Salir de la exposición. Martí Manen

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Salir de la exposición - Martí Manen Paper

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por la acción (a veces inconsciente) de un público de museo. También podemos hablar de la interactividad de formatos como el CD-ROM o las posibilidades de contacto de la red de internet.

      Parece evidente que ya llevamos un tiempo donde no resulta sorprendente la presencia del elemento temporal en arte, donde el proceso es la obra. En el momento en que el factor temporal entra en la definición de la obra de arte, en el momento en que la obra de arte deja de ser un objeto parado que supera el tiempo presente camino hacia una supuesta inmortalidad, empieza a ser necesario evidenciar el proceso de trabajo como parte resultante. La idea de proceso la encontramos, entonces, a distintos niveles. Las alteraciones que antes sufría con el paso del tiempo se convierten en identificadores de su estado latente. Hans Haacke ejemplifica perfectamente esta idea de obra en cada momento de la misma (sea ésta escultórica, sea instalación), esa idea de momento único para un visitante en una exposición, que ve una obra donde en ese instante en concreto una parte está congelándose. Un visitante que ve una obra donde un chispazo eléctrico salta de vez en cuando. Un visitante que ve una obra donde una pequeña cantidad de agua se condensa infinitamente dentro de un cubo de plexiglás por el calor de las luces. Un visitante que puede ser consciente de la importancia de su mirada, que se convierte en única frente a un momento también único en un proceso. El contacto con la obra se personaliza, se individualiza, empieza a ser un diálogo directo entre dos elementos (obra y observador) que se encuentran en un momento determinado y, ahora, en un mismo estatus. La obra ofrece su propio proceso y se convierte en el elemento definitorio de la temporalidad de la exposición. La exposición deja de ser un espacio para pasar a ser una consecución de momentos ligeramente inestables, pero nos encontramos aún en una exposición bajo control, con unas temporalidades determinadas por los objetos que se incorporan en ella. También la exposición entrará en la inestabilidad para pasar a ser esa secuencia de momentos donde todo es posible. O imposible de ver.

      La obra también puede presentarse en un estado concreto después de que sta haya realizado –o sufrido– un proceso determinado. Ignasi Aballí, con sus telas que han estado parcialmente expuestas a la luz solar, nos muestra cómo la luz ha afectado a la propia tela (espacio anteriormente de la pintura), cómo el blanco se ha convertido en distintos blancos, cómo la propia obra ha ido definiéndose pacientemente a través del paso del tiempo más que por el trabajo activo del artista. Aballí, en el momento de presentación, decide parar el proceso de la propia obra, pero somos conscientes de que la obra ha necesitado su propio tiempo, ha necesitado ser expuesta al tiempo para existir como ahora existe. La obra, en este caso, entra en la sala de exposiciones para mostrar un proceso que sucede sin la acción directa del artista, un proceso no necesariamente premeditado y que ahora se encuentra parado. Supuestamente. La luz sigue, los elementos meteorológicos están activos. La humedad, el calor, la posibilidad de un accidente.

      La obra también puede hacer partícipe al antes espectador y ahora usuario. Resulta paradigmático el ejemplo de Félix González-Torres por la vinculación emocional que ofrece al usuario. La obra será creada-destruida por el usuario. Una montañita de caramelos representa el peso de la pareja del artista. La pareja del artista acabará muriendo, adelgazando por culpa del sida. Los momentos dulces desaparecerán lentamente, y cada instante se convierte en un momento dramático por la consciencia de la desaparición. Los visitantes de las exposiciones se llevarán estos momentos dulces, participando de la destrucción de la persona querida. La obra irá desapareciendo paulatinamente para renacer de nuevo ofreciéndose a otros usuarios que van a poder degustar la amarga experiencia de participar en esta desaparición. La obra tiene su propio proceso y, en este caso, un proceso que va repitiéndose (podríamos abrir aquí una discusión sobre poderes en arte, sobre quién decide cuándo se para algo), como también observábamos en los trabajos de Hans Haacke.

