Memorias de una época. Álvaro Acevedo

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Memorias de una época - Álvaro Acevedo

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hechos trasmitidos oralmente, en la forma antes señalada, deben tener plena credibilidad y, de ser posible, haber sido confrontados con otras fuentes primarias y secundarias y con el contexto general del problema planteado.

      5 En todo caso, la tradición oral, en cualquier momento, así hayan pasado muchos años de haber sido consignada en algún escrito o investigación, está sujeta a su examen y análisis, siempre dispuesta al cotejo con las nuevas versiones o pruebas que vayan apareciendo con el trascurso del tiempo. La estabilidad de la tradición oral siempre es relativa y su validez siempre está condicionada a otras pruebas de mayor credibilidad, especialmente de carácter documental236.

      Los especialistas en memoria social recomiendan que a la hora de utilizar tradiciones orales y testimonios individuales sobre eventos puntuales de la historia es posible recurrir a los argumentos que los fundadores de la historiografía ya habían señalado: no utilizar ningún dato que no supere la crítica de fuentes más severa y juiciosa, tal como lo dijera Tucídides: “en cuanto al relato de los acontecimientos de la guerra, para escribirlo no me he creído obligado a fiarme ni de los datos del primer llegado ni de mis conjeturas personales; hablo únicamente como testigo ocular o después de haber hecho una crítica lo más cuidadosa y completa de mis informaciones”.

      En esta investigación conviene advertirle al lector que preste atención a la naturaleza peculiar de la fuente oral. Indudablemente, el uso de los testimonios orales ha traído al mundo de la historiografía tanto beneficios como dificultades. Hacer visibles a aquellos sectores sociales y comunidades relegadas por la historiografía –ya porque carecen o porque no usan con mucho esmero la comunicación escrita– es el beneficio más importante del uso de los testimonios orales. Las dificultades metodológicas que su empleo suscita y las disputas ideológicas que evidencia son, por su parte, algunas de las principales dificultades. Mercedes Vilanova señala que, en efecto, “las fuentes orales [...] contribuyen a equilibrar la balanza entre el tiempo largo y corto, entre las estructuras y quienes les dan vida, porque a las grandes síntesis oponen lo único y contradictorio; porque a la historia entendida según un planteamiento cronológico lineal oponen emoción, sentimiento y superposición de recuerdos [...]”237.

      Parafraseando a Ranahit Guha, el especialista hindú en el estudio de la historia de los grupos subalternos, Mauricio Archila señala que:

      […] el problema de las voces silenciadas por la Historia es triple: ante todo, hay un problema de conocimiento, por la exclusión de gentes de carne y hueso que nos niega una relación más adecuada entre presente y pasado. En segunda instancia, esto tiene consecuencias metodológicas, pues ese silenciamiento no es solo un asunto de escogencia por parte de los sectores dominantes, es también responsabilidad de los historiadores a la hora de investigar sobre el pasado. Y tercero, y muy importante, hay implicaciones políticas y éticas en las narraciones históricas238.

      El uso del testimonio oral está muy ligado a las disputas historiográficas e ideológicas que se empezaron a vivir con el surgimiento de la “historia desde abajo”, esa modalidad de la historiografía que se preocupó, desde Edward Palmer Thompson, por escribir la historia de las clases que hasta ese entonces no tenían cabida en la historia. La preocupación por “los de abajo” no era nueva, pues el marxismo y las demás corrientes filosófico-políticas radicales del siglo XIX ya la habían manifestado. No obstante, los estudios de los marxistas británicos, entre los cuales Thompson era figura señera, pusieron el tema a la vanguardia. El aspecto más importante de esta nueva mirada de la historia social era, sin embargo, que abría nuevas posibilidades investigativas, y sobre todo, nuevas maneras de comprender las fuentes. A partir de entonces los testimonios orales y la historia del tiempo presente empezaron a gozar del merecido reconocimiento historiográfico.

