Ojos y capital. Remedios Zafra

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Ojos y capital - Remedios Zafra Paper

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tiro la toalla. Tantos lastres ya normalizados. Aunque me consuela pensar que no más que ustedes. Por ello, con ustedes me interrogaré sobre ellos (…) Observen los suyos –sus cuerpos–: sus rostros, pelo, barriga, genitales, piernas, perforaciones, adornos corporales, vestidos y, ¿por qué no?, sus tecnologías y pantallas (¿acaso ellas no se ensamblan a nuestros cuerpos en la vida online?). Observen su cultura material en los cuerpos. Los vestidos que también son cuerpo y que permiten al ser humano constituirse en eso que ha elegido ser, “incluso (recordaba Barthes parafraseando a Sartre) cuando lo que ha elegido ser representa lo que los demás han elegido en su lugar”25(…) Y las pantallas como nodo material del ciberespacio, vinculado biopolíticamente al cuerpo. Pantallas que no solo nos visten, sino que aportan una nueva complejidad al propiciar la producción de identidades escindidas del cuerpo, aplazado, y habitualmente escondido en nuestras relaciones interpersonales online. Estas posibilidades de invisibilizar el cuerpo y aligerar nuestra presencia con el valor añadido que da el anonimato virtual, nos susurran sobre un territorio necesario para la reflexión del “ser” en Internet, en consecuencia, para entender nuestra cultura en un nuevo paradigma postcuerpo, que no esconda el papel en las relaciones humanas del no-cuerpo.

      No se trataría solo de una posible resignificación de las imágenes del cuerpo a través de las pantallas de ordenador y en Internet. Se trataría también de recordar que de la visibilización se desprenden demandas políticas derivadas del cuerpo. Demandas que reclaman preguntar sobre las circunstancias en que opera el tándem persona-pantalla en las formas de presentación y representación que conlleva hoy la práctica subjetiva e identitaria a través de la mirada. Hacerlo en tanto la fragmentación de nuestras cosas e imágenes online alude a nuevas maneras de crear valor social y posicionamiento, pero ante todo “subjetividad” en el mundo conectado. Sin que ello aminore la impresión de que cuando nos socializamos en una cultura-red, nosotros acompañamos a la imagen que de nosotros tienen los demás; como si, disociados, viviéramos al lado de nuestras representaciones y proyecciones de los otros, es decir, que nosotros siempre vamos adjuntos.

      POÉTICAS DE LA IMAGEN COMO EXCEDENTE (PRESCINDIBLE Y NECESARIO)

      -Miguel, leo en el teléfono móvil que “mi aldea ha sido destruida”.

      -Tita, es que no acumulas cosas. Mira yo.Tengo 2.000 monedas, 3 ejércitos y 4 pociones.

      -¿Y para qué te sirven si no estás jugando?

      -Para que los de los otros poblados “los vean”26.

      Cuando llego a casa me gusta quitarme la parafernalia social del cuerpo. No solo los zapatos y la ropa del afuera, soltar la mochila con las cosas para el frío o el calor, los pañuelos, el agua, las pastillas, la cartera, las llaves y el teléfono, sino también la capa superficial del ojo que me permite vivir en el mundo y mirar para sobrevivir al cruzar la calle, trabajar, comprar lo que necesito, convivir materialmente con otros, mirándoles sin ira, incluso con afecto.

      Encuentro en el gesto con que el dedo corazón de mi mano, primero izquierda y luego derecha, rozan mis ojos para arrastrar y extraer las lentillas una analogía de esta capa de la que les hablo. Especialmente en casa y frente al ordenador y los libros, siento que mis ojos aflojan la presión entre sus capas, lo hacen protegiéndose tras unos gruesos y pesados cristales que sobresalen llamativamente de la armadura de pasta oscura, como de padre de padre, o de antes de antes. Seguramente desde afuera o desde el espejo los ojos tras estos pesados cristales parezcan averiados, ojos miniatura, meros puntos negros, pero con sus infinitas dioptrías esos cristales pesados o esas finas láminas como de plástico los hacen operativos. En la sustitución de lentes de contacto por gafas recuerdo cada día que son cosa imprescindible. Que para mí es imposible que el ojo esté ya aireado como está la piel cuando me libero de la ropa. Sin lentes, el mundo aumenta su pixelado y de pronto me encuentro viviendo en una zona de nebulosa incompatible con la vida humana (despiertos). La tecnología de las lentes me permite regular la resolución entre mi cuerpo humano y las cosas materiales que me rodean, ese mueble, ese objeto, esa ventana… Las lentes son para mí el mejor ejemplo de artilugio necesario.

