Pertinencia y convergencia de la integración latinoamericana en un contexto de cambios mundiales. José Briceño Ruiz
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El internacionalista venezolano Demetrio Boersner, expone claramente las diferencias de colonización que marcaron el futuro del continente:
Mientras España introdujo en sus dominios americanos estructuras e instituciones que aún llevaban el sello de la Edad Media —y echó así las bases para un futuro estancamiento sociopolítico—, Inglaterra comenzó su acción en América en un momento histórico en que sus propias estructuras ya eran burguesas, capitalistas y pluralistas, con instituciones representativas. En sus trece colonias norteamericanas estableció cuerpos deliberantes electivos y permitió un alto grado de libertad de comercio y de manufactura. Mientras la colonización española —y en menor medida la portuguesa— tuvo un carácter absolutista y nobiliario, con formas económicas esclavistas semifeudales, la inglesa presentó rasgos burgueses, representativos y capitalistas. Así, desde la época colonial, en el norte del hemisferio existió una base para el progreso económico y social, mientras en la parte sur hubo estructuras e instituciones verticales, jerárquicas y dogmáticas, que obstaculizaron eventuales procesos de cambio y de progreso. (Boersner, 1996, p. 29)
En consecuencia, los débiles Estados nación herederos de la colonización española no lograron desarrollar interrelaciones entre ellos mismos cuando llegó el momento de la independencia y decidir si se fraccionaban en múltiples Estados o llevaban a cabo unas primeras formas de integración. En ello influyó también no haber tenido una participación más activa en los acontecimientos de diferentes estratos sociales de la población, que desde el principio (población indígena, afro y mestiza en una población multirracial)1, vivieron formas de exclusión por los privilegios reservados para la población blanca en los roles económicos y por las limitaciones en la participación reducida en las luchas por la independencia en la que no se sintieron involucrados (Ribeiro, 1992; Palacios y Moraga, 2003; Carmagnani, 2004).
Sobre el legado histórico de fragmentación regional, Osvaldo Sunkel dice:
Después de la independencia, y durante gran parte del siglo xix, los acontecimientos políticos contribuyeron a una mayor fragmentación y a la separación de las antiguas colonias en varios países. Los grupos dominantes de los asentamientos coloniales, o sus sucesores, buscaron consolidar su poder local desmembrando la administración colonial altamente centralizada y estableciendo gobiernos nacionales con el objetivo de crear estados nacionales en cada una de las antiguas provincias españolas. (Sunkel, en Leiva, 2008, p. 55)
La formación de los Estados-nación en América Latina estuvo influenciada por las ideas llegadas de Europa y retomadas por las élites criollas que proclamaron la independencia, en un contexto en el cual la separación producida entre las clases sociales contribuyó a reducir las posibilidades para que las primeras ideas sobre la integración latinoamericana recibieran apoyo. América Latina resultó influenciada por distintas ideas procedentes de Europa sobre el orden político y social, la ocupación de los territorios, la conformación de los Estados-nación latinoamericanos y las primeras ideas sobre la integración. Lo anterior provocó una ocupación diferente de los territorios, una fragmentación entre las élites criollas y las poblaciones locales marginadas que vivieron previamente a la independencia situaciones de avasallamiento que explicarían una comprensión limitada de las ventajas de la independencia, y una frustración en cuanto a los primeros propósitos integracionistas. La herencia de la colonización contribuyó al nacimiento de Estados débiles, sin interrelación con los demás y la independencia tuvo lugar sin una participación ni un compromiso activo de los distintos estratos de la población (Minguet, 1990; Ribeiro, 1992; Romero, 2001).
