En manos del dinero. Peggy Moreland

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En manos del dinero - Peggy Moreland elit

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sin embargo.

      –¿Sabes cuál es el estado civil del doctor Tanner? –insistió la misma reportera.

      –No –contestó Kayla–. Bueno, sí –añadió al recordar que le había dicho que estaba divorciado.

      –¿Sí o no? ¿En qué quedamos?

      Kayla se masajeó las sienes pues le parecía que le estaba empezando a doler la cabeza. Las preguntas se sucedían de manera demasiado vertiginosa como para poder pensar la respuesta con tranquilidad.

      –No me enteré de que estaba divorciado hasta el sábado por la noche.

      La reportera enarcó una ceja.

      –¿Ah, sí? ¿Y qué pasó de especial el sábado por la noche?

      –Nada, que bebió demasiado y lo acompañé a la habitación del hotel.

      –¿Y fue entonces cuando te lo contó?

      –Sí –contestó Kayla rezando para que aquella mujer terminara el interrogatorio.

      –¿En la cama?

      Kayla se quedó mirándola con la boca abierta.

      –Me parece que eso no es asunto suyo –contestó apretando los dientes.

      La reportera sonrió. Obviamente, estaba satisfecha por haber conseguido enfurecerla.

      –Entonces, doy por hecho que estaban en la cama.

      –De eso nada –gritó Kayla indignada–. Él estaba en la cama, pero yo…

      Al darse cuenta de que estaba despertando demasiado interés en los allí reunidos, decidió callar.

      –Sin comentarios –dijo.

      Pero la reportera no estaba dispuesta a darse por vencida.

      –La esposa del doctor Tanner estuvo hace poco en mi programa para hablar de la exposición que ella y otras mujeres estaban organizando para recaudar fondos para el servicio de pediatría del hospital local. Cuando le pregunté por su divorcio, dio a entender que había habido otra mujer. ¿Qué sabes tú de eso?

      Kayla sintió que la rabia se apoderaba de ella pues no creía merecer que la trataran así.

      Ella no le había pedido al doctor Tanner el dinero.

      De hecho, lo único que quería era devolvérselo.

      Sabía que los reporteros ya se habían hecho una idea de lo que había ocurrido y que, por mucho que ella dijera, publicarían lo que les diera la gana.

      ¿Qué era destrozar la reputación de una mujer comparado con la audiencia y todas las revistas que podrían vender?

      Aunque le costó un gran esfuerzo, sonrió radiante.

      –Lo siento, pero no he visto la entrevista de la que habla porque a esas horas estoy trabajando para ganarme la vida y no tengo costumbre de ver esos ridículos programuchos.

      La reportera se quedó mirándola con la boca abierta y Kayla aprovechó para apartar el micrófono de su rostro como si fuera algo que le diera asco.

      –Sí me perdonan, tengo que ir a hablar con mi jefe.

      Ignorando los gritos de «¡a por él!» de los cocineros, Kayla atravesó la cocina del restaurante en dirección al despacho de Pete.

      Una vez allí, dio un portazo y lo miró en jarras.

      –¿Cómo has podido? –lo acusó furiosa–. Sabías que no tenía intención de quedarme con el dinero.

      Muy satisfecho consigo mismo, Pete se echó hacia atrás y descansó la cabeza sobre las manos.

      –Ya lo sé.

      –Entonces, ¿por qué les has dicho a los periodistas que sí?

      –Yo no les he dicho eso. Sólo les he dicho que te lo había dado.

      –¿Por qué has llamado a los periodistas? No lo entiendo –gritó Kayla–. Esto no tiene nada que ver con ellos ni contigo.

      –Te equivocas. Ha ocurrido en mi bar –le recordó Pete–. Piensa en la publicidad gratis para el restaurante. Esto se va a llenar de gente. Probablemente, voy a tener que contratar a más camareras.

      Kayla se quedó mirándolo con incredulidad.

      –¿Me estás diciendo que has llamado a los periodistas solamente para hacerte publicidad?

      –Por supuesto que sí –contestó Pete frunciendo el ceño–. ¿Por qué se lo iba a decir si no?

      –¿Y has pensado en lo que iba a ser de mí cuando se lo dijeras? –le preguntó Kayla–. ¡Me van a crucificar! Se creen que el doctor Tanner y yo estamos liados y que se ha divorciado por mí. ¡Van a arrastrar mi nombre por el fango!

      Pete hizo un gesto con la mano como diciéndole que no era para tanto.

      –En un par de días, ni siquiera se acordarán de ti –le aseguró–. Piensa en la cantidad de propinas que te vas a ganar cuando empiece a venir más gente –añadió guiñándole un ojo.

      –Si me importara más el dinero que mi reputación, me quedaría con el cheque del doctor Tanner y dejaría este horrible trabajo –le dijo desabrochándose el delantal.

      –¿Qué haces? No te puedes ir. Te toca trabajar esta noche.

      –No me voy –contestó Kayla tirándole el delantal a la cara–. Dejo el trabajo.

      –¿Qué?

      –Lo que has oído. No quiero trabajar para alguien que me tiene en tan poca estima que no duda en sacrificar mi reputación en su beneficio.

      –¡Pero no te puedes ir ahora! Van a venir de una emisora de radio para hacer un programa en directo con preguntas de oyentes y todo.

      –Qué pena que no me lo preguntaras antes de comprometerte con ellos.

      –Kayla, por favor, no me hagas esto –suplicó Pete poniéndose en pie–. Voy a quedar como un imbécil.

      Kayla enarcó una ceja.

      –¿Acaso te parecería mejor que yo quedara como una fulana? –contestó Kayla dándole la espalda–. Lo siento, Pete, te has metido en este lío tú solito, así que a ver cómo sales –añadió cerrando la puerta al salir.

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