Cuentos Del 2000. Marcella Piccolo
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Cenicienta, debido a estas palabras, entendió que su querida amiga no había comido en todo el día, así que se fue a la cocina, intentando que no la oyesen su madrastra y sus hermanastras. Cogió una taza de leche, algunas galletas y llevó todo al desván, de esta forma Marta pudo finalmente recuperar fuerzas.
Luego le llevó una almohada, una cama autohinchable y todo lo que hacía falta para transcurrir la noche de manera confortable. En fin, soñolientas pero contentas, se separaron para irse a dormir
6) El mensajero del rey
Cuando se hizo de día Cenicienta fue al cuarto de la lavadora para hacer la colada y mientras esperaba a que la máquina por rayos solares terminase el ciclo de secado, se puso a pasear por el jardín.
Mientras paseaba recogiendo flores se dio cuenta que al camino de delante de la casa estaba llegando el mensajero del rey, el cual se paró delante de ella mientras le ofrecía una tarjeta de invitación para la fiesta que tendría lugar en el palacio real:
-El rey invita a todas las muchachas de entre 17 y 20 años a la fiesta que será organizada para que el príncipe escoja una esposa, ¡todas las muchachas de esta edad están invitadas!
Luego preguntó si en la casa habría otras muchachas y, ante la respuesta afirmativa de Cenicienta, entró para entregar la invitación a las dos hermanastras.
-”¡Qué fantástico!” –pensó Cenicienta –“¡Ir al castillo a una fiesta! ¡Ver tantos señores elegantes, comer las viandas refinadas que se servirán y, por una vez, comer tranquila sin escuchar que me llaman continuamente! Quién sabe cómo será el príncipe, he oído decir que es muy guapo, pero, de todas formas, ¡no escogerá nunca a una andrajosa como yo!”
Mientras pensaba en estas cosas, cogió una sábana seca y comenzó a envolversela por encima imaginando que era un hermoso vestido de noche y canturreando a media voz se puso a bailar sobre el prado soñando que ya estaba en el castillo.
-¡Cenicienta! –escuchó que gritaban desde la puerta de la casa.
-¡Déjate de jugar y date prisa con la ropa, que casi es la hora de servir el té!
Era la madrastra quien la devolvía a la realidad. Cenicienta volvió a casa y retornó con sus quehaceres domésticos, mientras que las hermanastras, también ellas entusiasmadas con la noticia de la fiesta, daban vueltas por el salón emocionadas e impacientes por comprarse el vestido nuevo para ir al castillo para conocer al príncipe.
-¡Yo me vestiré de rosa, estaré tan radiante que el príncipe se enamorará de mí en cuanto me vea! –decía Anastasia.
-¡Yo me vestiré de rojo, el color del amor, el príncipe caerá enseguida a mis pies y de rodillas me suplicará que me case con él! –decía Genoveffa.
-”¡Yo me vestiré de ceniza, por la desilusión de quedar en casa sin un vestido nuevo para ponerme en la fiesta!” –pensó, en cambio, Cenicienta.
7) El vestido
Por la noche Cenicienta, en el desván, habló con su amiga Marta sobre la noticia que había oído:
-¡Cuánto me gustaría ir a la fiesta, aunque sólo fuese para ver a tanta gente hermosa y para escuchar la hermosa música que tocarán, y quién sabe, a lo mejor el príncipe bailará realmente con mis hermanastras!
-¿Pero por qué no vas? –le respondió Marta –tú también eres una joven, ¡la invitación también es para ti!
-¿Cómo podría? –respondió Cenicienta. –Sólo tengo este vestido deshilachado, ¡ni siquiera me dejarán entrar!
Y la amiga le dijo:
-Hay un viejo baúl con unos vestidos de tu madre de cuando tenía tú misma edad, están viejos y pasados de moda, es por esta razón que tus hermanastras no los han cogido, pero yo se coser, si encontramos uno de baile puedo intentar remodelarlo y adaptarlo a ti.
Fueron a revolver al baúl y encontraron un vestido muy elegante, de una tela muy cara y recamado con miles de pequeñas perlas, sin embargo era realmente anticuado, un modelo demasiado fuera de moda.
-No está tan mal –dijo Marta –quito estas mangas, rebajamos un poco la falda y ¡estoy convencida que vas a ser la sensación!
-¡Oh! Gracias –respondió Cenicienta –yo te ayudaré por la noche, cuando nos encontremos aquí en el desván, ¡trabajaremos juntas!
Así lo hicieron, por la noche Marta cortaba, preparaba y daba instrucciones a Cenicienta para que pudiese proseguir el trabajo sola durante el día, hasta que el vestido fue terminado, limpiado y planchado, listo para ser puesto el día de la fiesta.
8) El desprecio
Cenicienta fue a pedir permiso a su madrastra para ir también ella a la fiesta y la madrastra le respondió:
-Pero no tienes un vestido ¿Cómo piensas ir a la fiesta, vestida de esa forma?
-No –respondió la muchacha – he encontrado en el desván un viejo vestido de mi madre, lo he adaptado a mí y, aunque no es tan hermoso como serán seguramente los de mis hermanastras, me conformo, sólo quiero entrar y ver a Anastasia y Genoveffa cuando bailen con el príncipe.
Al oír aquellas palabras las hermanastras se prodigaron en entusiastas descripciones de sus magníficos vestidos y joyas y de cómo encantarían al príncipe a primera vista.
-Muy bien –dijo la madrastra ligeramente ablandada –sin embargo, deberás ir a pie, porque en nuestra limusina aérea no tendremos sitio para ti.
Cenicienta, de todas formas, se sintió feliz con la promesa de poder ir también ella a la fiesta y durante todo el día trabajó en la cocina, lavó y fregó de muy buena gana, pensando en su elegante vestido ya preparado que le esperaba colgado en el armario de su habitación.
Por la noche, cuando se retiró a dormir, le vinieron ganas de mirarlo de nuevo y abrió el armario para cogerlo, pero... ¡oh!
Lo encontró todo cortado, con tijeretazos que iban desde el dobladillo y llegaban hasta el escote convirtiéndolo, de esta manera, ¡ay!, en inutilizable.
Se fue al desván llorando y contó a Marta lo ocurrido, la cual, sumamente enfadada y decidida más que nunca a no dejar que se saliesen con la suya aquellas dos hermanastras envidiosas y crueles que habían causado el desastre para impedir que Cenicienta participase en la fiesta.
-¡Esto no acaba aquí! Encontraré otra manera de hacerte el vestido, no te vengas abajo, querida Cenicienta, buscaremos juntas otra solución, ya verás cómo lo conseguiremos, ¡yo te ayudaré!
9) La ayuda de Marta
A la mañana siguiente Marta fue a trabajar al restaurante y Cenicienta, triste y silenciosa, se dedicó a sus acostumbradas tareas domésticas, pero por la noche, cuando Marta volvió, trajo una buena noticia:
- Me he enterado de que se pueden encontrar algunas cosas en la Central de Reciclaje de los residuos