Autores, como el peruano José Matos Mar, consideran que el proceso de descolonización fue precoz y dio como resultado naciones que todavía no reunían condiciones para existir, porque no hubo tiempo de pasar del plano político-militar a la construcción de verdaderas naciones. Dice Matos Mar:
A comienzos del siglo xix, la independencia de los países sudamericanos es el primer gran proceso de descolonización que ocurre en los que se llaman ahora los países del tercer mundo. Este es un proceso de descolonización temprana. […] El problema está, creo yo, en que este proceso no tuvo el tiempo suficiente para pasar del plano militar-político al plano de la construcción de repúblicas que tiendan a ser espacios humanos, espacios de bienestar, o sea constituir verdaderas naciones. […] Yo creo que este es el gran drama de América Latina, que no son naciones y, por consiguiente, carecen de identidad nacional, y esto afecta el problema de la identidad nacional para toda América Latina, (Matos Mar, en Minguet, 1990, p. 35)
De esta manera, se facilita la toma del poder en esta fase de formación de los Estados-nación en América Latina por caudillos autoritarios, como Rosas, en Argentina; Páez, en Venezuela; Andrés de Santa Cruz, en Bolivia, o José Gaspar de Francia, en Paraguay, quienes desarrollaron relaciones sociales clientelistas basadas en la posesión de tierras, en las cuales “Clientelismo, caudillismo y militarización del poder van juntos” (Dabène, 1997, p. 32) y que tanto van a incidir posteriormente de manera negativa en la construcción colegiada y comunitaria de la integración latinoamericana.
Los primeros intentos de integración en el continente americano
Antes de la independencia de España ya se habían presentado propuestas de integración de alcance continental, que sin tener en cuenta las diferencias significativas entre los mundos de ascendencia ibérica y anglosajona, proponían su integración. Fue la concepción de un continente americano integrado por parte del “Precursor” venezolano Francisco de Miranda (1750-1816), quien consideró que “América toda existe como nación”, habiendo propuesto en 1798 al gobierno británico su “Bosquejo de un gobierno provisorio”, para todo el continente, excepto Brasil, que tendría como capital a Ciudad Colombo en la actual Panamá dirigida por un emperador (Vieira Posada, 2008).
Otra concepción de continente americano integrado por una federación compuesta por los Estados Unidos, América española y España que evitara una invasión europea, la tuvo el chileno-peruano Juan Egaña (1768-1836) con un “Plan de defensa general de toda América”; también propuso, en 1811, una alianza o confederación perpetua de los países hispanoparlantes para defenderse de alguna agresión externa (Briceño, 2012).
En la línea de una Asamblea de Plenipotenciarios de una confederación que manejase la política exterior, estuvo el peruano Bernardo Monteagudo, así como el centroamericano José Cecilio del Valle (1780-1834) quienes propusieron, en lo político, una federación entre todos los Estados del continente americano que evite invasiones extranjeras y, en lo comercial, un tratado general de comercio (De la Reza, 2006; Vieira Posada, 2008; Briceño, 2012).
La propuesta de una América Latina integrada fue del Libertador Simón Bolívar, quien desde 1818 acuñó su famosa frase: “Una sola debe ser la patria de todos los americanos”, en una carta que dirigió al Director de las “Provincias Unidas del Río de la Plata”; reiterada en la frase “una sola sociedad para que nuestra divisa sea Unidad en la América meridional”, o su planteamiento de “una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo” y “un gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse”, en otros términos, una Nación de Naciones (Rojas Gómez, en Picarella y Scocozza, 2019, p. 369).
Estos propósitos de integración trataron de materializarse en 1824 con la convocatoria del Congreso Anfictiónico de Panamá, con la idea de establecer una confederación con los países independizados de España que permitiera defenderse de peligros externos comunes (una reconquista española) y conciliar conflictos y diferencias entre sus miembros. La “idea-fuerza”, como la llama José Briceño Ruiz, fue la de defenderse del enemigo común español y de la Santa Alianza, y más tarde del expansionismo estadounidense, asegurando una autonomía política mediante la integración en confederaciones o pactos de unión política y militar (Vieira Posada, 2008; Briceño, 2012). Sergio Caballero