La Casa De La Esclusa. Andrea Calo'
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—¡Buenos días! ¿Buscáis a alguien? —exclamó, manteniendo esa pregunta en sus labios, esperando nuestra respuesta.
—Buenos días, señora. Por favor, perdone que la molestemos. ¿Podría decirnos a qué distancia está el próximo pueblo y qué dirección debemos tomar? ¿Tenemos que continuar por el camino o hay que desviarse? Verá, es que estamos buscando un lugar para parar y descansar un poco, para comer y comprar algunos refrescos. No nos importaría dar un paseo si pudiéramos, para ver algunas cosas. Hemos pasado por un pueblo que está ahora a unos diez kilómetros, no nos gustaría tener que volver directamente por un camino largo y vacío —le respondí, tranquilizándola.
— Sí, hay unos pocos, por supuesto. Pero veo que vais en bicicleta y también parecéis muy cansados. Ir hasta el siguiente pueblo puede ser un reto y vais a llegar agotados. Además, ¿no tenéis que volver después igualmente? ¿De dónde venís? — preguntó. Tenía toda la razón del mundo.
—Nos hospedamos en Gissey, venimos de la esclusa 34s, señora —exclamé con orgullo, como si me sintiera un maestro experto del lugar por donde pasaba en aquel momento.
—¡Ah, ya veo! Es la casa de Urs y Doris. Son muy buenas personas —respondió —. A mi parecer ya habéis hecho tantos kilómetros que os aconsejo que no vayáis más lejos, al menos por hoy. De todos modos, al fin y al cabo, es vuestra decisión. ¡Puedo sentir el dolor de vuestras piernas y traseros! — continuó, guiada por buen humor contagioso que inmediatamente nos llevó a nosotros dos a reír a carcajadas mientras confirmábamos su suposición produciendo una mueca cómica de dolor en nuestras caras.
—Escuchad, chicos, nosotros también tenemos refrescos, la única diferencia es que no están a la venta, así que tendréis que aceptar nuestra hospitalidad —dijo de forma graciosa—. Si queréis uniros a nosotros, sois bienvenidos. ¡No mordemos, os lo aseguro! —exclamó finalmente con una expresión tranquilizadora y sincera.
—No nos gustaría aprovecharnos de su amabilidad, señora…
—¡Giselle, me llamo Giselle! —me interrumpió extendiendo su mano para presentarse y esperando que nosotros hiciéramos lo mismo.
Nos presentamos, y después de darle las gracias tantas veces hasta aburrirla, la seguimos. Nos invitó a sentarnos en una hermosa mesa de piedra construida bajo un porche que completaba el lado derecho de la casa hasta casi llegar a la valla del jardín de la propiedad. Incluso desde aquel punto se podía ver la esclusa y el arroyo no muy lejos, rodeados de verdes campos y árboles. Ninguna colina limitaba la vista hasta la línea del horizonte, permitiendo al ojo vagar más allá de los límites. Sólo un relieve con salientes irregulares privaba al suelo de aquella monotonía plana de las llanuras. Llevando el ojo más allá del horizonte, se podían ver los cultivos. Sólo eran visibles porque estaban en ligero relieve con respecto al suelo y mostraban tonos de verde más oscuros. Se trataba de viñas muy fértiles en las que se producía el buen vino de Borgoña.
—Esperad aquí unos segundos, voy a buscar a Monsieur Jacques. Es mi padre. Él mismo se define como uno de los mayores charlatanes de Francia o quizás de Europa. Yo, sin embargo, creo que es un hombre muy sabio, ahora lo conoceréis —dijo divertida y orgullosa al mismo tiempo.
Nunca supe si se sentía similar a su padre en esto o no, la hija «sabia» de un hombre sabio. Tal vez estaba expresando una sabiduría diferente a la de su padre. El tiempo me sugeriría la respuesta. Sonia y yo nos miramos a la cara, entretenidos por tanta alegría, pero también sorprendidos por aquella inesperada hospitalidad. Temíamos vagamente el bochorno de esa situación, sobre todo hacia el sabio, o charlatán, Monsieur Jacques.