      Muchas cosas en nuestros días se nos hacen hoy imprescindibles. Algunas porque desde siempre las necesitamos, otras porque comenzaron siendo accesorias y ahora nos angustiamos al pensar vivir sin ellas. Es a estas últimas a las que quiero referirme, pues considero que una sociedad digital y de consumo como la nuestra opera como una sociedad de excedente, donde abundan por definición cosas prescindibles, como esos tesoros digitales que acumula Miguel en su videojuego y que él siente necesarios.

      Es el sobrante lo que se convierte en producto o servicio cuyo reto comercial aspira a configurarlo como necesidad. Y si algo define la cultura-red como cultura visual contemporánea sería su carácter excedentario. El inconmensurable mundo de imágenes que marca esta época forma parte del excedente que se ha ido conformando como nuevo ecosistema de ojos frente a pantallas; un sobrante que sentimos que nos arropa y acompaña de manera incondicional. De él salimos y entramos, siempre que tengamos un dispositivo electrónico cerca, demandándonos (suavemente) sucumbir a la comunicación, juego o interacción sostenida con los otros. Algo que podríamos no aceptar, pero que finalmente buscamos, incluso con cierta obsesión (esa otra forma de necesitar). Es entonces cuando nos convertimos en esos zombies que hoy transitan por las calles y transportes públicos hipnotizados por un dispositivo móvil conectado.

      La imagen como excedente circula como presencia en apariencia inútil, pero en tanto normalizada forma parte de los rituales cotidianos. De ellos se valen además los imaginarios para construir aparato identitario. Una cuestión clave atendiendo a cómo la cultura-red se conforma de imágenes, información y contextos, sería advertir que si estos excedentes son útiles es por ser elegibles, pero que esto es solo una apreciación primera, una suerte de ensueño, un delirio de libertad dificultada. Todo lo que se vuelve opcional y juego genera la sensación de que es voluntario primero, provocando después la ansiedad del deseo. El hábito de lo prescindible en la cultura visual y digital culmina a menudo como algo que muchas personas necesitan (por ejemplo, conectarse a cada rato, actualizar su perfil varias veces al día, dedicar los tiempos de tránsito a jugar o a conversar… buscar, buscar, abrir y cerrar, revisar compulsivamente por si algo se hubiera perdido, demandándonos la incondicionalidad online de un 24 horas). Mi impresión es que justamente su carácter a priori prescindible y excedentario es lo que más fascina, es lo que seduce. Quiero decir que ninguna de las aplicaciones y usos a los que me refiero son para mí unas lentes imprescindibles, como mis gafas, pero a menudo me hablan de otra necesidad, la que libera y regula la “ansiedad” contemporánea de (necesitar) vivir permanentemente conectados.

      En algún momento de nuestra historia reciente pasamos por alto que la elección era ya vivida como exigencia, que difícilmente una vida comprometida con la época podía mantenerse al margen y obviar la inmersión inclusiva y socializadora en el universo de imagen construida tecnológicamente como parte de la cultura-red contemporánea. La tecnología ha acelerado primero la estetización derivada de la extrema visualidad facticia y luego la inmersión normalizadora.

      Antes, hubo historias de los ojos y el poder, historias cuyas imágenes sagradas y veneradas representaban un poder y un sistema; más tarde, hubo historias de las imágenes y el capital, ese otro poder que aún perdura reforzado. Pero la conversión de gran parte de nuestros mundos de vida en mundos estetizados, conformados por imágenes creadas y/o mediadas por pantallas es algo nuevo, algo que sin duda habla de una necesaria transformación del ser humano. Si hubo épocas en las que debió acostumbrarse a otros climas y a cambios materiales en sus hábitats, hoy la época demanda a los humanos vivir en un mundo excesivo en las representaciones y, como en una mutación hiperbolizada del espejo, en las representaciones de nosotros mismos.

      Desde su infiltración en imágenes cotidianas que reiteraban un poder espiritual, político y económico, a través de (pongamos como ejemplo): religión idólatra, retratos, templos, fotos de reyes, crucifijos o monedas,… el poder se ha valido

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