Crear. Bernardo Guerrero Jiménez

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Crear - Bernardo Guerrero Jiménez

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de sociólogos egresados de la Universidad del Norte, en Antofagasta, se empeñan en la tarea de abrir espacios académicos, de investigación, sobre todo de investigación-acción, de vinculación con el medio (esa expresión no existía) y de producción de conocimientos de nuestra realidad regional. De un grupo de amigos que desde el año 1973, antes y después del golpe militar del 11 de septiembre de 1973, mantienen una férrea amistad que, en algunos casos, con el paso de los años se ha debilitado, pero que no implica que se haya olvidado el aporte que realizaron, para, como se dice más adelante, ayudar a configurar un campo y un objeto de estudio. En este caso con los aymaras y luego con el mundo urbano popular. Un proyecto en la que la palabra emancipación, identidad cultural, reetnificación, derechos humanos, entre otros, son centrales en nuestros quehaceres.

      El Ciren/Crear no hubiese sido posible sin la carrera de Sociología de la Universidad del Norte, que no aparece en la historia de la sociología chilena. No vamos a juzgar ese olvido, pero sin duda alguna, tiene que ver con el marcado centralismo que atraviesa nuestra sociedad. Crear ciencias sociales en el Norte Grande en tiempo de dictadura no fue una tarea fácil. A menudo peligrosa pero, sin embargo, pese a muchas consideraciones en contra, logramos armar un aparato institucional que cobijó a una gran parte de cientistas sociales que ahora desarrollan sus labores en diversas universidades. Pero, como se verá más adelante, el Ciren/Crear no solo fue un espacio académico: fue también un lugar de encuentro de hombres y mujeres que acudían a nuestro local de la calle Vivar a ver, por ejemplo, “La historia oficial”, la película argentina, a nuestras escuelas de verano. Del mismo modo, los documentales del Ictus, de Patricia Mora, Ignacio Agüero y los montajes en diapositivas de Antica Zaninovic y Carmen Grimm, “Acá vivimos”, animaron muchas de nuestras discusiones.

      Este libro se estructura en torno a tres capítulos. El primero cuenta los orígenes y desarrollo del Ciren/Crear, desde su fundación el año 1980 hasta la década de los 90 con la creación de la carrera de Sociología en la Universidad Arturo Prat. Toca temas como la formalización y desarrollo de esta ONG, de sus discusiones internas y, sobre todo, esto es lo más importante, de la constitución y construcción de un objeto de estudio, a saber, la situación de los aymaras contemporáneos del Norte Grande de Chile. Todo ello en una situación de autoritarismo extremo, de persecución de las ciencias sociales y, sobre todo, de una universidad cautiva. Discusiones teóricas y metodológicas acerca de nuestra realidad y de cómo alcanzar el desarrollo regional que considere nuestra rica y variada identidad cultural, eran uno de nuestros temas fundamentales. La armazón de este capítulo se ha visto facilitada por la existencia de un inmenso archivo del Crear, sobre todo de un banco de proyectos y de una serie de informes, nunca publicado, acerca de nuestros quehaceres y preocupaciones.

      El segundo capítulo está constituido por cuatro entrevistas que realicé en diversos momentos a los que denomino inspiradores y fundadores del Ciren/Crear. Juan Van Kessel, Víctor Guerrero, Juan Podestá y Francisco Pinto, nos entregan sus reflexiones no solo acerca de nuestra organización, sino que también de lo que era Iquique y la región en la década de los años 80. Todas ellas, excepto la última, fueron realizadas en el marco de un programa de televisión de la Universidad Arturo Prat, “El oficio de la memoria”, y que Diana Silva ha transcrito con pulcritud.

      El último capítulo se inscribe en la tendencia de que los otros, los que nos conocieron, nos cuenten sus impresiones acerca del Ciren/Crear de los años 80 y de la actualidad.Nos entregan sus voces quienes fueron estudiantes de Sociología, y que hoy ejercen como tales, además de periodistas, directores de teatro, curadores, antropólogos, etcétera.

      Agradezco a todos los que ayudaron a que este libro sea una realidad. Dedico este libro a la figura de mi maestro y amigo Juan Van Kessel, Patricio Advis y Ramsés Aguirre.

