E-Pack Jazmín B&B 2. Varias Autoras
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Sierra nunca había visto nada igual.
–¡Vaya! ¿Lo has hecho tú?
–No, ha sido cosa de la señora Densmore. Es una fanática del orden.
Para Sierra, por el contrario, el orden no era su fuerte.
–El cuarto de baño está aquí –le indicó él mientras pasaba a su lado y abría otra puerta, dejando un agradable olor a jabón.
Coop olía muy bien y, aunque era una estupidez, estaba aún más atractivo con la niña en brazos. Tal vez fuera que ella siempre había deseado estar con un hombre a quien se le dieran bien los niños, porque en su profesión había visto a muchos que ni siquiera se tomaban la molestia de visitar a sus hijos enfermos. Y también estaban los maltratadores que hacían que sus hijos fueran al hospital.
Pero se dijo que el hecho de que a un hombre se le dieran bien los niños no lo convertía en un buen padre, ni tampoco el que les pusiera una bonita habitación con un enorme armario lleno de ropa y juguetes. Las mellizas tenían que saber que, aunque sus padres ya no estuvieran, había alguien que las quería y se ocupaba de ellas.
Abrazó a Fern y le acarició la espalda. La niña apoyó la cabeza en su hombro con el pulgar metido en la boca.
–Voy a enseñarte tu habitación –dijo él. Ella lo siguió al otro lado del vestíbulo.
Era aún más grande que la de las niñas y además tenía una zona para estar, cerca de la ventana. Con el dormitorio, el vestidor y el cuarto de baño, era más grande que su piso.
Los muebles y la decoración no eran de su gusto. Los colores: blanco, negro y gris, eran demasiado modernos y fríos; y el mobiliario, de acero y cristal, demasiado masculino. Pero se acostumbraría.
–¿Tan mal está?
Sierra lo miró. Tenía el ceño fruncido.
–No he dicho nada.
–No ha hecho falta. No hay más que mirarte a la cara. Lo odias.
–No lo odio.
–Estás mintiendo.
–No es lo que yo hubiera elegido, pero tiene… estilo.
Él se rio.
–Sigues mintiendo. Te parece horrible.
Ella se mordió los labios para no sonreír, pero lo hizo de todos modos.
–Me acostumbraré.
–Llamaré al decorador. Elige lo que quieras: la pintura, los muebles. Todo.
Ella abrió la boca para decirle que no sería necesario, pero él alzó la mano para detenerla.
–¿Crees que voy a consentir que vivas en una habitación que no te gusta? Este va a ser tu hogar y quiero que estés cómoda.
Ella se preguntó si siempre sería así de amable o si estaba tan desesperado por conseguir una niñera de fiar que haría lo que fuera para convencerla de que aceptara el empleo.
–Si no te importa, me gustaría añadir algún toque femenino.
–Puedes dormir en la habitación de las niñas hasta que esta esté acabada o, si quieres más intimidad, hay una cama plegable en mi despacho.
–Me vale la habitación de las niñas –le gustaba la idea de dormir al lado de sus hijas.
Él indicó a Fern con un gesto de la cabeza.
–Creo que deberíamos acostarlas. Es la hora de la siesta.
Sierra miró a la niña y se dio cuenta de que se había quedado dormida. Ivy, con la cabeza apoyada en el hombro enorme de Coop, también parecía soñolienta.
Llevaron a las niñas a su cuarto y las acostaron. Salieron sin hacer ruido y él cerró la puerta.
–¿Cuánto duermen? –preguntó ella.
–Si tienen un buen día, dos horas. Pero esta mañana han dormido hasta las ocho, así que probablemente ahora dormirán algo menos –se detuvo en el vestíbulo y le preguntó–: Antes de llamar a mi abogado, ¿quieres algo de beber? ¿Zumo, tónica, un biberón?
Ella sonrió.
–No, gracias.
–Muy bien. Esta es tu última oportunidad de cambiar de idea con respecto al trabajo.
–No voy a cambiar de idea.
–Estupendo. Vamos a mi despacho a llamar a Ben –dijo Coop con una sonrisa–. Pongamos manos a la obra.
Capítulo 3
COOP estaba frente a la puerta de la habitación de Sierra y esperaba que no se hubiera acostado. No eran ni las nueve y media, pero ese había sido su primer día cuidando a las niñas, por lo que probablemente estuviera agotada.
Había firmado el contrato la tarde de la segunda entrevista. El día siguiente lo pasó trasladando sus cosas. Él se había ofrecido a contratar una empresa para que le hiciera la mudanza, pero ella le había dicho que ya lo tenía todo organizado y se había presentado con un montón de cajas y dos jóvenes amigos suyos que eran, según le había dicho, camilleros del hospital, y a quienes se les veía emocionados por haber conocido al gran Coop Landon.
Aunque él trató de pagarles por la ayuda, los chicos se negaron, pero le aceptaron una cerveza, que se tomaron charlando con él en la azotea mientras Sierra deshacía el equipaje. Se marcharon con un autógrafo.
Aunque Coop hubiera querido estar el primer día con Sierra y las mellizas, había estado reunido con el equipo de marketing toda la mañana para lanzar una nueva línea de ropa deportiva, y por la tarde había tenido una cita con el dueño de su antiguo equipo. Si todo salía bien, él sería el nuevo dueño, lo cual había sido su sueño desde que había empezado a jugar en él. Durante veintidós años, hasta que la lesión de rodilla lo obligó a jubilarse, había vivido para el hockey. Comprar el equipo era el siguiente paso, y los jugadores estaban de acuerdo.
Después de las reuniones, Coop había cenado con unos amigos por primera vez desde hacía semanas. Y no había disfrutado mucho, a pesar de que estaba deseando volver a ser libre. Se pasó la cena pensando en las mellizas y en cómo les habría ido con Sierra. ¿No había sido un irresponsable al dejarlas con una desconocida? No era que no confiara en Sierra, pero quería estar seguro de hacer lo correcto. Las niñas habían perdido a sus padres y no quería que pensaran que él también las había abandonado.
Cuando el resto del grupo decidió ir a tomar una copa y a bailar, Coop se despidió de sus amigos, que se quedaron sorprendidos; lo normal era que fuera de copas y volviera a casa acompañado. Después de dos semanas de estar con las mellizas constantemente, se había acostumbrado a tenerlas a su alrededor.
Llamó suavemente a la puerta de la habitación de Sierra. Esta asomó la cabeza, y él vio que