño.
—No.
Termino yéndome a la cama temprano otra vez.
***
Cuando me despierto, es por la mañana. Me acerco al ventanal y le doy al interruptor que hace que el cristal cambie de opaco a transparente. Fuera hay pájaros piando y veo a un par de personas corriendo por la playa. Uno de estos días volveré a aquella isla privada que Jim alquiló después de la gira de Ford. Allí podría salir de casa sin escolta.
Me aparto de las ventanas. Big D no tiene que llegar hasta las doce, porque esa es la hora normal a la que me levanto. Han pasado dos semanas sin que haya nadie en este lugar más que yo, la sirvienta y mis guardaespaldas.
En realidad, echo de menos al idiota de Luke. No era tan malo. Al fin y al cabo, si yo estuviese en su lugar, haría lo mismo… intentar sacar provecho del éxito de mi amigo.
Nunca he tenido que hacer eso. Nunca he tenido que dar mil conciertos de bar en bar para que algún cazatalentos se fijase en mí. Mi madre le envió un vídeo que grabó con su teléfono a un amigo, que a su vez lo compartió con otro amigo, y así conseguí firmar con una discográfica a los trece. Mi primer disco salió con una gran campaña publicitaria detrás antes de que cumpliese los quince. Saqué tres discos buenos más antes de toparme con el bloqueo.
Nunca he estado en la posición de Luke —ni de Vaugh,