Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1. Блейк Пирс

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Un Rastro de Muerte: Un Misterio Keri Locke – Libro #1 - Блейк Пирс Un Misterio Keri Locke

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qué una madre veinteañera con una hija adolescente vive aquí? ¿Y por qué tanta seguridad?»

      Llegó hasta la verja de hierro forjado de enfrente y se sorprendió de encontrarla abierta. La cruzó y estaba a punto de llamar a la puerta delantera cuando esta se abrió desde adentro.

      Una mujer salió a recibirla, vestía vaqueros raídos y un top blanco sin mangas, tenía una cabellera larga y abundante de color castaño e iba descalza. Como Keri había sospechado al escucharla por teléfono, no pasaría de los treinta. Tendría la misma estatura de Keri, pero era unos diez kilos más delgada y estaba además bronceada y en forma. Se veía estupenda, a pesar de la expresión ansiosa en su rostro.

      El primer pensamiento de Keri fue «esposa trofeo».

      –¿Mia Penn? —preguntó Keri.

      –Sí. Entre, por favor, detective Locke. Ya he rellenado los formularios que me envió.

      Por dentro, la mansión se abría a un impresionante vestíbulo, con dos escaleras iguales de mármol que llevaban al piso de arriba. Había casi suficiente espacio para organizar un partido de los Lakers. El interior estaba inmaculado, con cuadros cubriendo todas las paredes y esculturas adornando mesas de madera tallada que se veían también como obras de arte en sí mismas.

      Todo la casa parecía que podía exhibirse en cualquier instante en la revista Hogares que te hacen cuestionar tu propia valía. Keri reconoció una pintura colocada en un lugar destacado como un Delano, lo que significaba que esa sola valía más que la patética casa bote de veintidós años que ella llamaba hogar.

      Mia Penn la llevó a otra de las salitas, más informal, y le ofreció asiento y agua embotellada. En un rincón de la sala, un hombre de constitución gruesa con pantalones de vestir y americana estaba apoyado en la pared como con indiferencia. No dijo nada pero no apartaba la mirada de Keri. Ella se fijó en un pequeño bulto en la parte derecha de su cadera, debajo de la chaqueta.

      «Un arma. Debe ser de seguridad».

      Una vez que Keri se sentó, su anfitriona no perdió el tiempo.

      –Ashley sigue sin contestar mis llamadas y mis mensajes. No ha tuiteado desde que salió de la escuela. No hay posts en Facebook. Nada en Instagram —suspiró y añadió—: Gracias por venir. Me faltan palabras para expresarle lo mucho que esto significa para mí.

      Keri asintió lentamente, estudiando a Mia Penn, tratando de comprenderla. Igual que por teléfono, el pánico apenas disimulado se sentía real.

      «Ella parece temer en verdad por su hija. Pero está ocultando algo».

      –Usted es más joven de lo que esperaba —Keri dijo finalmente.

      –Tengo treinta años. Tuve a Ashley cuando tenía quince.

      –Guau.

      –Sí, eso es más o menos lo que todo el mundo dice. Yo siento que como nos llevamos tan pocos años, tenemos esta conexión. A veces puedo asegurar que sé lo que ella siente incluso antes de verla. Sé que suena ridículo pero tenemos este vínculo. Y yo sé que no hay pruebas, pero puedo notar que algo va mal.

      –No entremos en pánico todavía —dijo Keri.

      Pasaron revista a los hechos.

      La última vez que Mia vio a Ashley fue esa mañana. Todo estaba bien. Desayunó yogur con granola y fresas laminadas. Se había ido a la escuela de buen humor.

      La mejor amiga de Ashley era Thelma Gray. Mia la llamó cuando Ashley no apareció después de clase. Según Thelma, Ashley estaba, como se suponía que debía estar, en la clase de geometría del tercer cuatrimestre y todo parecía normal. La última vez que vio a Ashley fue en el pasillo, hacia las 2 p. m. Ella no tenía idea de por qué Ashley no había llegado a casa.

      Mia también había hablado con el novio de Ashley, un chico de aspecto deportista llamado Denton Rivers. Él dijo que vio a Ashley en la escuela por la mañana pero que eso fue todo. Le envió unos pocos mensajes después de clase, pero ella nunca respondió.

      Ashley no tomaba ninguna medicación, no tenía problemas físicos que mencionar. Mia dijo que antes había pasado por el dormitorio de Ashley y todo parecía normal.

      Keri lo escribió todo rápido en un pequeño cuaderno, tomando nota específicamente de los nombres sobre lo que volvería más tarde.

      –Mi marido va a llegar a casa de la oficina en cualquier momento. Sé que quiere hablar con usted también.

      Keri levantó la vista del cuaderno. Algo en la voz de Mia había cambiado. Sonaba más a la defensiva, más cautelosa.

      «Sea lo que sea lo que está ocultando, apuesto a que está relacionado con esto».

      –¿Y cómo se llama su esposo? —preguntó, tratando de parecer indiferente.

      –Se llama Stafford.

      –Espere un minuto —dijo Keri—. ¿Su marido es Stafford Penn, el senador de los Estados Unidos Stafford Penn?

      –Sí.

      –Esa es una información importante, Sra. Penn. ¿Por qué no la mencionó antes?

      –Stafford me pidió que no lo hiciera —dijo ella a modo de disculpa.

      –¿Por qué?

      –Dijo que quería tratar eso con usted cuando él llegara.

      –¿Cuándo dijo usted que estaría aquí de nuevo?

      –Seguramente, en menos de diez minutos.

      Keri la miró de manera inquisitiva, tratando de decidir si debía presionarla. Al final, lo dejó como estaba, por ahora.

      –¿Tiene una foto de Ashley?

      Mia Penn le pasó su teléfono. La foto de fondo mostraba a una adolescente con un vestido veraniego. Parecía la hermana menor de Mia. Quitando el cabello rubio de Ashley, era difícil distinguir a una de la otra. Ashley era ligeramente más alta, estaba más bronceada y tenía una constitución más atlética. El vestido no podía tapar sus piernas musculosas y sus poderosos hombros. Keri supuso que practicaba el surf con regularidad.

      –¿Es posible que simplemente haya olvidado la cita y esté atrapando olas? —preguntó Keri.

      Mia sonrió por primera vez desde que Keri llegó.

      –Estoy impresionada, detective. ¿Lo adivinó basándose en una foto? No, a Ashley le gusta surfear en las mañanas, mejores olas y menos gente inoportuna. Miré el garaje por si acaso. Su tabla está allí.

      –¿Puede enviarme esa foto junto con unos pocos primeros planos, con y sin maquillaje?

      Mientras Mia hacía eso, Keri hizo otra pregunta.

      –¿A qué escuela va?

      –Al Instituto West Venice.

      Keri no pudo ocultar su sorpresa. Conocía bien el lugar. Era un gran instituto público, un crisol de culturas de miles de chicos, con todo lo que eso entrañaba. Ella había arrestado a más de un estudiante que iba al West Venice.

      «¿Por

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