Corrientes pedagógicas contemporáneas. Juan Carlos Pablo Ballesteros
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He omitido la mención de corrientes o posiciones menores, que si bien pueden ser objeto del entusiasmo de algunos centros docentes, no tienen en mi opinión la entidad suficiente como para poder admitir una crítica racional de todos sus elementos. Mi intención no es acumular información superficial, sino mostrar con algún detalle aquellas concepciones sobre la educación desarrolladas a lo largo del pasado siglo que por su importancia merecen ser analizadas en su estructura interna, y señalar algunas propuestas que, sin tener la jerarquía de las anteriores, han trascendido de tal manera que hacen necesaria su consideración. Así, por ejemplo, ocurre con la concepción de Brameld, que si bien fue elaborada a mediados del siglo pasado ante el temor, durante la llamada «guerra fría», de un holocausto nuclear, nos remite al actualísimo problema de los enfrentamientos culturales y las posibles maneras de superarlos a través de la educación.
Para esta edición he omitido el primer capítulo de la anterior, referido a la perspectiva epistemológica, porque me parece que se trata de conocimientos cuya presencia o ausencia no incide en la comprensión de las corrientes educativas analizadas. He incluido un capítulo sobre el pragmatismo y la concepción pedagógica de John Dewey, no solamente por la importancia del autor, sino porque en los últimos años se ha manifestado en muchos centros académicos un renovado interés en su obra, sobre la que se han escrito numerosos comentarios y tesis doctorales. Pero aunque esto no hubiese ocurrido, Dewey era el gran ausente en la edición anterior, sobre todo porque, en mi opinión, es un autor sobre el que se han difundido interpretaciones erróneas, seguramente por una lectura prejuiciosa de su obra. Este capítulo fue escrito especialmente para esta edición, si bien tomé algunos materiales de otras publicaciones anteriores. En cambio, el capítulo sobre Filosofía para Niños, que se agrega, es una síntesis de mi trabajo publicado con el mismo título en la Rassegna di pedagogia (Pädagogische umschau) del Instituti Editorialli e Poligrafici internacionali de Pisa – Roma.
La elección de posturas y autores no depende de mi adhesión o simpatía, como puede comprobarse fácilmente. Como no existen concepciones educativas que podamos considerar racionalmente como absolutamente malas o buenas, todas ellas pueden aportar elementos fecundos para la reflexión y plantear desafíos a los que se debe dar respuesta.
Paraná, febrero de 2016.
Capítulo I
El pragmatismo. La educación en John Dewey
El pragmatismo
El Pragmatismo es la expresión filosófica más original elaborada en los Estados Unidos. En sus comienzos el pensamiento norteamericano mostró claras influencias de la filosofía europea, como puede advertirse en la transcripción que hizo Thomas Jefferson (1743–1826) en la Declaración de la Independencia de 1776 de un principio de John Locke: «Nosotros consideramos de manifiesta evidencia estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que han sido dotados por su Creador con ciertos derechos inalienables; que entre ellos están la vida, la libertad y la busca de la felicidad». No obstante, el debate filosófico en los Estados Unidos de América estuvo marcado desde sus comienzos por dos perspectivas no filosóficas: la proporcionada por la cosmovisión religiosa y la derivada de las teorías científicas de la época. Harvard, fundada en 1636, fue el lugar donde se combinaron estos dos factores, dando como resultado la ruptura con la iglesia calvinista, surgiendo así el unitarismo, que aceptaba el poder de la razón para dominar el mundo natural y la actitud religiosa ante la vida. El trascendentalismo, por su parte, rechazaba la religión unitarista y propugnaba en su lugar un concepto de divinidad y de experiencia religiosa trascendente. En el fondo se trata de dos lecturas diferentes de Kant: Kant, realismo escocés y empirismo de Locke (unitarismo) y Kant, el idealismo de Hegel y el romanticismo de los británicos Coleridge y Carlyle (trascendentalismo). El trascendentalismo influyó mucho en la literatura, con Ralph Waldo Emerson (1803–1882), sobre todo con su conferencia The American Scholar (1837) considerada la declaración de la independencia intelectual de los Estados Unidos. También es muy importante en esta época Walt Whitman (1819–1892), con Hojas de hierba (1855), quien tomó distancia del trascendentalismo y sostuvo que lo mejor de los Estados Unidos estaba «en lo común de las gentes».1
