Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1. Блейк Пирс

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Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1 - Блейк Пирс Un Misterio Keri Locke

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enfundó su arma y Keri hizo lo mismo. Mientras Ray abría la puerta, Denton Rivers se giró y se sobresaltó al encontrar a Keri enfrente de él.

      –¿Quién eres tú? —preguntó.

      –Detective Keri Locke. Trabajo con él —dijo, señalando con la cabeza a Ray—. Qué bonito tienes esto, Denton.

      En el interior, la casa estaba hecha un asco. Habían estampado las lámparas contra las paredes. Los muebles estaban tumbados. Había una botella de whisky medio vacía sobre una mesita, junto al origen de la música: un altavoz Bluetooth. Keri apagó la música. Con el silencio repentino, ella examinó la escena con más detalle.

      Había sangre en la alfombra. Keri tomó nota mental pero no dijo nada.

      Denton tenía unos rasguños profundos en el antebrazo derecho que podrían haber sido provocados por unas uñas. El tajo en un lado de la sien había dejado de sangrar pero hacía poco. Esparcidos por el suelo había los trozos de una foto de él y Ashley.

      –¿Dónde están tus padres?

      –Mi madre está en el trabajo.

      –¿Y tu padre?

      –Está muy ocupado haciendo de muerto.

      Keri, sin inmutarse, dijo:

      –Bienvenido al club. Buscamos a Ashley Penn.

      –Que se joda.

      –¿Sabes dónde está?

      –No, y me importa una mierda. Ella y yo hemos terminado.

      –¿Está aquí?

      –¿Acaso la ves?

      –¿Está aquí su teléfono? —insistió Keri.

      –No.

      –¿Es ese su teléfono, el que llevas en el bolsillo trasero?

      El chico vaciló y, a continuación, dijo:

      –No. Creo que tendríais que iros ahora.

      Ray se colocó a una incómoda distancia corta del chico, le levantó mano y dijo:

      –Déjame ver ese teléfono.

      El chico tragó saliva de golpe, después se lo sacó del bolsillo y se lo pasó. La funda era rosada y parecía cara.

      Ray preguntó:

      –¿Es de Ashley?

      El chico continuaba en silencio, desafiante.

      –Puedo marcar su número y veremos si suena —dijo—. O tú puedes darme una respuesta directa.

      –Sí, es suyo. ¿Y qué?

      –Pon el culo en ese sofá y no te muevas —dijo Ray. Luego a Keri—: Haz lo tuyo.

      Keri buscó en la casa. Había tres pequeños dormitorios, un baño diminuto y un armario para la ropa de cama, todos inofensivos en apariencia. No había señales de lucha ni de cautiverio. Encontró la cuerda para acceder a la buhardilla en el pasillo y tiró de ella. Se desplegó una serie de rechinantes escalones de madera que llevaban al piso superior. Subió por ellos con cuidado. Cuando llegó a la parte de arriba, sacó su linterna e iluminó a su alrededor. Era más un pequeño espacio libre para arrastrarse por él que una verdadera buhardilla. El techo estaba a poco más de un metro de altura y el entramado de las vigas dificultaba más el movimiento, incluso agachándose.

      No había gran cosa allá arriba. Solo una década de telarañas, un buen número de cajas cubiertas de polvo y un baúl de madera de aspecto voluminoso en el extremo más lejano.

      «¿Por qué alguien puso el objeto más pesado y asqueroso al fondo de la buhardilla? Tuvo que ser difícil llegar hasta esa esquina».

      Keri suspiró. Por supuesto, alguien lo puso allí para hacerle la vida difícil a ella.

      –¿Todo bien por allá arriba? —se oyó a Ray desde la sala.

      –Sí. Solo reviso el ático.

      Trepó hasta el último escalón y se abrió paso a lo largo del ático, asegurándose de pisar sobre los estrechas vigas de madera. Le preocupaba que un paso en falso la hiciera caer por el techo de yeso. Sudada y cubierta de polvorientas telarañas, finalmente llegó hasta el baúl. Cuando lo abrió e iluminó su interior, se sintió aliviada al comprobar que no había cuerpo. Vacío.

      Keri cerró el baúl y rehizo su camino hasta la escalera.

      De regreso en la sala, Denton no se había movido del sofá. Ray estaba sentado directamente enfrente de él, a horcajadas en una silla de cocina. Cuando ella entró, él la miró y preguntó:

      –¿Había algo?

      Ella negó con la cabeza.

      –¿Sabemos dónde está Ashley, detective Sands?

      –Todavía no, pero trabajamos en ello. ¿Correcto, Sr. Rivers?

      Denton hizo como que no oía la pregunta.

      –¿Puedo ver el teléfono de Ashley? —preguntó Keri.

      Ray se lo entregó sin entusiasmo.

      –Está bloqueado. Necesitaremos que los técnicos hagan su magia.

      Keri miró a Rivers y dijo:

      –¿Cuál es su contraseña, Denton?

      El chico se burló de ella.

      –No lo sé.

      Keri le dejó claro con su expresión arisca que no le creía.

      –Voy a repetir la pregunta de nuevo, muy educadamente. ¿Cuál es su contraseña?

      Después de vacilar, el chico se decidió a decirlo:

      –Miel.

      Dirigiéndose a Ray, Keri dijo:

      –Hay un cobertizo en la parte de atrás. Voy a echarle un vistazo.

      Rivers desvió la mirada rápidamente hacia esa dirección pero no dijo nada.

      Ya fuera, Keri usó una pala oxidada para forzar el candado que cerraba el cobertizo. Un rayo de luz penetraba a través de un agujero en el tejado. Ashley no estaba allí, solo había latas de pintura, viejas herramientas y varios trastos más. Justo cuando estaba a punto de salir, vio una pila de matrículas de vehículos de California sobre una estantería de madera. Al mirar con más detalle, contó seis pares, todas con pegatinas del año en curso.

      «¿Qué están estas haciendo aquí? Tendremos que meterlas todas en bolsas».

      Dio media vuelta y se dispuso a salir cuando una súbita brisa cerró de golpe la puerta oxidada, tapando la mayor parte de la luz que entraba en el cobertizo. Con esta semioscuridad impuesta, Keri sintió claustrofobia.

      Tomó una gran bocanada de aire, luego

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