Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1. Блейк Пирс
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Se encontraba en el segundo piso de un edificio recién restaurado, encima de un bar de jugos naturales.
–Observa eso —dijo ella. Encima de la puerta de entrada, había un letrero que rezaba «Briggs Bail Bonds».
–¿Qué pasa con eso? —dijo Ray.
–Mira encima del letrero, encima de Bail.
Ray lo hizo. Confuso al principio, entornó entonces su ojo bueno y vio una pequeña cámara de seguridad. Miró en la dirección hacia la que apuntaba la cámara. Estaba enfocada en el cruce. Más allá estaba el tramo de Main Street cerca del parque canino, donde Ashley supuestamente había entrado en la furgoneta.
–Buena observación —dijo él.
Keri retrocedió y estudió el área. Posiblemente había más actividad ahora de la que había habido hacía unas horas. Pero esta no era exactamente un área tranquila.
–Si tú fueras a secuestrar a alguien, ¿sería aquí donde lo harías?
Ray negó con la cabeza.
–¿Yo? No, yo soy más de callejón.
–Entonces ¿qué tipo de persona es tan descarada como para llevarse a alguien a plena luz del día, y cerca de un cruce con mucho tráfico?
–Averigüémoslo —dijo Ray, dirigiéndose a la puerta.
Subieron por la estrecha escalera hasta el segundo piso. La puerta de Briggs Bail Bonds estaba abierta. Justo a la entrada, a la derecha, un hombre grande con una panza aún más grande estaba echado en una silla reclinable, hojeando un ejemplar de Guns & Ammo.
Levantó la vista cuando Keri y Ray entraron, decidió rápidamente que no eran una amenaza y les hizo una señal con la cabeza hacia el fondo de la habitación. Un hombre de pelo largo y barba desarreglada, que estaba sentado detrás de una mesa, les hizo señas para que fueran hacia allí. Keri y Ray tomaron asiento frente a la mesa del hombre y esperaron pacientemente mientras hablaba con un cliente. El asunto no era el diez por ciento en efectivo, sino la garantía para el total. Necesitaba la garantía de una casa, o la posesión de un coche con un título en regla, algo así.
Keri podía oír a la persona en el otro lado de la línea suplicando, pero el tipo de pelo largo no se inmutaba.
Treinta segundos más tarde colgó y se centró en las dos personas que tenía delante.
–Stu Briggs —dijo—, ¿qué puedo hacer por ustedes, detectives?
Nadie había mostrado su placa. Keri estaba impresionada.
Antes de que pudieran responder el hombre miró más detenidamente a Ray, y entonces casi gritó:
–Ray Sands, ¡Sandman! Yo vi su última pelea, aquella con el zurdo; ¿cómo se llamaba?
–Lenny Jack.
–Claro, claro, sí, eso es, Lenny Jack, Jack al Ataque. Perdió un dedo o algo así, ¿no? ¿Un meñique?
–Eso fue después.
–Sí, bueno, con meñique o sin él, pensé que lo tenías, de verdad. Tenía las piernas de goma, su cara era una masa ensangrentada. No podía consigo mismo. Un golpe más, era lo único que necesitaba, uno más. Joder, con medio puñetazo hubiera bastado. Seguramente, si le hubiera pegado, hubiera caído
–Eso es lo que yo pensé también —admitió Ray—. En retrospectiva, pienso que eso fue lo que me hizo bajar la guardia. Aparentemente, él tenía una izquierda de la que no le había hablado a nadie.
El hombre se encogió de hombros.
–Aparentemente. Perdí dinero en esa pelea. —Pareció darse cuenta de que su pérdida no era tan grande como la de Ray, y añadió—: Quiero decir no fue tanto. No se puede comparar con lo suyo. Pero no se ve tan mal el ojo. Sé que es falso porque conozco la historia. No creo que la mayoría de la gente pueda darse cuenta.
Hubo un largo silencio mientras él aguantaba la respiración y Ray dejaba que se girara con torpeza. Stu lo intentó de nuevo.
–¿Así que ahora es policía? ¿Por qué está Sandman sentado frente a mi escritorio con esta bonita señorita, perdón, agente de las fuerzas del orden?
A Keri no le gustó la condescendencia, pero la dejó pasar. Tenían prioridades más importantes.
–Necesitamos mirar lo que tu cámara de seguridad ha grabado en el día de hoy —dijo Ray—. Concretamente desde las dos cuarenta y cinco a las cuatro p. m.
–No hay problema —contestó Stu como si le pidieran algo así todos los días.
La cámara de seguridad estaba operativa, algo necesario, dada la clientela del establecimiento. No transmitía en vivo a un monitor, sino que estaba conectada a un disco duro, donde se almacenaba la grabación. Los lentes eran de ángulo ancho y captaban toda el cruce de Main y Westminster. La calidad del vídeo era excepcional.
En un cuarto trasero, Keri y Ray miraron la grabación en un monitor de escritorio. La sección de Main Street enfrente del parque canino era visible hasta la mitad de la manzana. Solo podían esperar que cualquier cosa sucedida hubiese tenido lugar en ese tramo de la calle.
Nada de mucha actividad sucedió hasta cerca de las 3:05. Era la salida de la escuela, a juzgar por los chicos que comenzaban a salir a montones a la calle, en todas las direcciones.
A las 3:08, apareció Ashley. Ray no la reconoció de inmediato así que Keri la señaló: una chica que irradiaba seguridad, vestida con falda y un top ajustado.
Entonces, de golpe, ahí estaba, la furgoneta negra. Se acercó hasta ella. Las ventanas estaban tintadas, lo cual era ilegal. La cara del conductor no era visible ya que tenía puesta una gorra con la visera bajada. Ambos visores de sol estaban puestos hacia abajo, y el resplandor de la brillante luz del atardecer hacía imposible tener una clara visión del interior del vehículo.
Ashley dejó de caminar y miró hacia la furgoneta. El conductor parecía estar hablando. Ella dijo algo y se acercó. Al hacerlo, la puerta del pasajero se abrió. Ashley continuó hablando y pareció que se inclinaba hacia la furgoneta. Conversaba con quienquiera que estuviese conduciendo. Después, repentinamente, ya estaba adentro. No estaba claro si se había subido voluntariamente o tiraron de ella. Al cabo de unos pocos segundos más, la furgoneta arrancó. Sin prisa. Sin acelerar. Nada fuera de lo normal.
Miraron la escena de nuevo a velocidad normal, y luego una tercera vez, a cámara lenta.
Al final Ray se encogió de hombros y dijo:
–No lo sé. Todavía no puedo decirlo con seguridad. Ella terminó dentro, eso es todo lo que puedo decir con certeza. Si ha sido con o contra su propia voluntad, de eso no estoy seguro.
Keri no podía llevarle la contraria. El segmento de vídeo era desesperante por su imprecisión. Pero había algo que no cuadraba. Solo que ella no podía dar con el quid de la cuestión. Retrocedió el vídeo y lo reprodujo de nuevo hasta el momento en el que la furgoneta