Desafío. Ricardo Forster
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[1] El título está inspirado en el artículo «Coronavirus desde los márgenes» de Ayomide Zuri, publicado el 13 de marzo de 2020 en la revista digital Afroféminas [https://afrofeminas.com/2020/03/13/coronavirus-desde-los-margenes/].
[2] A fecha de revisión de este texto, la Junta de Andalucía ha aprobado el Decreto-Ley 9/2020, de 15 de abril, en el que se contempla un programa de colaboración financiera específica extraordinaria para los municipios de las provincias de Almería y Huelva en cuyos territorios existen asentamientos chabolistas de personas inmigrantes. Estas medidas aún no se han implementado. Para saber más: [https://www.eldiario.es/andalucia/Junta-insostenible-situacion-asentamientos-inmigrantes_0_1016999129.html#click=https://t.co/SRi0lAHzg4].
[3] Según los datos de Gestha Sindicato de Técnicos del Ministerio de Hacienda [http://www.gestha.es/index.php?seccion=actualidad&num=566].
[4] A fecha de revisión de este texto, el Gobierno ha aprobado el Real Decreto-Ley 11/2020, de 31 de marzo, que establece en su art. 30 un subsidio extraordinario por falta de actividad para las personas integradas en el Sistema Especial de empleadas domésticas. Es una medida excepcional a causa de la crisis sanitaria. Las trabajadoras que no están dadas de alta en la Seguridad Social y forman parte de la economía sumergida no se beneficiarán de esta prestación.
[5] Informe analítico y propositivo de la Federación de Servicios de CCOO Andalucía en relación a las Políticas turísticas, julio de 2018.
[6] En el momento de la revisión de este texto, el Gobierno ha anunciado que está elaborando una propuesta de ingreso mínimo vital que se prevé poner en funcionamiento en mayo de 2020, estando aún a debate su regulación.
El coronavirus y la visibilización de la clase trabajadora
Arantxa Tirado Sánchez
Una mujer, vestida de uniforme con el logo de la empresa que la subcontrata, limpia la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de una universidad catalana, ajena a la noticia: a partir del día siguiente, se suspenden las clases en toda la Universidad. Me cruzo con ella, le comento la noticia y se encoge de hombros. La empresa de limpieza, externalizada, no les ha notificado nada todavía. En cambio, los profesores de la Facultad tienen la información desde hace horas. Alumnos y profesores no podrán volver a las aulas. Pero, ¿qué sucederá con el personal de limpieza? Su respuesta, resignada, es elocuente: «Nos tocará desinfectar». Es el 12 de marzo de 2020, dos días antes de que el Gobierno de España decretara el Estado de alarma y estableciera el confinamiento de la población.
Esta anécdota ejemplifica la jerarquía laboral existente en el ámbito universitario. Nada nuevo para los marxistas: hay clases en la universidad, y diferencias intraclase. Por supuesto, también en la sociedad en su conjunto. Pero a la vez nos muestra algo que el coronavirus se ha encargado de develar, como tantas realidades que estaban ahí pero no queríamos mirar, pasando igual de desapercibidas que las trabajadoras de la limpieza. A saber: cuando la cosa se pone seria, hay trabajos prescindibles y trabajos que parecían menos importantes pero que son indispensables para que el mundo no colapse. ¿Era que no mirábamos o que no veíamos? Quizá sí las veíamos con los mismos ojos que ahora, pero sin el filtro que empañaba la visión. Un filtro en forma de escala de valores y prioridades que ha sido arrancado por el virus de manera brutal. Aun así, todavía hay quienes se niegan a verlo y siguen vagando, metafóricamente hablando, cual ciego del Ensayo sobre la ceguera de Saramago.
En medio de una pandemia sanitaria, que pone en jaque a la sociedad y al sistema económico, lo imperceptible que vivía en las sombras está emergiendo frente a lo superfluo que acaparaba los focos. Todos aquellos que estaban ahí, y cuya función se daba por hecho o se ignoraba, son los que nos están salvando hoy. Las invisibles, los nadie, los que hacen con su trabajo que todo esté listo para que otros puedan también trabajar, son los protagonistas de esta historia. Aquellos que, en muchos casos, cobran el salario mínimo o, en otros, no contaban con el suficiente reconocimiento social, ni qué decir de visibilidad en los medios. Trabajadores y trabajadoras de súper, limpieza, repartidores/as, camioneros/as, enfermeros/as, teleoperadores/as, agricultores/as y un largo etcétera de trabajos sin los cuales nuestra vida no podría reproducirse ahora mismo. También están los médicos, que siempre gozaron de prestigio social y visibilidad, aunque en los últimos tiempos han padecido asimismo una precarización laboral generalizada, pero que, como sabemos, ha tenido distinto impacto social en función del lugar de partida. Ahora los aplaudimos en ventanas y balcones. Algunos los tildan de héroes y heroínas, pero no son seres míticos ni mágicos, es la clase trabajadora en acción, aquella que mueve el mundo y que también tiene capacidad de pararlo cuando se trata de exigir mejoras laborales o un orden económico y social distinto. Lo real maravilloso que reside en lo cotidiano y que algunos no podían ver con su mirada gris, tecnócrata y neoliberal.
Sin duda, hemos asistido a todo un proceso de desaparición forzada y demonización de la clase obrera, nada improvisado, cuya intencionalidad entendemos con mayor claridad en estos momentos en que la clase trabajadora se erige como actor imprescindible. Durante años nos invisibilizaron, ridiculizaron, denigraron, criminalizaron nuestras huelgas y reivindicaciones al grito de «¡privilegiados!». Decían que exigir salarios dignos y condiciones laborales mínimas era algo propio de egoístas. Nos trataron como parásitos sociales que no se esforzaban lo suficiente frente a un empresariado que asumía todos los riesgos y, encima, daba trabajo y generaba riqueza. Éramos prescindibles y éramos muchos para poder trabajar todos. Debíamos estar, por tanto, agradecidos. Todo un bombardeo para confundir nuestra conciencia de clase y acallar nuestro potencial político. A pesar de lo mucho invertido por el sistema y sus medios de construcción de hegemonía en convencernos de lo contrario, los trabajadores sabemos de manera empírica que esta riqueza sale, en verdad, de nuestro sudor y nuestras lágrimas, para luego ser apropiada por la clase que se lucra del trabajo ajeno. Una riqueza que se privatiza en tiempos boyantes, pero que, en cambio, cuando vienen mal dadas y el empresariado no puede seguir incrementando sus beneficios al ritmo que quisiera, se nos exige no sólo que asumamos entre todos sus pérdidas sino también su dolor. ¿Y quién se preocupa por el dolor de la clase trabajadora? ¿Quién pagará nuestras facturas, nuestros alquileres, hipotecas, comida, en esta profundización de la crisis económica?
Mientras Ana Rosa Quintana, en un ejercicio fuera de todo marco periodístico, pedía a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que no fuera tan dura con los empresarios, más de un millón de trabajadores están ya afectados por Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) en España. El chantaje del sistema, que dispara su ideología a todas horas y desde todos los artilugios posibles, es perfecto, pero esta crisis está poniendo al descubierto sus falacias a un ritmo vertiginoso. Vemos noticias vergonzosas que nos hablan de ganancias in crescendo por especulación bursátil. Noticias que ponen el foco en «la salud de los mercados y la bolsa» mientras se ignora la de los trabajadores que exponen la suya para que no decaiga la orgía de beneficios. Vemos empresas que aprovechan la tragedia para especular con los precios en áreas tan sensibles y necesarias en estos momentos como los servicios funerarios o la venta de material médico imprescindible