Durante la presidencia de Abraham Lincoln (1809–1865) tuvo lugar la Guerra de Secesión (1861–1865), en la que se enfrentaron el Sur esclavista (confederados) con el Norte unionista. Muchos estudiantes de Harvard se alistaron en los regimientos del Norte en esta guerra. Uno de ellos fue Oliver Wendell Holmes (hijo), quien fue herido gravemente. Sobre esto escribió un relato en el que expresó: «Es curioso con qué rapidez la mente se adecua, en ciertas circunstancias, a relaciones enteramente nuevas. Por un rato pensé que me estaba muriendo, y me pareció lo más natural del mundo. En el momento en que volvió la esperanza de vida, pareció tan aborrecible para la naturaleza como siempre el hecho de que yo debiera morir».2 Holmes, quien con el tiempo llegaría a ser miembro del Tribunal Supremo de Justicia de su país, meditó mucho sobre esto y sacó una conclusión que ejerció mucha influencia sobre el pragmatismo: la rapidez con que la mente se adecua a las circunstancias muestra que la prueba de una creencia no es la inmutabilidad, sino la adaptabilidad. Nuestras razones para necesitar razones siempre están cambiando. Holmes aprendió de la guerra que la certeza conduce a la violencia. Le producían un profundo disgusto las personas que se representaban como un instrumento de un poder superior: «Detesto al hombre que sabe que sabe». Por eso sostiene con mucha propiedad Louis Menand en su interesante libro El club de los metafísicos que lo que tenían en común hombres como Holmes, James, Peirce y Dewey no era un conjunto de ideas, sino una idea sobre las ideas: son herramientas que la gente crea para hacer frente al mundo en que se encuentra, producidas socialmente por grupos de individuos.
En la elaboración de este pensamiento común fue importante la influencia de la filosofía alemana. Durante el siglo XIX muchos universitarios norteamericanos realizaron estudios en Europa poco antes o después de graduarse. Muchos de ellos se inclinaron por hacerlo en Gran Bretaña, pero más de nueve mil lo hicieron en Alemania.
El término pragmatismo procede de la palabra griega pragma (acción) en el sentido que le había dado Kant, y alude a la postura que sostiene que la verdad es un principio social de autorregulación del curso de la acción. Entre las fuentes del pragmatismo están Hegel, Kant, Blondel, Hume y Berkeley.3 Sus principales representantes fueron Peirce, James y Dewey.
En 1907 Charles Peirce escribió un manuscrito que nunca publicó: «Fue a comienzos de la década de 1870 [fue en 1872] cuando un grupo de nosotros, los jóvenes del viejo Cambridge, llamándonos en parte irónicamente, en parte desafiante, “The Metaphysical Club”, porque por entonces el agnosticismo, con grandes ínfulas, fruncía soberbio el ceño frente a toda metafísica, solíamos reunirnos, a veces en mi estudio, a veces en el de William James». Constituían el Club, entre otros, Charles Peirce, William James, Oliver Wendell Holmes (hijo), y Chauncey Wright, «el Sócrates de Cambridge». Este «Club metafísico» fue el que dio origen al pragmatismo.4
Charles S. Peirce (1839–1914) fue el principal pensador americano de su época. Fue quien propuso el término «pragmatismo», aunque luego lo cambió por el de «pragmaticismo». Sostuvo que la función del pensamiento es producir creencias, y que éstas son reglas para la acción. La verdad es aquello en lo que creemos, y no hay una realidad a la cual las ideas puedan corresponder. William James (1842–1910) estudió Medicina en Harvard y se desempeñó como catedrático de Filosofía en esta Universidad desde 1874. Entre sus obras pueden mencionarse Principios de Psicología, Las variedades de la experiencia religiosa y Pragmatismo. Un nombre nuevo para viejos modos de pensar. Fue influido por Peirce, particularmente por un artículo de éste: «Cómo esclarecer nuestras ideas». En 1898 hizo la primera formulación del pragmatismo, sosteniendo que una doctrina es