      Capítulo 1

      La región de Tarapacá ha sido fuente de riquezas naturales por excelencia. La explotación del guano, plata, salitre, pesca y de la actual minería de altura, cobre, dan cuenta de la riqueza de esta zona del país. El ciclo del salitre, en especial, conecta a este territorio con el resto del mundo, a través de la exportación del nitrato que se usa como fertilizante y como materia prima para la elaboración de la pólvora. La disputa por los ricos yacimientos salitreros sirve para explicar la guerra del Pacífico o del Salitre (Blakemore, 1977), y más adelante, en parte, la revolución de 1891 (Blakemore, 1977). Región conquistada por el Estado chileno es sometida a un sistemático proceso de chilenización. Producto de la gran concentración de trabajadores en el puerto y en la pampa, y de las miserables condiciones de vida de hombres y mujeres, ayuda a configurar un vasto y combativo movimiento obrero, pionero en América Latina. La matanza en la escuela Santa María, el 21 de diciembre de 1907, la Coruña en 1925, indican el grado de organización de los obreros y de la tristemente célebre capacidad represiva del Estado nacional.

      Todos estos elementos dan cuenta de la importancia que tuvo Tarapacá en el concierto nacional e internacional. El Norte Grande fue el sostén por mucho tiempo de la economía nacional. Las sucesivas crisis del salitre, 1930, 1960 y 1980, por solo nombrar tres hitos importantes, significaron el cierre de las oficinas salitreras y con ello el abandono de ciudades puertos como Pisagua y Taltal. Los pampinos volvieron a sus tierras de origen o bien se movilizaron a las ciudades cercanas como Arica, Iquique, Calama, Tocopilla, para continuar con sus vidas. Otros regresaron al llamado norte chico o bien al centro o sur del país. Pero no fue un regreso cualquiera. Traían consigo una experiencia de vida marcada por las luchas obreras.

      Anexada a la soberanía nacional, los territorios de Antofagasta y de Tarapacá fueron objeto de una política de chilenización. Esta se realiza a través del cambio del clero peruano por el chileno, del reemplazo de profesores nacionales por peruanos (Van Kessel, 1980). Su forma más violenta se expresa en las llamadas Ligas Patrióticas, grupos armados de derecha que expulsan a los ciudadanos del Rímac (González, 2004).

      Sin embargo, este proceso de chilenización no fue tan sistemático ni abarcó a toda la extensa geografía de esta zona variada en pisos ecológicos. Por razones obvias, tendió a concentrarse en las ciudades y en la pampa salitrera, dejando casi en el abandono la zona andina de la precordillera y la cordillera. Esta última operó como una especie de refugio para los aymaras. Tampoco llegaron los curas. Se tiende a pensar que el proceso de chilenización fue homogéneo y exitoso a la vez. Nada más alejado de la realidad. Si bien es cierto que el sistema escolar se expandió por toda la zona y, como ya dijimos, por las ciudades y la pampa salitrera, se la tuvo que ver con una población que portaba una fuerte identidad regional, una manera singular de ocupar el territorio (Guerrero, 2015). De una larga data −más de 9.000 años antes de Cristo−, cazadores y recolectores ya habían dado muestra de una extraordinaria capacidad de adaptación al medio. La cultura Chinchorro destacó por su habilidad para momificar a sus muertos, siendo los más antiguos en estas prácticas (Arriaza, 2016). Avanzando en el tiempo, con la llegada de los españoles, con la cruz y la espada, se modifica el paisaje. Se inicia, esta vez, un largo y profundo proceso de desintegración de las estructuras básicas de la sociedad aymara (Van Kessel, 1980), que se irá acentuando con la instalación de las repúblicas con el consiguiente redibujo de las fronteras no solo geográficas, sino que también políticas y culturales. Todo este proceso ha sido bien estudiado por Van Kessel (1980, 1992).

      Hasta la década de los años 70 del siglo pasado,Tarapacá llamaba la atención por sus riquezas arqueológicas. La producción e investigación arqueológica en Arica, Iquique y Antofagasta se desarrolló de modo sistemático. La obra del cura belga Gustavo Le Paige (1903-1980), en San Pedro de Atacama, fue fundamental en esta dirección. Lo mismo aconteció en Arica. Aun cuando muchos de ellos no tenían la formación universitaria en ese campo, lograron poner en evidencia el largo pasado del Norte

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