      La obra que nos enseña un proceso propio o que necesita del espacio expositivo para seguir su propio proceso no es el único elemento temporal que ocupa las exposiciones. Resulta evidente la importancia del vídeo en el contexto artístico, así como el valor del elemento sonoro como sistema de comunicación más allá de los parámetros visuales. También podríamos mencionar la interactividad tecnológica como sistema de creación de distintos discursos narrativos según la participación del usuario. Gary Hill, con un laberinto marcado en el suelo de la exposición, invitando al visitante a pasear dentro de él. Tomar un camino u otro implica que el audio que llena la sala y una proyección de vídeo irán cambiando según las decisiones que se tomen al andar, ofrece con esta instalación un buen ejemplo de un grado de interacción bajo que posibilita una recepción cordial por parte de un usuario de museo que aún actúa como un tímido espectador.

      El bombazo que supuso el análisis y la observación por parte de Nicolas Bourriaud de unos artistas en particular y de su obra en los noventa, analizados bajo la exitosa definición de estética relacional, obligó a un replanteamiento en cuanto a la relación con los antiguos espectadores y actuales usuarios. La estética relacional, el etiquetar unas formas, conllevó que el contexto institucional necesitara replantear sus formas, ya que resultaba evidente que los formatos estancos dejaban demasiado material fuera de juego. La revisión teórica de la idea de evento y su valor simbólico en el marco del sistema capitalista también marca miradas y opciones de definición temporal de la exposición, sea la exposición marco de investigación, trabajo, proceso, presentación o distribución de una serie de momentos donde el contacto con el arte ocurre.

      Siguiendo a Zygmunt Bauman, vivimos en un contexto donde cada momento tiene una vital importancia, donde tenemos que vivir las emociones una tras de otra para evitar una sensación de fracaso. Vivimos en una escalera donde cada peldaño tiene que ser más emocionante que el anterior, donde el consumo de estas emociones parece cada vez más organizado y ligado a un sistema político y económico. El trabajo en proceso incorpora toda esta secuencia de momentos, pero desde el proceso se puede entender que no todo es brillante, que la pausa es también un elemento necesario dentro de este devenir y que ser activo no se reduce a una suma constante de actividades, sino a la asunción de estas actividades y razonamientos, así como su análisis para lograr una creación en evolución, una prueba constante, una voluntad crítica y al mismo tiempo constructiva. La valoración del proceso de trabajo parte también de esta mirada secuencial a la realidad emocional, pero es también desde el propio proceso donde encontramos las herramientas para tratar la problemática. En un sistema donde destaca, por encima de todo, la necesidad de una suma constante de elementos, unos tras otros, es necesario definir herramientas que abran la posibilidad de una aproximación que facilite un posicionamiento crítico con lo que nos rodea. El propio proceso es también un acopio de elementos, pero no necesariamente una suma constante. Y la exposición, a través de su redefinición, puede convertirse en un tiempo y espacio para reformular la suma, para facilitar este posicionamiento crítico necesario.

      06. // ROMPER EL RITMO.

      A: RAW IDEAS

      En toda exposición necesitas por lo menos un elemento que desorganice. Algo que desentone, que no sea correcto. Algo que genere preguntas sobre todo lo demás. Ese elemento de riesgo, esa propuesta menos clara, esa pequeña provocación. Lo mismo en un libro, supongo. Así que allá vamos.

      Raw ideas. Este era el título de una exposición. Llegamos al título bastante pronto. Queríamos que nos sirviera como sistema para pensar, para organizarnos para poder definir muy libremente lo que habría dentro. Hablábamos con Job Ramos de los ficheros raw de las imágenes digitales, con capas de información que permiten que una imagen sea varias posibilidades de ella misma, que una imagen contenga opciones múltiples de realidad y cómo este tipo de ficheros eran algo así como una metáfora a investigar. No utilizábamos la palabra “metáfora”. También hablábamos sobre el comportamiento en la red, sobre cómo leemos a medias, saltamos a otros textos, abrimos una web de deportes, miramos un vídeo, tenemos el correo abierto esperando un pling que nos obligue a dejarlo todo para leer lo que sea que entre y dar respuesta inmediata. Y todo esto era el punto de partida de una exposición que cerraríamos en algunos meses. No demasiados meses.

      La primera

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