Presidente. Katy Evans
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PRESIDENTE
Sube la temperatura en la campaña electoral de Estados Unidos
Charlotte conoció a Matt cuando era una niña y se enamoró platónicamente de él.
Ahora, diez años después, Matt quiere ser el próximo presidente del país y Charlotte trabaja para él en la campaña.
¿Podrán evitar que su atracción ponga en peligro ganar las elecciones y llegar a la Casa Blanca?
«Presidente de Katy Evans me conquistó desde la
primera página. Totalmente recomendable.»
Audrey Carlan, autora de Calendar Girl
«Katy Evans siempre crea personajes que te dejan sin aliento, y con Matthew Hamilton se ha superado.»
C. D. Reiss, autora best seller
Dedicado al futuro
Nota de la autora
Aunque he intentado ser fiel a lo que pasa en política y en los períodos de campaña, esta es, en última instancia, la historia de amor entre Matt y Charlotte. Es una obra de ficción; por tanto, me he tomado algunas libertades a la hora de escribir sobre el mundo de la política, necesarias para crear la historia que ansiaba contaros. Este no es un libro político, sino una historia de amor que surge en ese mundo. Espero que estos dos personajes os atrapen tanto como a mí. Así que poneos cómodos, quitaos los zapatos y adelante…
Te llamas Matthew
Charlotte
Estamos en una suite del hotel The Jefferson. Benton Carlisle, el director de campaña, se fuma su segundo paquete de cigarrillos Camel junto a la ventana abierta. A poco más de un kilómetro de aquí se encuentra la Casa Blanca, completamente iluminada para la noche.
Todas las televisiones de la suite están encendidas y muestran distintos canales de noticias, donde los presentadores continúan informando de los progresos en el escrutinio de votos para las elecciones presidenciales de este año. Los nombres de los candidatos circulan por todas partes especulativamente; tres nombres, para ser exactos. El candidato republicano, el candidato demócrata y el primer candidato independiente con auténtico impacto en la historia de los Estados Unidos de América, el hijo de un expresidente que apenas cuenta con treinta y cinco años de edad, el candidato más joven de la historia.
Los pies me están matando. Llevo con la misma ropa desde que salí de mi piso esta mañana para ir al colegio electoral y votar. Todo el equipo que ha participado en la campaña durante el último año se ha reunido aquí por la tarde, en esta suite.
Llevamos aquí más de doce horas.
La tensión en la atmósfera es palpable, sobre todo cuando él entra en la sala después de tomarse un descanso en uno de los dormitorios, donde ha estado hablando con su abuelo, que lo ha llamado desde Nueva York.
Su figura alta y de hombros anchos aparece en la puerta.
Los hombres de la sala se ponen en pie, las mujeres se enderezan.
Hay algo en él que llama la atención: su altura, su mirada intensa pero de una calidez desconcertante, la refinada robustez que únicamente lo hace parecer más masculino con su traje de negocios, y su sonrisa contagiosa, tan auténtica y encantadora que no puedes evitar corresponderla.
Sus ojos se detienen en mí y miden visualmente la distancia que nos separa. He salido a hacer un recado y acabo de regresar; por supuesto, él se ha percatado.
Trato de mantener la compostura.
—Te he traído algo para la espera. —Hablo con suavidad y me dirijo a uno de los dormitorios con una bolsa marrón bien cerrada que parece de comida. Él me sigue.
Me doy cuenta de que no cierra la puerta, sino que la empuja, de modo que deja una apertura de solo un par de centímetros, lo que nos ofrece toda la privacidad posible en este momento.
Saco de la bolsa una chaqueta negra de hombre y se la doy.
—Te dejaste la chaqueta —comento.
Echa una ojeada a la prenda y, acto seguido, unos preciosos ojos oscuros como el café se alzan hasta los míos.
Una mirada. Un roce de dedos. Un segundo de comprensión.
Su voz es baja, casi íntima.
—Esto habría sido difícil de explicar.
Nos miramos a los ojos.
Casi no soy capaz de soltar la chaqueta y él casi no quiere cogerla.
Extiende el brazo y la agarra; su sonrisa es dulce y triste, su mirada, perceptiva. Sé exactamente por qué muestra una sonrisa triste, que desprende ternura; porque me cuesta mantener la compostura esta noche y estoy segura de que este hombre —este hombre que lo sabe todo— se ha dado cuenta.
Matthew Hamilton.
Posible futuro presidente de Estados Unidos.
Tras dejar la chaqueta a un lado, no hace amago de salir de la habitación, y yo miro al exterior por la ventana para no estar pendiente de todos sus movimientos.
Una brisa que trae el aroma de lluvia reciente y de los cigarrillos de Carlisle se cuela en la habitación por la ventana. La ciudad de Washington D. C. parece más silenciosa hoy de lo normal; está tan inmóvil que da la impresión de estar conteniendo la respiración con el resto del país, y conmigo.
En silencio, nos dirigimos a la sala de estar para unirnos a los demás. Tomo la precaución de situarme en un lugar de la habitación casi opuesto al suyo; instinto de conservación, supongo.
—Dicen que ya tienes Ohio —informa Carlisle.
—¿Sí? —pregunta Matt, arqueando una ceja. Después mira a su alrededor y silba para que Jack, su perro, una mezcla de pastor alemán y labrador de pelo negro brillante, se acerque. El perro corre por la sala y salta al sofá para situarse en el regazo de Matt, quien le acaricia la cabeza.
«Es cierto, Roger, la campaña de Matt Hamilton de este año ha supuesto una hazaña impresionante hasta, bueno, ese incidente…», conversan los presentadores.
Matt coge el mando y apaga la televisión. Me echa un vistazo rápido.
Una nueva conexión, una nueva mirada silenciosa.