      El testimonio oral se convirtió en “[…] una forma de acercamiento al mundo popular contemporáneo” que “pluralizaba la realidad al incorporar más voces” en el coro de la historia: la de los subalternos239. Abierta ya esta nueva veta de investigaciones, nuevas y viejas temáticas, nuevos y viejos problemas encontraron en el testimonio oral una fuente indispensable. La historia de los movimientos sociales, en general, y del movimiento estudiantil, en particular, que en principio venían siendo abordadas mediante fuentes periodísticas y de archivo, tras el giro que fomentaran los defensores de la historia de las clases y grupos subalternos, hicieron del estudio de los testimonios orales una tarea ineludible240.

      Los trabajos que se proponen rescatar el testimonio oral de los actores históricos han de tener presente las siguientes precauciones con respecto a los problemas que suscitan los conceptos de imaginario histórico, memoria individual y memoria colectiva. Sin ellas no lograrán entender qué papel juegan los testimonios en la construcción de representaciones históricas e identitarias.

       Saúl Meza. Donde hay memoria y hombres, no hay fantasmas. Archivo personal Saúl Meza. 2003. Bucaramanga

      La primera precaución se relaciona con la memoria. Toda investigación cuyo mayor soporte proviene de la fuente oral debe reconocer, tal como lo enseñó Halbwachs, que las imágenes que un individuo pueda tener de su pasado personal y social forman parte de un marco de referencia no determinado por él, sino por la sociedad a la que pertenece: “los marcos sociales de la memoria son el resultado, la suma, la combinación de los recuerdos individuales de muchos miembros de una sociedad” –escribió Halbwachs–. El investigador debe entender también que la memoria es selectiva241.

      Pese a que la memoria social suele ser selectiva, distorsionada e imprecisa, su relevancia está en que el recuerdo social es determinante en las representaciones de un grupo social. No es la exactitud de la memoria lo que interesa a los grupos, sino la verosimilitud de esta. Así pues, cuán verdadera puede ser para el individuo la memoria que se trasmite generacionalmente, y en este sentido, qué tanto de esta memoria logra identificar a un colectivo, son preguntas fundamentales para todo investigador.

      La memoria no es apolítica ni aséptica, de hecho es manipulable y convenida generacionalmente para coincidir con las justificaciones de la existencia grupal o para ajustarse con las reivindicaciones colectivas. En un mismo tiempo coexisten memorias diferentes e incluso divergentes; aun estando en el mismo espacio y tiempo, la memoria no remite a un hecho objetivo: el sujeto reconstruye la memoria según las interpretaciones de su propia vitalidad.

      Paul Ricoeur ha analizado esta selectividad de la memoria. Es indiscutible que hay una relación constante entre los abusos de la memoria y el exceso de olvido, y estos tienen tanto una representación fenomenológica como una política. Las conmemoraciones del Estado pueden considerarse como abusos de la memoria; el perdón de los crímenes de Estado son, a su vez, excesos de olvido. La memoria es política, entonces, no tanto por sus intenciones ideológicas sino por su propio carácter selectivo. Todo lo que la memoria escoja como recuerdo no es más que una acción creadora de sentido. La memoria social cumple una función importantísima como mecanismo de recuperación del sentido de un suceso. Si en este proceso la memoria hace que un suceso pueda pervivir hasta el día de hoy con la vista puesta en sus mitos originales, y de cierta manera con una visión de futuro arraigada en el pasado, no por ello es anacrónica y sí necesariamente histórica242.

      En su obra La memoria, la historia y el olvido el filósofo Paul Ricoeur intenta develar el papel de la memoria y la imaginación en la filosofía occidental. En palabras del autor: “no tenemos nada mejor que la memoria para significar que algo tuvo lugar, sucedió, ocurrió antes que declaremos que nos acordamos de ello”243. Por su parte, Pierre Nora observa que cuando la memoria se asociaba a los individuos había una delimitación clara entre memoria e Historia: los individuos tenían su memoria, las colectividades su Historia. No obstante, la colectivización de la memoria ha invalidado este criterio cuando se afirma que la memoria ha tomado un sentido tan general e invasivo que tiende a reemplazar pura y simplemente el término “historia”, y a poner la

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