Obras Completas de Platón. Plato
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CÁRMIDES. —Nada de eso; son de un hombre que me parecía de hecho un sabio.
SÓCRATES. —Nada más cierto entonces que ha querido proponerte un enigma, porque es muy difícil en verdad saber lo que significan estas palabras: hacer lo que nos es propio.
CÁRMIDES. —Quizá.
SÓCRATES. —Veamos, ¿qué es hacer lo que nos es propio? ¿Puedes decírmelo?
CÁRMIDES. —Yo no sé nada, ¡por Zeus! Pero no sería imposible que el que ha hablado de esta manera se comprendiese a sí mismo.
Al decir esto, se sonreía y dirigía sus miradas hacia Critias, que estaba visiblemente en brasas hacía rato. Deseoso de aparecer ventajosamente delante de Cármides y de todos los que allí estaban, se había contenido hasta entonces, haciendo un sacrificio; pero en este momento no era ya dueño de sí mismo. Entonces vi en claro que no me había engañado, conjeturando que Critias era el autor de la última respuesta de Cármides con motivo de la sabiduría. En cuanto a éste, poco empeñado en defender esta definición, y queriendo dejarlo a cargo del que la había inventado, aguijoneaba a Critias, afectando mirarle como un hombre reducido al silencio. Éste, no pudiendo sufrir más, y no menos colérico contra el joven que un poeta contra el actor que desempeña mal su papel, dirigiéndole una mirada, exclamó:
CRITIAS. —¿Crees, Cármides, que porque tú no sabes lo que pensaba aquel que ha dicho que la sabiduría consiste en hacer lo que nos es propio, crees, repito, que él no lo supiera?
SÓCRATES. —¡Ah!, mi querido Critias, ¿es extraño que tan tierno joven ignore estas cosas? Tú, por el contrario, estás en edad de saberlas, sobre todo después de tus muchos estudios. Si eres del dictamen que la sabiduría es lo que él decía, y si te consideras con fuerza para explicar esta proposición, tendré mucho gasto en examinarla contigo, para ver si es verdadera o falsa.
CRITIAS. —Sí, ciertamente soy de este dictamen, y me considero con fuerzas para defenderlo.
SÓCRATES. —Muy bien. Pero veamos, ¿me concedes lo que antes dije: que todos los artífices trabajan en alguna cosa?
CRITIAS. —Sin dudar.
SÓCRATES. —¿Y te parece que trabajan únicamente en las cosas que les son propias o bien en las que conciernen a otros?
CRITIAS. —También en las que conciernen a otros.
SÓCRATES. —Son sabios, aun cuando no trabajen únicamente en lo que les es propio.
CRITIAS. —¿Y qué significa eso?
SÓCRATES. —Para mí nada. Pero mira si esto no significa nada para el que, después de haber sentado que la sabiduría consiste en hacer lo que nos es propio, reconoce en seguida y tiene por sabios igualmente los que hacen lo que concierne a otros.
CRITIAS. —¿Pero qué, he reconocido por sabios a los que hacen lo que concierne a los demás, o los que trabajan en este sentido?
SÓCRATES. —Veamos; ¿es que hay diferencia a tus ojos entre hacer una cosa y trabajar en ella?
CRITIAS. —Sí, verdaderamente la hay, y no hay que confundir los términos trabajar y ocuparse. He aprendido de Hesíodo esto: ninguna ocupación es deshonrosa.[7] Si por ocuparse y hacer hubiera entendido las cosas de que tú hablabas antes, crees que hubiera querido decir, ¿no es vergonzoso para nadie coser sus zapatos, vender escabeche o estar despachando en una tienda? No, Sócrates, no; sino que él sin duda ha creído, que una cosa es hacer y ocuparse y otra es trabajar; y que puede haber algo de vergonzoso en un trabajo sin relación con lo bello, lo que nunca sucede con la ocupación. Trabajar en vista de lo bello y de lo útil, he aquí lo que llama ocuparse; y los trabajos de este género son para él ocupaciones y actos. Éstos son los únicos que considera como propios; todo lo que nos es dañoso nos es extraño. En este sentido, no lo dudes, es como Hesíodo, y con él todo hombre de buen juicio, llama sabio al que hace lo qué es propio.
SÓCRATES. —¡Oh Critias!, desde tus primeras palabras sospeché que, por lo que nos es propio, lo que nos concierne, querías decir el bien, y por acción el trabajo de los hombres de bien; porque he oído a Pródico hacer mil y una distinciones entre las palabras.[8] Sea así; da a las palabras el sentido que te agrade; me basta que las definas al tiempo de emplearlas. Volvamos ahora a nuestra indagación y respóndeme claramente: ¿hacer el bien o trabajar en él, o como quieras llamarlo, es lo que tú llamas sabiduría?
CRITIAS. —Sin duda.
SÓCRATES. —¿Sabio es el que hace el bien, no el que hace el mal?
CRITIAS. —Tú mismo, querido mío, ¿no eres de mi dictamen?
SÓCRATES. —No importa; lo que tenemos que examinar, no es lo que yo pienso, sino lo que tú dices.
CRITIAS. —Pues bien; el que no hace el bien sino que hace el mal, declaro que no es sabio; al que no hace el mal sino el bien, lo declaro sabio. La práctica del bien; he aquí precisamente cómo defino la sabiduría.
SÓCRATES. —Podrá suceder que tengas razón; sin embargo, una cosa me llama la atención, y es que admites que un hombre pueda ser sabio y no saber que lo es.
CRITIAS. —No hay tal; de ninguna manera admito eso.
SÓCRATES. —¿No has dicho antes, que los artífices pueden muy bien trabajar en las cosas que conciernen a otros y ser sabios?
CRITIAS. —Ya lo he dicho; ¿pero qué significa esto?
SÓCRATES. —Nada, pero respóndeme; ¿el médico que cura a un enfermo te parece que obra con utilidad para sí mismo y para el enfermo?
CRITIAS. —Sí, ciertamente.
SÓCRATES. —Conduciéndose de esta manera, ¿se conduce convenientemente?
CRITIAS. —Sí.
SÓCRATES. —Y el que se conduce convenientemente ¿no es sabio?
CRITIAS. —Lo es.
SÓCRATES. —Pero es necesario que el médico sepa si sus remedios tienen o no tienen un efecto útil; ¿y el obrero debe saber si sacará o no sacará provecho de su trabajo?
CRITIAS. —Quizá no.
SÓCRATES. —Sucede algunas veces que un médico hace unas cosas útiles y otras dañosas sin saber lo que hace. Sin embargo, según tú, cuando obra útilmente obra sabiamente; ¿No es esto lo que decías?
CRITIAS. —Sí.
SÓCRATES. —Luego, al parecer, puesto que obra algunas veces útilmente, obra sabiamente, es sabio; y sin embargo, él no se conoce, no sabe que es sabio.
CRITIAS. —Pero no, Sócrates, eso no es posible. Si crees que mis palabras conducen necesariamente a esta consecuencia, prefiero