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con su madrastra y sus hermanastras, muchachas abusonas y envidiosas de su belleza.

      A pesar de ser obstaculizada por sus hermanastras, pero con la ayuda del ama de llaves Marta, conseguirá confeccionar un vestido de tela ecológica que le permitirá ir a la fiesta del palacio del rey y conquistar el corazón del príncipe.

      Pero, ¡ay! El maravilloso tejido ecológico no había sido todavía probado y al filo de la medianoche provocará un completo desastre, obligando a Cenicienta a huir de manera precipitada a casa, perdiendo el zapatito y dejando diseminados pedazos de su hermoso vestido por doquier.

      Sin embargo, finalmente el príncipe, equipado con medios de transporte ultra modernos, conseguirá encontrarla y se llegará al consabido final feliz.

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      Había una vez en un país muy lejano un señor viudo que tenía una hija, una hermosísima niña tan bella como buena, inteligente y también muy ingeniosa.

      Este señor, que era un valeroso comandante de la flota espacial del rey, a menudo debía irse de misión a lejanas galaxias ausentándose de casa durante meses o años, mientras dejaba a la hija acompañada tan solo por el ama de llaves.

      Por este motivo, un día decidió volverse a casar y dar a la pequeña una nueva madre que pudiese estar a su lado durante sus largas ausencias.

      Se casó con una señora que tenía dos hijas, contento de poder dar a la niña también la amistad de dos hermanastras que pudiesen crecer con ella y ser compañeras de juegos. La señora prometió al marido que cuidaría muy bien de la pequeña.

      -Ve tranquilo – dijo. –La querré como si fuese una de mis hijas.

      El señor, seguro de dejar a la niña en buenas manos, partió para su misión al planeta rojo: Marte.

      De esta manera comenzó para la hijita una nueva vida, con esta nueva madre y hermanastras, las cuales, sin embargo, en cuanto el padre se fue, cambiaron de repente su manera de actuar, resultando todo lo contrario a afectuosas con ella: la llamaban continuamente para darle órdenes y hacían que les sirviese. Le cogieron todos los vestidos más bonitos y se apoderaron de todas las joyas de su madre y de las suyas.

      Un día, Cenicienta, al ver en el cuello de la hermanastra, el collar que su padre le había regalado el día de su cumpleaños, le pidió que se lo devolviese, pero la hermanastra se revolvió agresiva hacia ella gritándole y pegándole, hasta que intervino la madrastra y las separó.

      -Has sido muy mala –le riñó.

      –No tolero que trates así a mis hijas, como castigo esta noche serás tú quien nos sirva la cena y deberás también ir a la cocina a lavar los platos y ordenar todo. No olvides limpiar el incinerador de residuos que desde que tu padre se fue nadie lo ha limpiado jamás ¡Hazlo todo bien porque vendré a comprobarlo!

      La muchacha se fue a la cocina obediente y ayudada por Marta, el ama de llaves, hizo el trabajo que le habían pedido: sirvió en la mesa la comida para sus hermanastras y su madrastra, luego la recogió, limpió la cocina y también el incinerador, pero mientras estaba haciendo estas labores se ensució de ceniza la cara y también el vestido (el último que le quedaba) provocando, de esta manera, la risa de las hermanastras que comenzaron a mofarse de ella llamándola Cenicienta.

      Desde ese día, comenzó a llamarse Cenicienta, y fue obligada, cada vez más, a limpiar la cocina y a hacer todas las labores domésticas.

      Cenicienta aceptaba de buena gana esta nueva condición, ya que mientras estaba en la cocina evitaba la compañía de la madrastra y las hermanastras, que no dejaban pasar la ocasión de reñirle, pero en cambio estaba acompañada por el ama de llaves, una estupenda mujer que la conocía desde que había nacido y que, amablemente, tuvo a bien enseñarle las labores de la casa, para que de esta manera se cansase menos y no se ensuciase demasiado.

      Con el pasar de los años Cenicienta se convirtió en una muchacha muy hermosa, muy sabia y con capacidad para hacer cualquier cosa, consiguió ser muy diestra con las labores del hogar pero también hábil con el ordenador, por medio del cual asistía regularmente a su escuela virtual, aprendiendo lengua, literatura, historia, matemáticas, astrofísica y todas las materias escolares de los jóvenes de su edad.

      Un día, sin embargo, Marta fue llamada por la señora que le dijo:

      -¡Ahora que Cenicienta ha crecido y ha aprendido a hacer todas las labores de la casa ya no tenemos necesitad de ti! ¡Debemos economizar! No sé cuándo regresará mi marido, ahora aquí la patrona soy yo y he decidido prescindir de ti, haré trabajar en la cocina a esa gandula de Cenicienta, ¡desde mañana por la mañana no te quiero ver más en mi casa!

      La buena mujer se vio obligada a hacer la maleta y a irse en busca de un nuevo trabajo.

      Aquella noche Cenicienta estaba muy triste, se sentía sola, ya que no había nadie cerca que le hiciese compañía y que le mostrase un poco de afecto.

      Encerrada en su cuarto lloraba, recordando los hermosos días cuando su padre regresaba a casa y la abrazaba y le traía regalos, cuando el ama de llaves cocinaba su tarta preferida y ella podía estar en el salón bien vestida y acicalada.

      Mientras estaba inmersa en estos pensamientos, escuchó un ruido arriba, en el desván, que la atemorizó un poco.

      -No hay nadie en el desván, ¿qué será? ¿Quizás el gato de la madrastra se ha quedado encerrado?

      Se armó de valor y decidió ir a ver; era una noche luminosa, la luz de la luna entraba por las ventanas e iluminaba el pasillo proyectando sombras amenazadoras en las paredes.

      -No pasa nada – pensó dándose ánimos. – Será el viento que mueve las ramas de los árboles del jardín.

      Silenciosamente subió los escalones que llevaban al desván, abrió con sigilo la puerta y vio al fondo una lucecita encendida y alrededor una figura oscura que se movía, se acercó y ¡oh…!

      Era el ama de llaves:

      -¡Oh, señorita! Perdóneme, no sabía dónde ir, todavía no tengo un alojamiento ni tampoco un trabajo, me he instalado aquí porque tenía miedo de dormir afuera, a la intemperie, se lo ruego, no diga nada a la señora madrastra, ¡me iré enseguida!

      Mientras decía esto comenzó a llorar.

      Pero Cenicienta la abrazó mientras decía:

      -¡No, no te vayas, te lo ruego, me alegro de verte, no diré nada a la madrastra, estoy tan sola! Quédate aquí, nos haremos compañía por la noche después de haber acabado de trabajar; sólo intenta que no te vean y para salir y entrar en casa deberás pasar por las escaleras del sótano, donde mi madrastra y mis hermanastras no van nunca.

      Se quedaron un rato hablando para organizarse de la mejor manera posible, hablando incluso de sus esperanzas y anhelos. Marta le dijo a Cenicienta

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