—¡Papá, hoy tenemos amigos a la mesa! —advirtió Giselle justo después de atravesar la puerta, hacia una habitación que no pude identificar.
Siempre he creído que la amistad y la confianza están estrechamente ligadas, dos regalos que la gente recibe y otorga sólo con el paso del tiempo. El simple conocimiento no implica necesariamente amistad y confianza. No puede haber instinto en una relación amistosa porque no se puede medir la llamada «sensación de piel». La amistad debe sentirse, demostrarse y compartirse. De lo contrario se trataría de una relación unilateral. Me refiero a esa forma de amistad que implica complicidad y que a veces también crea fricción entre dos personas, la amistad en su forma más verdadera. Así, considero la confianza como el combustible necesario para asegurar que la amistad pueda continuar, permitiendo que nazca, se desarrolle y evolucione hacia sentimientos aún más importantes y profundos. Sin este combustible no podemos proceder, así que es mejor que nos bajemos y sigamos a pie, pero por nuestra cuenta. Viendo la película de mi vida, he podido ver y escuchar historias de gente que ha dado su vida por la amistad, amando a su amigo incluso más que a ellos mismos. He visto a gente vaciarse de todo con tal de compartir cosas con sus amigos, y me he preguntado si yo podría hacer lo mismo por ellos. Tal vez habría perdido el desafío conmigo mismo, no lo sé, pero claramente aún no he tenido una verdadera oportunidad de ponerme a prueba a mí mismo. También he oído historias de traición, quizás porque ese sentimiento de amistad fue experimentado de manera diferente por las personas en cuestión, quizás en un sentido único, o quizás porque para algunas personas la amistad era más bien sinónimo de buena oportunidad y, como tal, de ser explotada al máximo. Sin embargo, nada de esto me maravilla. La lucha por la supervivencia de la especie está escrita en el ADN del animal, ya sea hombre o bestia. Se lucha para sobrevivir y seguir adelante, «muerte tuya, vida mía». A veces importa bien poco quién paga las consecuencias. Es un proceso de selección natural que ha tenido lugar en los últimos milenios y nunca dejará de tenerlo en el futuro. Nos escondemos detrás de esta coartada y ya no nos preocupamos por los efectos que puedan derivar de ella. También he oído hablar de historias de amistad recíproca, casos verdaderamente raros y la mayoría de las veces parte de cuentos de hadas; cuando son reales, exaltadas e idealizadas a la par de las leyendas. Es asombroso que, ante una bella historia de amistad, se tienda a romantizarla, a hacer películas sobre ella, a crear mitos para exponer y utilizar como referencia, siempre que las cosas no evolucionen como se espera, desplegándose en la escritura de poemas o prosa kilométricos destinados a la venta. Mitos, grandes ejemplos de vida que emular, que seguir. ¿No debería eso ser lo «normal»? Cuando pienso en una persona, la considero mi amiga, quiero decir que esa persona es como yo, que está a la par mía. Si no, uso otro término para catalogarla y prefiero llamarla «conocida». ¿Y qué hay de la confianza? ¿Cómo surge, dónde entra, qué posición ocupa? ¿Puede la confianza que ponemos en un verdadero amigo, y que no sólo se supone que lo es, ser la misma que la que ponemos en un simple conocido? Tal y como yo lo veo y como resultado de la experiencia, la respuesta sólo puede ser negativa.
La amistad y la complicidad son cosas antiguas. Desde que el hombre comenzó a caminar por la Tierra para vivir, o más bien para sobrevivir, necesitó un compañero a su lado. El hombre prehistórico siempre tenía que ir acompañado de un compañero o más para cazar y matar a su presa. Se dio cuenta de que no podía derribar a su gran presa por sí mismo, de lo contrario se arriesgaba a morir.