Soy Tu Hombre Del Saco. T. M. Bilderback
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Diseño de la portada por Christi L. Bilderback
Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es producto de su imaginación.
Todos los derechos reservados.
Capítulo 1
La mujer corrió.
El pasillo de la escuela era largo y cada paso resonaba con fuerza mientras corría. Su respiración era intensa y agitada, pues había estado corriendo durante varios minutos y la escuela era enorme.
Necesitaba un lugar para esconderse y lo necesitaba rápidamente.
¡El laboratorio de biología estaba justo delante! ¡Podría esconderse allí!
Abrió la puerta del laboratorio, entró y la cerró de manera silenciosa. Miró a su alrededor, pero no había ningún lugar en el que pudiera ocultarse. Sin embargo, encontró algunos escritorios que estaban diseñados para que dos estudiantes trabajaran juntos, así que se escondió detrás del que estaba más lejos, frente a un estante de puerta doble.
A medida que la respiración de la mujer se reducía paulatinamente, su ritmo cardíaco volvía a la normalidad. Escuchó con atención, pero no oyó nada. Ningún paso traicionó al Descuartizador… ningún respiro delató su posición.
La chica había oído hablar del Descuartizador de Sardis de la misma manera en que se enteraba de todo en ese lugar rural… por rumores y susurros. Cosas como: "Mi prima lo oyó de su suegra…" o "Alguien de Mackie’s decía que…". Cosas sin fundamento o, al menos, eso pensaba ella.
Ahora lo estaba comprobando.
– ¡Lo he perdido! ― pensó.
La puerta izquierda del estante se abrió de golpe y el Descuartizador saltó. La agarró del cabello y luego la levantó. La había jalado de este para que su cara estuviera mirando hacia arriba, cara a cara. Parecía como si su corazón fuera a estallar en su pecho y como si su miedo tuviera vida propia.
Con una voz gutural y grave, el descuartizador dijo: ― ¡Soy tu hombre del saco, cariño, y vas a hacer que me excite!
El Descuartizador comenzó su trabajo.
EL COMISARIO DEL CONDADO de Sardis, William "Billy" Napier, estacionó su coche en el aparcamiento de la Universidad Comunitaria Nathaniel Sardis. Ya habían llegado varios policías de la ciudad de Perry, el médico forense del condado y dos ambulancias con paramédicos. Todo lo que tenía que hacer era seguir las luces rojas y azules parpadeantes para encontrar la escena del crimen.
En el condado de Sardis (¡donde TÚ haces la magia!) se encuentra la sede llamada Perry. De las tres ciudades oficiales del condado de Sardis, Perry era la única que tenía fuerza policial. A pesar de esto, por decreto de los comisionados del condado, el comisario estaba a cargo de todas las fuerzas de orden dentro del condado, incluida la ciudad de Perry.
Billy estaba contento de permitir que el Departamento de Policía de Perry se encargase de la mayoría de las cosas dentro de los límites de la ciudad, pero un asesinato era demasiado grande para Godfrey Malcolm, el alcohólico Jefe de Policía.
Godfrey Malcolm era un vago ineficiente y borracho. A menudo daba órdenes contradictorias y luego no recordaba qué órdenes había dado. Además, usualmente les decía a los presos de la cárcel de su ciudad que lo llamaran "Dios", lo que era bastante pretencioso, aunque luego su ego creció lo suficiente como para encajar en el apodo.
Al policía alcohólico le irritaba tener que darle explicaciones a Napier, quien era un policía honesto y trataba a todos de forma justa, incluso a los prisioneros. Malcolm, por el contrario, extendía su mano para que los criminales le dieran el dinero que tenían o simplemente lo tomaba de sus carteras, bolsillos o monederos y luego los amenazaba si se atrevían a contar algo. De hecho, había rumores de que le daba palizas a los reclusos en la noche, pero ninguno de ellos había presentado cargos o admitido que Malcolm tuviera algo que ver con aquello.
Algunos le mencionaron algo… a Billy. Aunque, como la naturaleza del dinero es efímera, Billy no pudo encontrar ninguna prueba más que la palabra de la persona que presentaba la denuncia. Cualquier roca que estuviera sobre el lugar donde Malcolm había enterrado su tesoro robado, aún no se revelaba al mundo, pero Billy era un hombre paciente. Como la ciudad de Perry había contratado a Malcolm, Billy no podía despedirlo y eso lo enfadaba. No había nada que odiara más que un policía deshonesto, violento y borracho.
Billy no vio el coche de Malcolm estacionado en el campus. «Seguro que estaba durmiendo en alguna parte».
Salió de su coche, se ajustó el cinturón que sostenía su arma y cerró la puerta con llave. «Debo ser cuidadoso, los malditos ladrones están por todas partes».
Posteriormente, caminó hacia la puerta de la entrada en la que se encontraban dos policías.
–Buenos días, muchachos―dijo el comisario mientras asentía con la cabeza.
–Buenos días― dijeron los dos policías, casi al unísono.
Uno de ellos le abrió la puerta a Billy.
–Gracias― dijo el comisario mientras entraba al edificio.
A medida que Billy caminaba por el largo pasillo, notó lo huecos que sonaban sus pasos y, al aproximarse a la escena, el sonido de las voces los superó. Otros dos policías estaban haciendo guardia fuera del laboratorio de biología.
–Buenos días, comisario―dijo un policía y el otro asintió con la cabeza en señal de saludo.
–Buenos días―respondió Billy.
Se detuvo justo frente a la puerta.
– ¿Es muy malo?
El policía asintió con la cabeza.
–Así es, el Descuartizador de Sardis hizo otro picadillo.
– ¡Eh, nada de eso! No quiero que la prensa se entere de algún apodo, ¡especialmente si viene de las fuerzas de orden! ¿Copiado?
El policía de manera silenciosa hizo un gesto de aprobación y el otro dijo tímidamente: ―Sí, comisario.
– Gracias.
Billy entró al laboratorio de biología.
La escena que percibió fue grotesca y con una especie de ordenanza. A la víctima la habían atravesado con una serie de ganchos para abrigos que estaban fijados en una pared. Habían extendido sus manos y las atravesaron con estos ganchos, al igual que como atravesaron sus pies con un pitón para escalar en la pared de ladrillos. Los pies de la víctima estaban desnudos y atravesados uno sobre otro, de modo que se asemejaba a una crucifixión. A su vez, habían pegado la cabeza de la víctima en la pared con una