Salir de la exposición. Martí Manen
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El simple hecho de que el vídeo incorpore el elemento temporal, marcando secuencias propias, inicios y finales, loops, elementos narrativos y comunicaciones emotivas a través de la sucesión de imágenes y sonidos, hace que la exposición deje de ser algo estático para convertirse en la presentación de distintas temporalidades. Si en la exposición clásica era el visitante el que decidía el tiempo de cada obra, la aparición del vídeo obliga a una negociación. Evidentemente, seguirá siendo el visitante quien decida su tiempo individual de contacto con la obra (aún y pensando en las distintas técnicas que encontramos con la intención de ofrecer las obras en su totalidad temporal) pero el vídeo en sí también propone –y se interrelaciona con el visitante– un modo particular: marca su propio tiempo, marca los argumentos y las tensiones emocionales. Sin estar necesariamente a la espera, sin presencia del visitante.
El usuario se mueve en el espacio expositivo siendo consciente de que no será el único en definir temporalidades, y necesitará tomar consciencia de su recorrido. Tendrá que pensar cuándo empiezan y cuándo terminan las obras, qué quiere ver, volver a ver y cuándo lo puede hacer. Tomar consciencia de que existen unos horarios de visionado, duraciones determinadas y el tiempo que pide llegar de nuevo a ese vídeo que queremos ver desde el principio. Este simple hecho obliga a plantear las exposiciones de un modo distinto, pensando en las posibilidades de visita, en el tiempo destinado a la observación, decidiendo cuál será la técnica de presentación, planteándose según el tipo de exposición qué comunicación y relación se busca, así como se deberá pensar también en las especificidades de cada trabajo artístico que participe del formato vídeo.
Monocanales, instalaciones, proyecciones, pantallas de distintos tamaños, monitores, construcciones híbridas que utilizan otros formatos, acercamientos a la sala de cine, al teatro, a la biblioteca... y también, evidentemente, encontramos distintas ideas sobre qué significa la imagen y la comunicación visual.
El vídeo ha ocupado su espacio, con sus propios registros, dentro de las salas de exposición. El white cube ha visto cómo aparecían en su interior pequeñas salas negras aisladas entre sí, pequeños cines que individualizan las obras, ofreciéndolas en condiciones de deseo cinematográfico. Los tiempos en exposición se multiplican en los distintos proyectos artísticos y lo que se pide al usuario para simplemente aproximarse a la totalidad de las obras en exposición es mayor, partiendo de la necesidad de atención que sabemos necesita una película como nos indica la tradición cinematográfica.
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