Robert Johnson Hijo De Diablo. Barrera Patrizia
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Aquí la carátula del disco del famoso evento al cual Johnson no pudo participar. Notad el elenco de nombres ilustres.
¿Cómo se explica entonces su escasa popularidad entre la gente común?
Robert Johnson en realidad NO FUE NUNCA famoso en vida y su producción parece irrisoria respecto a aquella de los otros Bluesman de la época. Pero reentró en auge, y se puede decir fue redescubierto, en los años 60 con la nueva generación de los artistas Rock, en particular gracias a un recopilatorio editado por Paramount llamada KING of the Delta Blues Singer, que literalmente... se agotó, tanto que fue reeditada en 1969 e incluso en 1970.
Artistas como Eric Clapton y los Cream contribuyeron netamente al renacimiento de su estrella, grabando una nueva versión de Crossroads Blues, por no hablar de los Rolling Stones, que se volvieron locos con su versión de Love in Vain y Stop Breakin Down Blues.
Pero ya tiempo antes, artistas menos notos habían buscado sacar a Johnson de su tumba.
En 1951, Elmore James había grabado su (particularísima) versión de I Believe I dust my broom, que no tuvo el merecido éxito, mientras que la ahora celebérrrima Sweet Home Chicago se había convertido en el emblema de muchísimos Bluesman por excepción, primero entre todos Muddy Waters, que a su vez habría influenciado a los Beatles.
En realidad, Johnson encarnaba una realidad muy actual para los primeros años 60 americanos: la imagen de un antihéroe dañado, maldito y obsesionado por el demonio que canta el blues destrozándolo desde el interior, tan pronto como se casaba con la naturaleza revolucionaria de la nueva generación americana. Él, en sus canciones, “grita” literalmente el dolor existencial de una sociedad que no encuentra dentro de sí misma puntos de referencia y que, con espasmódica angustia, se lanza contra un futuro oscuro y lleno de incógnitas.
Si queremos, la producción de Johnson está llena de mujeres, alcohol y violencia, exactamente como en la más pura tradición blues. En sus textos se percibe su fuerte disgusto contra aquello que él siempre narra y de lo cual no está para nada orgulloso. Su ritmo obsesivo de boogie neonato, su voz estridente y nasal, las pausas detrás de las palabras, la utilización de microtonalidades y los textos estructurados, en los cuales destaca su devastación moral, su sentirse un “bastardo sin patria” seguido por los “diablos del remordimiento”, fueron una influencia de gran impacto sobre los músicos de la época, enfermos de su propia enfermedad.
Salido de un decenio de bienestar y de sanos principios familiares, los “chicos de los 60” se sienten apretados por una sociedad en la que la tradición tiene el sabor de uniformidad y en la que el concepto de patria va demasiado de la mano con la palabra GUERRA. Será después la campaña de Vietnam y la ruptura la que consigue darles la justa voz; entre tanto el mundo exige un cambio y esto normalmente sucede, como siempre, a través de la música.
Nace entonces la generación ROCK.
Fuertemente influenciados por el blues, los Rolling Stones se han convertido después en el icono viviente del vivir Rock. Sus conciertos entre los años 60/70 estaban plagados de droga, alcohol y rituales oscuros. No pocas veces fueron protagonistas de rituales pseudosatánicos y se dice que fueron espectadores impasibles también de varios homicidios realizados en sus espectáculos por grupos de fanáticos.
Ser rockero, en la América del tiempo, equivale a “romper con los esquemas, refutar la tradición, poner en duda las convenciones y ansiar una sociedad de verdadera agregación, en la cual los conceptos de Humanidad y Progreso no sean palabras escritas sobre papel.
Es indicativo, por tanto, y también natural, que Johnson, con su música maldita y sus innovaciones estilísticas, que tendían a hacer de la guitarra la “verdadera voz del alma”, fuesen utilizadas como punto de partida para la construcción de este nuevo mundo.
Aparte del satánico artista, con sus delirantes y evocativas canciones, los textos en que se autodefine “dañado”, su evidente desprecio por las mujeres y la descripción demasiado particularizada de un estilo de vida degradado y dedicado al vicio, NO PUEDE no ser un icono ideal para una generación que hace de su comportamiento de ruptura un estilo de vida. Y después, ¿el famoso trío de “drogas, sexo y rock' n roll” sobre la que se ha apoyado toda una generación de jóvenes americanos entre los años 60 y 70 ¿no se inspira demasiado en la conducta johnsoniana de “alcohol, mujeres y blues”?
Malvadamente puedo sugerir que quizá no es oro todo lo que reluce.
Una de las características que hicieron célebre a Johnson y le dieron sempiterna memoria fue su ritmo exuberante y ecléctico, muy diverso de aquel de los bluesman del Delta de los años 30. Para daros una idea, cuando Keith Richards escuchó por primera vez una de sus grabaciones se preguntó: “Pero, ¿quién es el otro guitarrista que toca con él?”, ya que no se había dado cuenta de que Johnson estaba solo. Todo esto porque toda la pieza mantenía desde el principio hasta el final un ritmo estructurado y veloz y la voz disonante y nasal de Johnson tenía el color de un verdadero “grito”.
Sin embargo, existen declaraciones auténticas del director ejecutivo de la Sony Berhil Cohen Porter, que ganó un Grammy en 1991 por la reedición de las obras de Johnson, respecto a la posibilidad de que las grabaciones de 1936/1937 pudiesen haber estado aceleradas, un medio típico de la parejita Okeh/Vacalion, que amaba hacer rarezas similares.
Después, en 2010 fue John Wilde, en la famosa revista musical THE GUARDIAN, quien subrayó que las grabaciones de Johnson hubiesen sido aceleradas a propósito para conferir un “toque de modernidad” al conjunto.
Difícil decir cómo son en realidad las cosas, ya que las matrices originales de los 78 giros de entonces no existen más. Pero si esto fuese cierto, la música de Robert Johnson, definido el ABUELO DEL ROCK, sería quizá reinterpretada.
Comparación entre la foto reencontrada en ebay (a la izquierda) y aquella confirmada de Johnson. Notaréis las enormes diferencias entre las dos. Pese a que análisis computados sobre la anatomía facial de Johnson hayan afirmado con seguridad que ambas fotos son del artista, falta aclarar QUÉ hubiese podido modificar en él en tan breve tiempo la expresión y el somatismo de la cara.
Quizá... ¿el pacto con el diablo?